jueves, 30 de junio de 2011

Un accidente desafortunado


Establecimos un centro de radio rastreo en Tabasco, México.  La comandancia partió de la necesidad de que este trabajo se hiciera en un lugar fijo, con mejores condiciones, para que sus resultados también lo fueran.

En el lugar inicialmente estuvimos el sargento Ramiro y yo, pero después Ramiro fue enviado a otra zona también de Tabasco, para encargarse de las comunicaciones.

Al equipo de RR se incorporó Isabel, Ericka, Diana, Leo Dan y yo. Nos integramos muy bien y sacábamos el trabajo. Contábamos además con mapas militares y dos computadoras.

Concentramos los equipos de radio rastreo en un cuarto, donde acomodamos mesas y ventiladores.  El calor y la humedad en Tabasco eran muy similares a los de la selva petenera.  Además llovía mucho y teníamos varios árboles en los alrededores de la casa, que votaban muchas hojas.

Uno de esos días el agua empezó a filtrarse por la pared, al parecer por la acumulación de hojarasca en el techo y se me ocurrió la “brillante idea” de subir a barrer.  No le avisé a nadie. Coloqué la escalera y, con escoba en mano, inicie el ascenso.   Efectivamente, vi con malestar la cantidad de basura.  Me paré sobre aquellas láminas de asbesto humedecidas por la lluvia y di al menos dos escobazos, cuando escuché el crujir y caí sobre las compañeras que no entendían lo que pasaba.

Recuerdo el momento exacto en el aire. Serían dos o tres segundos a lo sumo. Mi peso rompió la lámina en la parte central y un pedazo puntiagudo pasó cortando mi cara; en el suelo la peor parte la llevó mi mano derecha, principalmente mi dedo meñique, que quedó retorcido como un alambre, hacia la muñeca.

Luego, debajo de las láminas fueron saliendo las compañeras y Leo Dan, con golpes mínimos. La que resultó más golpeada fue Ericka; a la pobre se le hizo un chinchón en la cabeza.

Nos levantamos y empezamos a aclarar nuestros sentidos; que pasó y que había que hacer. Mi cara sangraba. Tenía una cortada que se alargaba de la ceja derecha hacia el pómulo.  Asustaba a cualquiera, al igual que el dedo.

Las voces de los vecinos nos alertaron; seguramente querrían entrar a ver lo que había ocurrido y decidimos de inmediato que yo los recibiera y les contara, mientras que ellas y Leo evacuaban los equipos del cuarto.

Los vecinos, muy solidarios, habían escuchado el estrépito, como que un árbol se hubiera dejado venir sobre la casa y se acercaron. Al verme y escuchar mi versión se alarmaron y corrieron por un vehículo para llevarme al hospital más cercano, ubicado a menos de cinco minutos, lo que les agradezco eternamente.

Sin embargo, como en todo hospital público, tuve que esperar hasta ser atendido por un practicante, que se asustó al verme. Le conté lo que había pasado y le dije que también tenía la mano golpeada.

Si, dijo, pero lo primero es la cara. Y se puso en esas, a limpiar y costurar la herida abierta.

Al rato llegó el medico de turno; un señor ya entrado en años y seguramente con mucha experiencia, que le preguntó cual era el caso. El practicante dio los detalles e informó que había considerado que la cara era lo más urgente. Todo lo contrario. El médico lo regaño. Le dijo que esa herida era más bien escandalosa y que lo verdaderamente urgente era poner en su posición el dedo. 

Me preguntó cuanto tiempo había pasado desde el accidente y le dije que aproximadamente media hora.

-Mira, ya la lesión está fría.  En estos casos lo primero que se hace es colocar el dedo en su posición, cuando está caliente.  – Te lo voy a acomodar, pero te va doler.    Con mucha frialdad y seguridad le dije:  -Dele doctor; yo trabajo con máquina de escribir y necesito tener bien mis dedos.  –No te aseguro que quede igual, aclaró.

Le tendí la mano y él, en dos movimientos rápidos volvió el meñique a su lugar.  Me envió a rayos y después me entablilló.

Pasé unos días con dolor y trabajando sólo con una mano; pero las compañeras y Leo Dan fueron muy solidarios.

El comandante Fernández, compañero de Ericka me decía después, en son de broma, que si su Erickita tenía alguna secuela por el golpe en la cabeza, me las tendría que ver con él.

En el recuento de los daños, pues hubo necesidad de cambiar la lámina; un ventilador quedó totalmente destruido.  Ericka se repuso del golpe y mantuvo toda su lucidez e inteligencia en las tareas que le correspondían.  Mi cortada en la cara ni se nota. Hizo muy buen trabajo el practicante, que seguramente hoy será un destacado médico.  El dedo nunca lo pude volver a utilizar para escribir; quedó torcido, como un recuerdo inolvidable de la caída.

En esa época estaba de moda el grupo Magneto y sonaban a cada ratos sus canciones;  una de ellas decía “Vuela, vuela…. No te hace falta equipaje, vuela…”, fue el apodo que los vecinos me pusieron, aunque nunca me lo decían de frente: “el vuela vuela”.

miércoles, 29 de junio de 2011

El teniente Vicente

Pelotón Feliciano Argueta Rojo, del Frente Tecún Umán
Conocí a Vicente en Toluca, en aquella casa de seguridad donde estuve un tiempo antes de entrar a Petén, a la que daban cobertura Matilde y Darío, como pareja.

Vicente y Matilde eran hermanos, originarios de Chimaltenango, de ascendencia Cakchiquel.  Se habían incorporado al Frente Tecún Umán.   Matilde había sido compañera del Capitán Ixbalanqué, un legendario jefe guerrillero que cayó a raíz de una cadena de capturas en la región central y el frente sur.

Vicente era un joven risueño, de un metro setenta, aproximadamente, con una pequeña cicatriz en la mejía; una herida que había sufrido en un combate donde estuvo a punto de perder la vida.  Era el jefe de comunicaciones del frente, pero además había demostrado un alto desempeño como combatiente. Y no era para menos, las montañas del altiplano en nada se parecían a las de Petén o a las del sur del país.  Había que acampar en alturas extremas, con mucha neblina y frío, con filos y precipicios donde una caída era fatal. Por esas mismas condiciones los enfrentamientos con el enemigo eran casi siempre en distancias cortas y, en situaciones extremas, cuerpo a cuerpo.

La ropa y calzado que debían utilizar los guerrilleros también era de otro tipo.  Botas montañeras y uniformes de tela gruesa, además de chumpas, guantes y gorros de lana.

Vicente tenía un alto desarrollo político ideológico; sabía por qué estaba ahí y los riesgos a los que se enfrentaba; pero cualquier sacrificio era valedero, con tal de lograr una nueva Guatemala, con un ejército al servicio del proletariado.  

Fue él quien incentivó en aquella casa de seguridad la elaboración de artesanías en hueso crudo.  Trabajaba figuras mayas en relieve, las que ya pulidas barnizaba con esmalte transparente de uñas.  Varios compañeros aprendieron la técnica.  Incluso yo, que partí hacia el norte a los pocos días, logré esculpir algunas figuras en colmillos de Jabalí, durante el tiempo que estuve en la selva.

Como jefe de las comunicaciones en el frente Tecún Umán también estuvo en primera línea, en condiciones riesgosas y muchas veces con pocos árboles y terreno para tender la antena.

En una ocasión Vicente tuvo que transmitir bajo una fuerte tormenta.  En estos casos la orientación era no comunicar, quitar la antena de ser posible o desconectar el plug del radio, enrollar el cable coaxial y colgarlo, de manera que no cayera a tierra.  Pero la situación en el Tecún Umán ameritaba el riesgo.  Al parecer había un problema de seguridad, que debía conocer el comandante en jefe y tenía que enviar el mensaje.

Sin embargo, al terminar la comunicación un rayo fue atraído por el equipo.  Los demás compañeros sólo escucharon el estrépito en un cerro alto, cercano, al que había subido junto a dos compañeros de apoyo.  Los tres fueron aventados por el relámpago, el cable coaxial se achicharró al igual que el radio. Aunque unos más golpeados que los otros, con quemaduras de cierto grado, ninguno perdió la vida.  La mayor parte de la descarga eléctrica había sido absorbida por el cable y el equipo.

La incomunicación posterior alarmó a la comandancia, pues el último mensaje recibido alertaba sobre los riesgos de seguridad y el peligro inminente.

Fue necesario enviar a un mensajero a la capital y activar un contacto de emergencia, con el fin de avisar al comandante Pablo que todos estaban bien.


El teniente Vicente, llegó a ser miembro del mando principal en el Tecún Umán;  un joven decidido, visionario y capaz, solidario hasta las últimas consecuencias y entregado a la causa.

martes, 28 de junio de 2011

“Hijos de izquierda, nacidos en combate”

Me he dado cuenta, con mucho agrado, que existe un grupo de jóvenes que reivindican con ímpetu sus raíces de izquierda, pero principalmente que nacieron en aquella época, cruenta,  difícil, de conflicto armado; aquellos tiempos en los que sus padres y madres lo dejaron todo por ellos y ellas, por amor, pero principalmente por un futuro mejor para todos.


El 23 de junio, 22 años atrás, desperté sobresaltado a las 5 de la mañana; me levanté y salí corriendo al hospital donde dos días antes había dejado a Rodriga.  Era primeriza y el parto se había prolongado.

Coincidentemente a la misma hora estaba naciendo mi hijo.  Cuando llegué, más o menos en hora y media, recibí con sorpresa y emoción la noticia: ¡ya era papá!.  La enfermera me aclaró ¡fue el único varón!  Y es que era común, me imagino que aún lo es, que los padres al saber que habían tenido una niña abandonaran a sus esposas. Luego me preguntó si yo era el padre y tuve que decir que no.  El plan era que pasara como madre soltera para que el cobro no fuera significativo. Era un hospital público y el pago por parto era analizado en trabajo social.  Debía ser casi nada si la señora no tenía esposo.


No podía hacer más por el momento, la visita era en la tarde.

Regresé a la casa a eso de las 9.30 de la mañana; Juan Antonio estaba con nosotros y también recibió feliz la noticia, pero mi emoción y los nervios estaban por arriba de lo normal;  tenia un cuarto de una botella de Flor de Caña reservada para ocasiones especiales y ese era un momento irrepetible, y casi sin pensarlo, en lo que Tono preparaba el desayuno, me la empiné.

Recuerdo que Juan Antonio me reclamó, porque esperaba que compartiéramos el brindis.

Desayunamos, platicamos y reímos.  Creo que más yo, por el inmediato efecto del ron, aunque no fue a tal extremo.  La adrenalina y la emoción, que se unían al deber, no permitieron dar paso a la embriaguez.  Debía bañarme y salir corriendo nuevamente, hasta el DF, para encontrarme con Susana y Camilo, entregar y recibir mensajes y luego ir con ellos a la visita.

Llegue al contacto a eso del medio día; ni Susana ni Camilo notaron en lo más mínimo que me había echado el trago mañanero.

Cuando llegamos al hospital y entramos a ver a la Rodri y al  recién nacido fue algo emocionante, pero extraño.  En principio y para ser honesto, no me gustó el bebé; se veía arrugadito y con la cabeza achatada, con un color grisáceo.  Claro, ese sentimiento cambió totalmente a los pocos días.

Las cosas fueron radicalmente diferentes desde ese momento.  Mi sueño por el triunfo de la revolución siguió siendo el principal objetivo, pero ahora había otra razón más para luchar por una nueva Guatemala, con paz, democracia y bienestar para todos, con un mejor futuro para mi hijo.

miércoles, 8 de junio de 2011

La muerte de un cantor


Si se calla el cantor calla la vida
Porque la vida, la vida misma es todo un canto…”


El compañero Jildardo era aquel joven callado, procedente del sur del país, que entró conmigo a Petén, en el año 86;  él y Héctor eran originarios de Escuintla y su objetivo era incorporarse al Frente Sur “Santos Salazar”, pero en esos tiempos no había condiciones para trasladarlos a esa zona y fueron enviados al norte.

Jildardo tendría unos 24 años;  trabajó en Escuintla con un trío de mariachis, de esos que entran a los bares y restaurantes a ofrecer canciones; era la forma en que se ganaba la vida, pero al parecer no era  solamente una herramienta de trabajo sino también un hobbie, que puso a disposición de la guerrilla.

Era una costumbre que se hicieran actividades culturales en efemérides importantes, como el 7 de febrero, Aniversario de las FAR; el Primero de Mayo, Día de las y los Trabajadores, el 19 de julio, Aniversario del triunfo de la Revolución Sandinista; el 26 de Julio, fecha del Asalto al Cuartel Moncada, en Cuba; el 20 de Octubre, aniversario de la gesta revolucionaria guatemalteca de 1944; el 2 de octubre,  fecha en que cayó el Comandante Luis Augusto Turcios Lima; el 8 de octubre, aniversario de la muerte del Guerrillero Heroico y el 1 de enero, por el triunfo de la Revolución Cubana.

Se avisaba con tiempo a los jefes de escuadra y se organizaban actividades de diverso tipo; musicales, comedias, poesía y declamación, aparte del mensaje central;  al final había un baile y se compartía una comida especial y un vaso de “Chumpiate”,  la bebida espirituosa de la guerrilla, que se preparaba con aproximadamente un mes de anticipación;  se elaboraba con maíz quebrantado, agua y azúcar, se dejaba reposar en galones hasta que estuviera de punto.

Aquel joven sureño, que en ocasiones parecía introvertido, destacaba cuando tenía la oportunidad de acariciar una guitarra y cantar rancheras que a más de uno “hacían mierda el corazón”.  Contaba con un amplio repertorio:  “ya está cerrada con tres candados y remachada la puerta negra…”; “Eres bien bonita, pero mentirosa, engañas a los hombres….”; “Aunque malgastes, el tiempo sin mi cariño y aunque no quieras, este amor que yo te ofrezco….”;  “Sacaremos a ese buey de la barranca, de la barranca sacaremos a ese buey”;  en fin, había para todos los gustos.

Poco a poco Jildardo se fue adaptando a la vida guerrillera en la selva de Petén y eso costaba, más para alguien que estaba “fuera de su hábitat”.   Héctor, el otro compañero del sur, desertó a los dos meses, pero no encontró la salida y fue encontrado por los compañeros.  Se reincorporó y llegó a ser sargento.

Jildardo siempre mantuvo claridad revolucionaria, a pesar de las dificultades.  Se volvió un buen guerrillero y participó en varios combates, pero quería dar más, quería que su aporte fuera más valioso y pidió incorporarse a la unidad de explosivistas.

En ese equipo había un dicho:  “los explosivistas sólo dos errores podemos cometer, uno es incorporarnos a esta unidad”;  el segundo no lo decían, había que intuirlo.


Fue lo que le pasó a aquel valioso joven, un día, cuando manipulaba una carga. 

Fue algo muy triste para todos, porque no murió de inmediato; tardó vivo más de un día; la bomba mutiló sus dos brazos y le abrió un agujero en el pecho.  Parecía no estar consciente y era mejor así.  Los sanitarios hicieron todo lo que podían por salvarle la vida, no lo querían perder, pero en el fondo todos sabíamos que él no hubiera querido vivir de esa manera.  Y se fue.

La vida en la guerrilla era dura.  Había que sobrellevar tanta tristeza tanto dolor.  

 Eran los tragos amargos.  El dolor de a poco, que se enquistaba en nuestro ser y que únicamente podía calmar  el avance hacia el triunfo de la revolución.

martes, 7 de junio de 2011

Escuela de telegrafistas


Regresé a Petén en varias ocasiones, por distintos períodos de tiempo, pero una de las más interesantes y tal vez de las más fructíferas fue cuando se me asignó montar una escuela de telegrafistas en la zona base, de donde saldría el personal que se incorporaría al equipo de Radio Rastreo.

Creo que fue en 1988; el Estado Mayor estaba bajo el mando del Comandante Rigo; el comandante Martín ya había salido del Petén, a hacerse cargo del Frente Sur “Santos Salazar”, que había sido golpeado seriamente por el enemigo y era necesario que alguien, con sus características, levantara a la fuerza.  La proyección estratégica que se tenía de ese frente era grande y no había que abandonarlo. Haber enviado a Martín era una prueba clara de la visión estratégica que se tenía para aquella zona; él era una pieza clave.

En Petén se responsabilizó al comandante Gary de la estructura de inteligencia y comunicaciones; no tenía las mismas cualidades de Martín, pero era un guerrero, con capacidades militares, se había formado como combatiente, junto a al teniente Arturo, Belarmino, Martín, Manuelito y otros, que hicieron historia; su fidelidad a la comandancia y su fe en el triunfo de la revolución, eran inquebrantables.

Aunque Gary era el jefe principal, tanto de inteligencia como de comunicaciones,  tenía bajo su mando directo al equipo de Radio Rastreo, mientras que el sargento Pesarozzi era el responsable de las comunicaciones, junto a Alex y Ruperto.

Cuando entré pasé por un campamento de población en resistencia, donde las familias nos recibieron con rimeros de tortillas y frijoles parados;  había mucha hermandad y de cualquiera de las humildes casas, hechas de guano, nos llamaban para acompañarlos a comer.

Ahí conocí a Diana, estaba de paso, con la gente que había ido a encontrarme; me llamó la atención su “porte y aspecto militar”; había mucha pulcritud en su forma de vestir, su uniforme verde olivo, casi nuevo, su cabello recogido hacia atrás y una trencita que caía por un lado, de la que le colgaba un moñito; morena, risueña, con un suave toque de maquillaje, pero lo que más llamaba la atención de aquella adolescente eran sus grandes ojos negros, enigmáticos y su lunar junto a la boca.  Estaba para foto.

 Diana se integró a la Escuela de telegrafistas, junto a una hermana más pequeña; Evelia y su hermana; Leo Dan, Víctor cazador, Maritza e Isabel, eran el resto de alumnos y alumnas.

Era un equipo pequeño y no todos y todas tenían la misma voluntad y deseo de aprender; era el caso de la hermanita de Evelia, no recuerdo su nombre, pero tendría unos 12 años y lo que ella quería era seguir durmiendo; es más, se quedaba dormida sobre el cuaderno e incluso soltaba uno que otro aire sonoro, que no sólo la despertaba sino que provocaba las risas del resto de estudiantes.

Sólo Evelia se enojaba con su hermana; le llamaba la atención y le decía que tenía que poner de su parte para aprender y aportar a la revolución.

Ellas habían ingresado a la montaña unos meses antes, procedentes de Campeche, del campamento de refugiados en ese estado mexicano. Ya con la edad suficiente habían decidido alzarse.

Cuando Evelia llegó se puso como seudónimo “Aremy”; pero creo que en menos de un mes se cambio de nombre y es que, para variar, la mayoría de compañeros jodían a más no poder y casi siempre andaban buscando dobles sentidos a las cosas, era una manera de sobrellevar la difícil vida guerrillera; había que estar alegres y bromear, siempre y cuando no se dañara ni afectara a nadie.

Pero a la pobre “Aremy” la sacaron de sus casillas y uno de los que más fregaban era el propio comandante Gary; le decía  “hoy Are-my hamaca más temprano”, “hoy busca A re my tercio de leña rumbo al norte” y bueno, para todo había un “Are my”, hasta que no aguantó y se puso Evelia.

Víctor cazador, también se aburría en clases; su vocación era de combatiente, pero por alguna situación especial lo tenían ahí, aprendiendo telegrafía y comunicaciones.

No se me olvida un día de esos que se desesperó en clases, como a las 11 de la mañana y pidió permiso para ir a una milpa cercana, a ver si encontraba algún animalito y salió, con el rifle 22. En menos de media hora venia doblado, por el peso de un venado que traía en la espalda. Suspendimos las actividades y nos incorporamos todos a destazar al venado y repartir la carne.

Fue en esa oportunidad que construyeron un horno, con barro y  piedra, sobre un tapesco resistente de un metro y medio de altura; había elotes y se les antojó que hiciéramos pan de elote; habían juntado unas 50 latas de sardina.  También se me asignó la fabricación del bendito pan. Yo nunca había horneado en ese tipo de hornos y desconocía la cantidad de fuego y brasa que debía llevar, pero me di a la tarea y fabricamos el pan. 

Salió bastante bien y nos tocaron unos tres o cuatro panes a cada uno.   Un detalle de esa experiencia fue que dejé mi ración sobre la mochila, debajo de mi hamaca y a eso de la media noche escuche ruido; descubrí aterrorizado que eran unos tres o cuatro ratoncitos.  A como pude los asusté; envolví en un pañuelo lo poco que me dejaron y lo guardé dentro de la mochila.

De mis alumnos y alumnas aprendieron casi todos; de ocho “perderían el curso” unos tres, cantidad con la que, en definitiva me di por satisfecho.

Diana, Isabel y Leo Dan ya trabajaban en RR, por lo que para ellos fue más fácil poner en práctica los conocimientos adquiridos.