miércoles, 17 de agosto de 2011

El inicio de las acciones

IX


Las operaciones dieron inicio en el “Santos Salazar” bajo el mando del capitán Leandro y fue necesario movilizarnos más seguido de un campamento a otro; era peligroso mantener el mando en un solo lugar, no sólo porque también se incrementaba el accionar enemigo, que buscaba destruirnos, sino porque poníamos en peligro a la base social.

Leandro puso en práctica todos sus conocimientos guerrilleros; fueron tomadas aldeas, caseríos y municipios, en distintos momentos, principalmente en días de mercado o de fiesta, cuando más habitantes se encontraban congregados.

Para el ejército era contraproducente esta actividad guerrillera, porque además de ser una forma de llamar su atención,  cada día eran más personas las que se identificaban con la lucha revolucionaria y consideraban que el ejército era incapaz de acabar con una fuerza que parecía pequeña.

El Frente en aquel momento no pasaba de 30 hombres y mujeres, en su mayoría con una trayectoria de años, en distintos frentes, principalmente en el regional norte “Capitán Andrócles Hernández”, pero también se había conformado con destacados combatientes del “Tecún Umán” y era práctica constante que subieran compañeros y compañeras del frente urbano, por temporadas de tres, seis meses o un año.

Había algo que me inquietaba. Leandro participaba en casi todas las acciones, tanto en las de menor, como en las de mayor riesgo. Las condiciones del terreno eran complicadas para el combate, no sólo por la topografía agreste y con poca vegetación, sino porque todas las propiedades, incluso la más pequeña, estaban cercadas.

Unos meses antes de la llegada de Leandro, Sitín y su escuadra tuvieron un fuerte enfrentamiento con una unidad del ejército en los pastizales del otro lado de la carretera, con dirección al mar.

En esos momentos era que se ponía de manifiesto la condición física de los combatientes; un enfrentamiento en condiciones realmente desventajosas: bajo el intenso sol y sintiéndose perseguidos por soldados con mayor capacidad de fuego.

Contaba Sitin que aquella había sido una de sus peores experiencias: correr, brincar cercos o cruzarlos rápidamente por abajo y por momentos voltearse para disparar y ver que los soldados gritaban como locos tras ellos, cada vez más cerca.

La boca y la garganta se secaban al extremo del dolor y un fuego intenso quemaba las piernas de los combatientes, pero la lucha por la vida era más grande. Dos compañeras, María y la Chaparrita participaron en esa acción, corrían y cruzaban los cercos como todos.

Pero María fue herida en la espalda y no logró saltar el último cerco.  Nada pudieron hacer por rescatarla el fuego enemigo era nutrido y tratar de sacarla habría significado perder a uno o dos combatientes más.


X


Con la intensificación de las acciones guerrilleras en la zona, el enemigo fortaleció el destacamento del municipio de Pasaco, del departamento de Jutiapa, a unos 20 kilómetros de donde nos encontrábamos, pero también instaló nuevos destacamentos, uno en la finca Las Marías y otro en la aldea Nancinta, cercana al río Margaritas y con caminos vecinales hacia distintos puntos.  Un lugar estratégico.

Leandro preparó con tiempo un ataque al destacamento de Nancinta;  contábamos con información de sus comunicaciones y de la población.  Logramos reclutar a jóvenes campesinos, identificados con la lucha revolucionaria, que no estaban alzados, pero que fueron preparados militarmente y se incorporaban en algunas acciones para fortalecer nuestro poder de fuego.

Todo estaba bien preparado, pero falló la detonación de tres minas que habían sido colocadas en la entrada al destacamento y en una de las garitas de vigilancia.  Esto fue lamentable, porque se perdió el golpe inicial y el momento oportuno de la operación.

Leandro se había emboscado, junto a otro grupo de combatientes, frente al destacamento, del otro lado de la carretera;  el ataque había sido planificado para iniciar a las 4.30 de la mañana, antes de que la tropa enemiga fuera llamada a formación.  Pasó la hora de la detonación de las minas; el capitán todavía espero unos minutos, luego dio la orden de abrir fuego.

El enemigo respondió al fuego; se sostuvo el combate durante más de 15 minutos, hasta que ese dio la orden de retirada.  Eran tres unidades, debían salir por distintos lugares y una hora más tarde encontrarse en el punto establecido.

Sin embargo una patrulla enemiga se encontraba realizando una operación de control y vigilancia y regresaba procedente del puente hacia el destacamento.  Coincidentemente esa era la ruta de escape de Leandro, que junto a tres compañeros más se dirigían rápidamente rumbo al puente, del otro lado del cerco.

Fue al momento de salir hacia la carretera, cuando se encontraron casi frente a frente con los soldados, quienes no dispararon al verlos, pues la falta de visibilidad les impedía reconocer si se trataba de amigos o enemigos.  Leandro en cambio si los identificó y con esa agilidad que lo caracterizaba abrió fuego y brincó el cerco de inmediato, gritando al mismo tiempo a sus combatientes, que lo siguieran.  Fueron perseguidos durante más de media hora por aquellos pastizales, que se convertían en verdaderas trampas de púas.

Lograron perder a los soldados y llegar al punto de encuentro mucho más tarde de lo acordado.  Incluso fueron vistos por hombres y mujeres que únicamente sonreían satisfechos de verlos con vida.


No hubo bajas de ningún bando; un compañero de la base pasó frente al destacamento, rumbo a su trabajadero y corroboró que se habían registrado daños de alguna consideración, pero nada más.  Sin embargo, esto era lo visible, lo concreto.  En la mente de los soldados y de algunos oficiales se cimentó el temor a una guerrilla que podía atacar de día o de noche bajo el mando de un capitán que empezaba a ser leyenda.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Noches claras y avistamientos


VII

"... la misma noche que hace blanquear los mismos árboles, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos".
Quien haya dicho que las noches sin luna son las más oscuras dijo una gran mentira. No es cierto, al menos no en esta parte del país y en la cima de un cerro alto, desde donde las luces de los candiles y fogones de las casas eran difícilmente apreciados; no se veía ni siquiera el reflejo de las luces de la ciudad más cercana.

Las estrellas se veían grandes y luminosas.  Era otro paisaje, un paisaje nocturno; las estrellas bañaban de brillo los árboles y caminos. Aprendí a ubicar el Arado, las Siete Cabritas, La Osa Mayor, La Osa Menor;  Júpiter, Marte, Venus.

Las noches de luna eran otro espectáculo; era tal la claridad, en noche de luna llena, que comprendí perfectamente por qué se decía que la noche estaba ¡como para robar gallinas!.

Algunas veces caminamos, tanto con luna llena, como en noche de estrellas;  siempre tenía dificultades para caminar en estas circunstancias, por las condiciones del terreno. En las noches oscuras se utilizaba la linterna poco o nada.

Si bien la noche sin luna también era clara, durante las caminatas había que pasar por zonas boscosas y pedregosas, donde se perdía la visibilidad.  Fue una de esas veces que iba yo detrás de Leandro, tropezando con cada piedra que encontraba.  Íbamos sin usar linternas, tan sólo con el tenue brillo que nos regalaban las estrellas.

Veía que Leandro colocaba cada pie en el lugar justo, donde debía dar el paso para no caer o tropezar con alguna piedra.  –Mano ¿cómo le haces?.   Sonreía.  –Es fácil; sólo tenés que fijarte dónde puso el píe el compañero al que seguís.

Varias veces me golpeé con alguna piedra puntiaguada o caí de rodillas hasta romper los pantalones; otras, me quedó atorado el pié en algún agujero y gracias a la bota militar, amarrada hasta la altura de la espinilla, no me fracturé.

VIII


En el campamento más alto donde estuvimos tuve la oportunidad de observar bellos paisajes, tanto de día como de noche.  Desde apreciar la intensa luz de Júpiter, hasta ser testigo de la caída de alguna estrella fugaz o lluvia de estrellas.

Sin embargo, tuve tres avistamientos extraños.  De esos, que muchas veces al escucharlos, no se puede dar crédito. Uno de ellos, más impresionante y extraño.

La primera vez fue a eso de las 6 de la tarde, aún con la claridad del día. Vi una lespecie de nave que surcaba el firmamento de norte a sur, con mucha más velocidad que un avión y mucho más rápido que un satélite.  En esos lugares es común ver algún satélite que se mueve despacio de un lugar a otro.  Pero esta luz era diferente. Iba tan alto que impedía hacer una valoración más exacta.  ¿basura espacial?.  Talvez.



El segundo avistamiento fue más natural.  Logramos disfrutar, con todo su esplendor, del cometa Shomaker Levy;  fueron días y noches de tenerlo frente a nosotros, hasta que desapareció. Impresionante, único.


Pero la tercera vez fue algo mucho más extraño, hecho del que varios fuimos testigos.

Ocurrió a eso de las 19 horas. Era una noche sin luna y con pocas estrellas. Mientras comíamos, platicábamos y escuchábamos radio.  Fue entonces que a la izquierda del Volcán Tecuamburro aparecieron tres luces que en pocos segundos se alinearon; luego desaparecieron; tuve la sensación de que tomaron con rumbo al mar.

Lo más extraño fue que escuchamos en las noticias que a esa misma hora habían sido vistas tres luces en el cielo huehueteco; luego, en información internacional, México daba cuenta de similar avistamiento, en el mismo horario.

Eran de esas extrañas cosas que se pueden apreciar en lugares como estos, pero principalmente en alturas como en la que nos encontrábamos y con los cinco sentidos a cualquier situación que pudiera representar un riesgo para nuestra seguridad.

lunes, 8 de agosto de 2011

Leandro y el inicio de los cambios


V



Leandro tomó el control del frente.  Fue cuestión de dos o tres semanas para que conociera el área y que lo presentaran ante los principales colaboradores, que no eran pocos;  eran muchos hombres y mujeres, que sabían que estábamos cerca y se sentían protegidos.  En la zona era común que por temporadas grupos de cuatreros se robaran el ganado, pero la presencia de la guerrilla los alejaba o al menos disminuía su accionar.

En más de una ocasión nos alertaron de algún robo y dos o tres de nuestros compañeros salieron tras la huella de los cuatreros;  los ladrones, armados, iban en caballos, lazaban a dos o tres novillos y los llevaban rompiendo monte hasta llegar a algún camino vecinal donde los esperaban con vehículo.   Sin embargo, al sentirse perseguidos por la guerrilla preferían abandonar a los animales.

Fueron esos detalles, junto a la relación estrecha con las familias, que favorecieron y consolidaron la base social en toda esa parte del suroriente del país.  Era tan estrecha la relación con la población,  que pocas veces comíamos tamales.  Desde muy temprano se oía que en alguna casa cercana torteaban;  A eso de las 6 de la mañana, en un punto intermedio, entregaban el valioso cargamento. Las tortillas del día.

En otras ocasiones subían de otras casas, con tortillas, alguna gallina cocida y huevos duros.  Además llevaban información sobre los movimientos del ejército y de sus informantes.  Desde la cima de la montaña teníamos una amplia visibilidad: la carretera CA-2, el puente cercano a la aldea Nancinta; del otro lado, teníamos visibilidad completa del camino de terracería hacia San Juan Tecuaco y a la derecha el imponente Volcán Tecuamburro. Hacia el sur, el Mar.  Podíamos observar grandes barcos.


VI

Sin embargo, contar con esa majestuosa visibilidad tenía su costo: el agua nos quedaba bastante lejos.  Había que bajar en parejas a un nacimiento, que por cierto, era una bendición, porque en esta zona del país la vegetación es mínima y el calor es intenso, muy intenso, principalmente entre marzo y abril; el agua es escasa.

Entonces, cada vez que bajábamos a traer agua era por algo; no se podía ir por un galón, menos por una cantimplora; había que ir con depósitos de 25 litros, para cocinar y beber.  Debíamos bajar con mucho cuidado, ir vigilantes, cruzar alambrados arrastras. Aunque teníamos visibilidad y contábamos con información de primera mano, no nos confiábamos, sabíamos que el enemigo también tenía sus fuentes y podía burlar nuestros controles.  En el ojo de agua bebíamos un poco, llenábamos los bumbos y regresábamos.  Subir era otra historia: era realmente desesperante y cansado.


Algunas veces se nos escapaba Leandro con uno de los bumbos; iba y regresaba en menos de veinte minutos; el mismo trayecto que otros hacíamos en casi una hora.  Regresaba, sudando a chorros, con una sonrisa de oreja a oreja.  Se secaba el sudor con su paliacate.  Era su forma de dar el ejemplo.  –Vos mano, ¿Cómo te vas así solo?.  –Puta Chejo, si no pesa;  beban pues, porque para eso la traje, ahorita que viene fresquita.

Otras veces bajaba a recoger tamarindo de unos árboles que teníamos a las faldas del cerro.  Subía, les sacábamos la pulpa y hacíamos fresco para todos.

Durante el día buscábamos cómo cubrirnos del sol debajo de chaparros y conforme se movía el astro rey también nosotros nos movíamos, para aprovechar la sombra.

El sol directo nos dejaba hasta las 6 de la tarde, cuando parecía sumergirse bajo el mar, pero el calor extrañamente aumentaba, al punto de la desesperación. Sofocante. 
El baño era un alivio. Bajábamos al nacimiento de agua en grupos pequeños, de tres o cuatro compañeros; sacábamos agua con algunos galones y nos metíamos al monte, para no dejar huella.

viernes, 5 de agosto de 2011

Vámonos al "Santos Salazar"


III


Fue en esa época que se me ordenó hacerme cargo del equipo de Radio Rastreo en el frente Santos Salazar y al sargento Pezarossi responsabilizarse de las comunicaciones.

Viajamos juntos a Tapachula, frontera con Guatemala e ingresamos por el puesto fronterizo Tecún Umán, donde tomamos un bus que nos llevó a Escuintla; era una tarde lluviosa, recién había amainado el torrencial y por las calles de la Ciudad de las Palmeras corrían impresionantes ríos; la lentitud de los drenajes permitía que muchas casas se inundaran rápidamente.

Tomamos otro bus con destino a Chiquimulilla, Santa Rosa, el punto de encuentro con Merly.  Los abrazos y felicidad mutua, inolvidables; nos dirigimos a tomar otro bus, esta vez descenderíamos en las cercanías de la finca Las Marías, para ingresar a territorio del Frente.

Merly era dueña de la situación se movía en el área como cualquier persona del lugar.

Ingresamos por un camino, con poca vegetación, con cercos de lado y lado y talanqueras más adelante. Aquí, a diferencia del frente norte, debíamos acostumbrarnos a ver constantemente a la población.

Llegamos a una humilde casa de colaboradores, donde tomamos un poco de café y esperamos que oscureciera.  A eso de las 18.30 iniciamos de nuevo la marcha, esta vez cruzando los cercos por abajo. Llevábamos linternas, pero Merly nos enseñó a cubrirla casi totalmente con la mano y no alumbrar hacía arriba; la luz debía dirigirse directamente hacia los pies, únicamente para ubicar el camino.  Sin embargo, también había puntos de la ruta donde la orientación era totalmente diferente: -En este tramo alumbren para arriba y para los lados- nos dijo.  A esta hora todavía pasan estudiantes por acá, que regresan de recibir clases.

Más adelante, nos encontraron dos compañeros y desde ahí ingresamos a un área un poco más tupida de vegetación. Eran casi las ocho de la noche y de una vez nos llevaron al lugar donde pasaríamos la noche.  Tuve que olvidarme de colocar mi hamaca de árbol a árbol; en esta zona pocas veces lo lograría.  El equipo aquí se usaba diferente y era más fácil tender un nylon y acomodarse en el terreno.


IV


Nos dirigimos al día siguiente hacia el campamento El Cantil; era el nombre de una de las serpientes más venenosas de la zona, junto a la cascabel y el coral; en el lugar habían encontrado a más de una de esas víboras.

Ahí esperamos unos días que llegara Leandro; no lo conocía, ni siquiera había escuchado hablar de él; sólo sabía que era un buen jefe y que muchos de los compañeros habían estado con él y lo respetaban.

Leandro llegó luego de haberse reunido con el comandante en jefe; sus instrucciones eran precisas: era necesario levantar el frente sur y dar golpes al ejército, de manera que la correlación de fuerzas en la mesa de negociación, estuviera a nuestro favor.

Leandro era un joven de unos 28 años, originario de Petén, moreno, con un bigote grueso, pero barba poco poblada. Cabello negro, un poco colocho; medía 1.70 aproximadamente. Llevaba consigo heridas de guerra casi por todas partes del cuerpo; en una mejía, en las pantorrillas, en el vientre y en la espalda. Sitín siempre decía que a Leandro le “hedía la vida”, una manera un poco rara de referirse a la temeridad del compañero; Sí, de esos temerarios que al Comandante Nicolás Sis no le gustaban; sin embargo, ahora era un guerrillero maduro y con experiencia, responsable de su tropa.


Su carácter y sus métodos permitieron que en  poco tiempo todos lo respetáramos.  En breve iniciaría el accionar.

martes, 2 de agosto de 2011

El Frente Sur Santos Salazar, 1993-1995


I

Nunca sabremos qué pasó por su mente en aquellas últimas horas de su vida, en aquellos últimos minutos.

Eran casi las 4.50 de la mañana, el sargento Sitín y los tenientes Silvio y Pancho se despidieron de él, de Merly y Pezarossi;  iban con sus respectivas patrullas a cubrir los puntos que les correspondían.

Vieron al Capitán Leandro con una actitud parsimoniosa, acuclillado frente al fuego. Calentaba café.  Sonrió, les dio las últimas recomendaciones y les dijo que en un momento iniciarán la marcha.

Merly preparó su mochila; tenía algunos meses de haber pedido su traslado a los servicios médicos; sabía que tenía capacidad y conocimientos para aportar en ese campo.  Pezarossi era el jefe de comunicaciones; llevaba equipo de radio para transmisiones de larga distancia; además tenía bajo su mando la coordinación operativa en las comunicaciones interescuadras.

Borraron huella y se dispusieron a subir a la cima del cerro, donde coordinarían el operativo.  Leandro se colocó su mochila y pidió también la de Merly;  se puso al frente, no era lo correcto que el jefe hiciera eso:  ponerse en la punta de la unidad y con doble carga.  Pero sólo eran tres: él, Merly y Pezarossi. Su actitud de guerrero temerario salió a flote.

Debían ascender unos 150 metros.

Todo hubiera sido diferente de no haber apagado el radio; el equipo de Radio Rastreo había cumplido su función y contaba con información urgente.   Arriba los esperaban unos 20 soldados al mando de un oficial kaibil, que sonreía esperando el momento del aniquilamiento.


II

En 1993 cayó el comandante Martín en una casa de seguridad de Ciudad San Cristóbal; él había sido uno de los precursores de la intercepción de las comunicaciones enemigas en Petén, donde logró ubicar los rangos de frecuencia que utilizaban; los horarios y los métodos de codificación de sus mensajes y el tiempo de uso de las claves.  Por sus cualidades como jefe guerrillero y conocimientos, fue asignado por la comandancia de las FAR para levantar el Frente Sur, que unos años atrás había sido golpeado y casi desaparecido.  Se le dio la oportunidad de llevar cuadros militares de su mayor confianza.  Fue así como llegaron Silvio y Pancho, Sitin, Alcides, Cheje, Rafael y Merly, entre otros compañeros y compañeras.

Sin embargo, su caída en la ciudad de Guatemala, junto con un valioso y voluminoso arsenal, dejó al frente nuevamente en situación de debilidad.

Los planes que había para el frente sur eran muy importantes; el nivel  y cualidades de los cuadros militares trasladados para aquella zona eran muy altos, pero era necesario enviar a un nuevo jefe.  Fue así como llegó el teniente Egidio, procedente del Frente Tecún Umán, de donde también se llevó a un grupo de valerosas y valerosos combatientes.

El teniente Egido fue ascendido a capitán y se cambió el seudónimo por el de Ixbalanqué, con el fin de emular al desaparecido capitán Ixbalanqué, legendario jefe guerrillero del Tecún Umán, caído en una emboscada.

Sin embargo, el nuevo capitán Ixbalanqué tuvo problemas de comunicación con la fuerza, su falta e capacidad la trataba de esconder con prepotencia y sanciones, lo que incomodó a los mandos medios.   Por si esto fuera poco,  en esos días varios compañeros contrajeron el Cólera;  la enfermedad se había convertido en una epidemia nacional y la guerrilla también estaba propensa.

Ixbalanqué contrajo el virus y estuvo a punto de morir; en pocas horas el hombre alto y fuerte desapareció, por una persona con apariencia de anciano, con la piel arrugada y casi pegada a los huesos; los vómitos y la diarrea eran tan continuos que una hora más y hubiera muerto.

Fue llevado hasta la carretera, donde una unidad de compañeros de la guerrilla urbana lo llevó en vehículo al hospital nacional de Escuintla, donde le salvaron la vida.

Ixbalanqué ya no regresó al Frente Santos Salazar y la situación nuevamente se puso difícil, aunque en menor cuantía.  La capacidad de Sitín, de Pancho y de Silvio se puso de manifiesto.  Trabajaron con la base social y lograron un buen número de colaboradores.

Había que esperar ahora la llegada del nuevo jefe del frente:  el Capitán Leandro.