miércoles, 23 de mayo de 2012

Argelia


Era una señora en toda la magnitud de la palabra.  Argelia fue la primera persona que en enero del año 82 identifiqué como militante revolucionaria.  Era la representante de las FAR en Nicaragua y fue quien me mostró la línea política de la organización, pero no me la dio solo para que la leyera; se tomó el tiempo de reunirse conmigo para analizarla y aclararme dudas.

Siempre andaba ocupada, en reuniones con la comandancia, con representantes y jefes guerrilleros de El Salvador, Honduras; con militantes revolucionarios de Costa Rica y encargados del Ministerio del Interior de Nicaragua.  Era una mujer muy preparada que cumplía fielmente el cargo diplomático que la investía.

Algún sábado o domingo la vi relajarse un poco; regar su jardín, tirarse al césped, sonreír y jugar con algunos niños nicaragüenses que llegaban para que se les regalara un poco de agua. Era una mujer bella, de hermosa sonrisa y grandes ojos avellanados, de piel clara y cabello castaño.

Nunca evidenciaba ante los demás el dolor que llevaba por dentro. 

Su esposo y su hijo habían muerto en un atentado automovilístico dirigido contra ella, en 1975; su hija adolescente había sido secuestrada, torturada y violada, en 1979, aunque finalmente fue dejada con vida.

Fue catedrática universitaria, abogada laboralista y asesora sindical de la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y del Comité Nacional de Unidad Sindical (CNUS).

Argelia ya había tomado una decisión sobre su futuro y estaba en todo su derecho de hacerlo.  Regresaría a Guatemala y se incorporaría a alguno de los aparatos clandestinos de la organización, para continuar la lucha.  Ella sentía que el deber la llamaba y que ese deber era en la Patria, junto a su gente.


La vi partir en marzo del 83.  Iba con la frente en alto y la mirada al horizonte; tranquila, relajada.   Ella sabía que podía caer, pero su decisión ya estaba tomada y jamás daría un paso atrás.

El 25 de marzo fue capturada, a su ingreso por la frontera de Tecún Umán; una pequeña caja con información comprometedora la delató; aunque la habían llegado a recoger dos compañeros, en el primer interrogatorio los desvinculó; dijo que eran personas que se había encontrado en el camino, que no tenían ninguna relación con ella. Finalmente fueron dejados en libertad.

Posteriormente fue traslada al Puesto de Avanzada de Combate Santa Ana Berlín, en Quetzaltenango, donde fue sometida a crueles torturas y vejámenes;  ni las influencias de su padre, general del ejército, pudieron salvar su vida.  Cuentan que perdió la memoria.  Su cuerpo jamás apareció.

A finales de aquel marzo del 83 nos llegó la notica.  Argelia había caído.  Estuve solo, en el jardín, sentado en una piedra junto a un árbol. La recordaba sonriente.

Esas fueron las primeras lágrimas que derramé por tantas compañeras y compañeros, hermanas y hermanos de lucha, que vi caer durante el conflicto armado en Guatemala.

lunes, 21 de mayo de 2012

La compañera Tita


Cuando llegué a Costa Rica en noviembre del año 81 empezaron a cambiar muchas cosas en mi vida.   Mi avidez por la lectura se profundizó y devoré valiosas obras de literatura soviética, cubana, guatemalteca, nicaragüense; enriquecedores testimonios de hombres y mujeres de nuestra América:  “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia;  “Si me permiten hablar”, historia de Domitila Chungara en las minas de Bolivia; “El Diario del Ché” y “La montaña es algo más que una inmensa estepa verde”, entre muchas otras.

Me impactó mucho la biografía de Luis Augusto Turcios Lima, porque me llevó a calles y lugares que conocía; me enlazó con personas con las que apenas empezaba a tener contacto y con otras, que de niño pasaron por mi vida.

En San José conocí a Tita y su hermana gemela.  Para mí era una relación entre familias, de poca trascendencia, pero también era testigo de reuniones y conversaciones secretas, en las que no participaba. En enero del 82, cuando llegamos a Nicaragua la encontré nuevamente y tuvimos la oportunidad de vivir en el mismo colectivo, en una “quinta”, donde habían tres casas, todas habitadas por compañeros y compañeras de FAR.

Tita andaría cerca de los 40, pero no los aparentaba; es más, era una atleta; había practicado karate y no había mañana que no se levantara a realizar sus ejercicios matutinos.  Morena, de baja estatura, cabello corto y nariz aguileña. Sus movimientos eran rápidos y siempre andaba chequeándose y contra chequeándose.

Se encargó de que los jóvenes nuevos que estábamos ahí nos incorporáramos a las milicias sandinistas, donde aprendimos tácticas militares, arme y desarme, desplazamientos de combate, construcción de trincheras y pozos de tirador, pero sobre todo, disciplina militar.

Tita siempre estaba a la expectativa de la seguridad; aunque estábamos en territorio amigo, existía la posibilidad de que comandos guatemaltecos ingresaran y atacaran a los grupos revolucionarios; sabían que la comandancia general pasaba por algunas temporadas en Nicaragua.

Una noche, ya casi en horas de la madrugada, escuchamos pasos en un terreno baldío que teníamos enfrente. Tita se levantó, sacó su pistola, una pequeña CZ y gritó:  - ¡¿Quién anda allí?!.  No hubo respuesta, pero el ruido continuaba. Entonces sacó el arma por la ventana e hizo tres disparos al aire, que provocaron que alguien saliera corriendo y se alejara.

Y es que además de posibles “contras” o comandos guatemaltecos, había delincuencia común. El nivel de pobreza en Nicaragua, así como el rechazo popular que se había ganado la familia Somoza, habían llevado a la unidad de todos los sectores sociales, lo que finalmente fue clave para el triunfo de la Revolución, aquel 19 de julio de 1979.

Sin embargo, la pobreza y el hambre continuaron y se agravaron durante el gobierno sandinista, pues la mayor parte de sus recursos eran invertidos en la defensa de la Revolución; El gobierno de Ronald Reagan patrocinaba la guerra de “los contras” y aún más, impuso un bloqueo económico, que poco a poco fue agudizando la confrontación social.

En otra ocasión, a eso del mediodía, entró un desconocido al área de las casas;  había ropa colgada, de un grupo de combatientes del frente “Tecún Umán” que estaban de paso y no podían salir más allá del patio.  Por la ventana uno de los compañeros vio como el individuo escogió un de los pantalones que le pertenecía y se lo llevó.

Unos dos minutos después entró Tita, en la camionetilla Niva, de color mostaza que manejaba.  El compañero le dijo:  -Compa Tita, se acaban de llevar mi pantalón.  Luego de una breve explicación de los hechos, Tita tomó su pistola, subió al compañero al carro y le dijo: - Cuando lo veás me avisás.  Dos cuadras arriba de un puesto de la policía sandinista lo vieron. Tita autorizó al compañero a que lo agarrara y éste no escuchó dos veces.  Brincó de la Niva y con un ágil movimiento lo derribó y le dobló el brazo hacia atrás.  Lo subieron al carro y lo llevaron al puesto policial, aunque no presentaron cargos.

Tita era una mujer de armas tomar, comprometida con la lucha revolucionaria.

La vi hace poco en una reunión de ex compañeros.  La llamaron, en son de broma, “la ministra” y “la abuelita de la guerrilla”.  Me alegró mucho verla fuerte y sonriente, como en aquellos años.

jueves, 10 de mayo de 2012

Madres revolucionarias


Las guatemaltecas que se incorporaron a la lucha revolucionaria durante los años de la guerra tuvieron diversas causas para hacerlo, desde vivir el conflicto en carne propia, hasta adquirir la ideología del proletariado por conciencia social.  Hombres y mujeres vivimos en aquellos años un momento histórico del que era difícil aislarse.

Muchas de esas revolucionarias se enamoraron e integraron familias; en medio de limitaciones y adversidades se desempeñaban como madres; educaban y formaban a sus hijos e hijas e incluso les enseñaban a conspirar, para salvar la vida.

La mayoría de esas valerosas mujeres tuvieron que dejar a sus retoños por largas temporadas, incluso años, en aras de cumplir con las tareas revolucionarias.  Era necesario llevar el dolor por dentro;  tragaban sus lágrimas o derramaban algunas de ellas en el silencio de la noche.

Su consuelo era que luchaban para que esos hijos e hijas pudieran vivir en un mejor país, donde no sufrieran discriminación ni racismo; donde hubiera equidad en la distribución de la tierra y la riqueza; donde todos tuviéramos las mismas oportunidades.

Ellas sabían que en el camino podían perder la vida.  Lo aceptaban, conscientes que su aporte contribuiría al cambio y que su sangre derramada abonaría la Patria adolorida y alguien más levantaría el estandarte.

Hoy, que las recordamos con cariño y vivimos un escenario diferente;  otras madres alzan la voz, demandan cambios, denuncian arbitrariedades, acompañan las luchas populares.

Como antes, sueñan con una mejor Guatemala para sus hijos, para sus hijas.  

Madres amorosas y conscientes que inculcan en los suyos un pensamiento revolucionario.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El sobreviviente


Usted, compañero, que no traicionó a su clase,
ni con torturas, ni con cárceles, ni con puercos billetes,
Usted, astro de ternura, tendrá edad de orgullo, para las multitudes delirantes que saldrán del fondo de la historia a glorificarlo, a usted, al humano y modesto, al sencillo proletario, al de los de siempre, al inquebrantable acero del pueblo.

Otto Rene Castillo


En el llamado “Diario Militar” o “Dossier de la muerte” aparece  “Richard”, uno de los pocos sobrevivientes de 183 hombres y mujeres capturados entre 1983 y 1984, considerados un peligro para el país por pensar diferente, por creer que una Guatemala democrática y en paz era posible.

La ficha de de Richard es una de las más amplias; un breve y frío relato sobre su captura y posterior huída. 

Richard llegó a Nicaragua en el año 84. Llevaba consigo los traumas recientes, mucho dolor en el alma y cicatrices en el cuerpo.  En sus muñecas y tobillos aún quedaban gruesas costras y en el vientre y la espalda quemaduras de cigarrillos y de cables eléctricos, que aún conservaban un color rojizo.

De baja estatura, 1.68 aproximadamente, moreno, con lentes, nariz aguileña y bigote ancho. Callado, no daba apariencia al héroe, al valeroso revolucionario que había en él; aquel que antes de entregar a los compañeros y compañeras que conocía o morir a manos del enemigo, encontró una posibilidad para escapar y lo logró.

Entre el 83 y el 84 hubo una serie de capturas en la ciudad capital, en la llamada “ratonera”, pero fueron la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) y las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) las agrupaciones más golpeadas, así como lo que quedaba del llamado Movimiento Revolucionario del Pueblo IXIM, que fue desaparecido en su totalidad.

En ese período también fue capturado Silvio Matricardi Salam. Un dirigente magisterial que había decidido dejarlo todo por la lucha revolucionaria; para entonces jefe del frente sur “Capitán Santos Salazar”.

Richard había sido secretario adjunto de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), pero al igual que Silvio, su incorporación total al movimiento armado había sido más que necesaria; era la época del todo o nada.

Los años en que la represión y la contrainsurgencia fueron más intensas, motivaron cruelmente a  que muchos jóvenes estudiantes, maestros y obreros se alzaran con la voluntad de vencer o morir; con la esperanza de que al derramar su sangre abonaran aquella patria hermosa.

Como guerrillero era, en aquel momento, uno de los jefes del frente urbano.

Unas semanas antes de su captura habían preparado el ataque a una unidad militar.  Todo había sido bien organizado, pero en el último instante alguien lo reconoció como el otrora dirigente sindical; un viejo amigo lo saludó efusivamente en el momento menos indicado, lo que dio al traste el operativo.  Este  era uno de los riesgos menos esperados, pero sucedió y fue necesario reiniciar la planificación.  Ya no se concretó.

El día de su captura se dirigía a cubrir un contacto de emergencia en las cercanías de los campos del Roosevelt; miembros de su célula habían caído, pero era necesario encontrar una vía de escape.

Pasó por el punto de encuentro diez minutos antes de la hora, para determinar si el área estaba limpia.  No vio nada extraño.  Estacionó su vehículo un par de cuadras más adelante y caminó.  A la hora exacta llegó al punto indicado.  Había jóvenes que disfrutaban del espacio deportivo.

De la nada aparecieron cuatro individuos, claramente identificables como agentes de seguridad del estado, que se dirigían hacia él.  Trató de correr hacia el centro de los campos, donde únicamente se encontró a cinco o seis  más.  Era la táctica del Yunque y Martillo.

Fue detenido un 11 de marzo y de inmediato inició su martirio. 

Las primeras torturas fueron con quemaduras de cigarrillo; pero no encontraron la respuesta que querían: la ansiada entrega de más “subversivos”. Luego de un rato cambiaron el tipo de tortura.  Los tipos estaban preparados, eran profesionales, sabían que un dolor infringido durante mucho tiempo puede ser neutralizado mentalmente.  Pasaron a choques eléctricos.  Colocaban en sus piernas un cable positivo que provocaba una quemadura, pero cuando el cable negativo tocaba su piel su cuerpo brincaba y sentía morir. 

Perdió el conocimiento.  Lo despertó una sensación de ahogo.  Estaba desnudo.  Colgaba de una pared, boca abajo. Unos gruesos grilletes sujetaban sus tobillos.  Sus manos estaban atadas hacia su espalda mientras dos o tres individuos lo rodeaban; uno de ellos lo golpeaba en sus partes con un palo. Le pidieron romper con los dientes el madero, de lo contrario se lo meterían por atrás.  Y lo logró.  Risas de burla llenaban el ambiente.

Lo dejaron solo.  La sensación de asfixia, por la sangre acumulada en la cabeza, cada vez era más intensa. Era una muerte lenta.  La desesperación lo llevó a empujar su cuerpo para tratar de golpear su cabeza contra la pared y morir o perder el conocimiento, pero la adrenalina se lo impedía.  Más tarde soltaron los grilletes y dejaron que cayera de cabeza al piso.  Volvió a perder el conocimiento.

La noche fue larga; tenía fiebre y pesadillas.  Una fuerte patada lo despertó.  Al amanecer escuchó una corneta militar llamando a formación, lo que le permitió deducir que se encontraba en un cuartel del ejército.

Richard pensó que no soportaría otro día de suplicios, por lo que empezó a pensar en un plan. Hubo un momento en que lo dejaron sentado en el piso, con las manos atadas hacia adelante.  Una capucha negra cubría su rostro.  Pidió un cigarrillo a su custodio y éste se lo dio.  Se hincó frente a él, colocó el arma en el piso mientras le daba fuego.  Richard vio el arma sin seguro y la débil posición del vigilante y pasó por su mente empujarlo y disparar, pero no lo hizo.

Sin embargo, la determinación de encontrar una última salida fue más clara.

Informó entonces que el martes 13 de marzo tenía un contacto en la zona 10, por lo que lo dejaron tranquilo en espera de ese momento.

Antes lo llevaron a otra habitación donde tenían a Silvio Matricardi, con el rostro casi desfigurado por los golpes.  Los carearon.  A pesar de que se conocían como compañeros militantes de la misma organización y cómplices en operativos guerrilleros, ambos dijeron que nunca se habían visto.

Cuando lo llevaron al supuesto contacto sabía que era su última oportunidad para salvar su vida o para que finalmente lo ametrallaran y muriera.  En las cercanías de la Embajada de Bélgica dijo que unas jovencitas que se acercaban eran a las que esperaba.  Aprovechó el momento en que corrieron por ellas para abrir la otra puerta corrediza de la camionetilla tipo panel donde lo llevaban para salir corriendo en sentido contrario. En la parte de atrás había un segundo vehículo lleno de hombres armados que lo vieron pasar corriendo.

Las jóvenes ya no fueron detenidas.

Encontró la Embajada y logró saltar una verja de casi dos metros, pero sus perseguidores introdujeron las armas y dispararon, hiriéndolo en las pantorrillas.  Cuando casi alcanzaba la puerta principal de la sede diplomática otra ráfaga lo hirió en el vientre.  Pero entonces fue rescatado por el propio embajador.  Los militares se dieron cuenta del lugar donde se encontraban y se retiraron.

Días después Richard salió rumbo a Canadá, donde fue operado y unos meses después viajó a Nicaragua.