viernes, 8 de noviembre de 2013

El comandante en jefe

Comandante Pablo Monsanto


Era mediados de 1983. Monitoreaba en un Yaesu FT 77 emisoras guatemaltecas en onda corta; buscaba noticias sobre lo que acontecía. Radio Nahualá, Radio Chortí; surgían en el éter con relativa potencia, pero también se desvanecían, por la fuerza de otras emisoras o por la masiva acumulación de ruidos ininteligibles para el oído de un joven inexperto. La clave morse iba y venía; grupos de números dictados de cinco en cinco por computadoras.

En ocasiones escuchaba las conversaciones de los radioaficionadados; cualquier información era bien recibida.


Con una recepción dificultosa lograba captar “Chapinlandia, melodía y paisaje de nuestra más pura nacionalidad...”. Entonces me parecía ver a mi viejo, parado frente a su mesa, martillando sus cortes delicadamente, o sentado en su máquina. Aprendí con él a apreciar y sentir en lo más profundo de mí ser las delicadas notas de la marimba, pero entonces, en la lejanía de la Patria, era la música más bella del planeta. 

Mi mente se trasladaba a las calles de aquella Guatemala violenta; de represión y de muerte. Mi corazón se llenaba de emoción, pero también de miedo y se enaltecían las figuras de aquellos guerreros, en la ciudad y en el campo, que luchaban con todas sus fuerzas, en las condiciones más adversas, por construir un mejor país.

El aire acondicionado refrescaba esa oficina de Managua; afuera el calor casi llegaba a los 40 grados.


De repente entró la jefa y tras de ella aquel hombre fuerte, sonriente, con barba de candado y una elegante camisa Guayabera. Quedé petrificado en un instante. Sólo lo había visto en aquella foto ampliada; de perfil y con boina, en la selva petenera. Mi actitud pasiva no era el resultado de una muestra de irrespeto; al contrario, era emoción; una parálisis momentánea frente a uno de los principales líderes del movimiento revolucionario; además, desconocía si debía saludarlo de alguna forma en especial. 


Fue hasta que escuché: ¡Luis parate, es el Comandante Pablo Monsanto!, que me puse de pié, le di la mano y contesté, con nervios, sus preguntas sobre lo que hacía en aquel momento.


En él nació la idea del aporte que yo podía dar en aquel tipo de rastreos.


Mañana es su cumpleaños; mi saludo solidario y respetuoso, como entonces.

lunes, 15 de julio de 2013

La posta

La seguridad de un campamento guerrillero estaba garantizada por los métodos de vigilancia, los cuales variaban de acuerdo a la cantidad de combatientes, la zona en que se encontraba y la información que se tuviera del enemigo.

De cualquier forma la seguridad nunca podía relajarse.  Era la vida. Durante el día se colocaba posta y avanzadilla; generalmente se asignaba a combatientes con experiencia.  Además salían exploraciones. De noche participábamos casi todos, a excepción de algunos jefes, o compañeros que estuvieran en actividades estratégicas.

La posta nocturna empezaba a las 6 de la tarde. Entre las 6 y las 10 de la noche eran las mejores horas; de las 11 de la noche a la 1 de la madrugada era cansado y desesperante, pero a partir de las 2 de la mañana, hasta el amanecer, era lo peor.

La posta se colocaba en los lugares que representaban más riesgo; los más “pateados” o “trillados”, en campamentos grandes o donde pudiera tener más facilidad al enemigo para entrar.  

Cada posta era de una hora.  Una eterna y larga hora.

Pero la posta era algo más que la garantía de la seguridad y la vida de la guerrilla. Era formativa. El combatiente aprendía a que en aquel lapso de tiempo era el protector y vigilante de la vida de los demás, de quienes descansaban en sus puestos al resguardo de un sistema de protección colectiva, que debía funcionar.

Recuerdo mis primeras postas en Petén.  Me llevaron al lugar y me dijeron: —Chejo, por acá enfrente pueden entrarte “los cuques”; debes estar atento a cualquier ruido extraño y si oís pasos gritás: ¡seña!.  Te deben contestar correctamente, de lo contrario “volás verga”.

El reloj que se utilizaba en la posta era el que usaba el oficial encargado de la seguridad. No podía ser otro.

Pero como decía, la posta era formativa.  Las primeras horas no eran problema, pero después de media noche costaba mucho más despertar al siguiente turno. El compañero que entregaba debía esperar que quien recibía estuviera vestido, de pié, además de darle en la mano el reloj y la lista de turnos.  Eso era suficiente para agarrar camino hacia el puesto y descansar.

Pero no siempre se cumplía con este procedimiento.

Eran 60 minutos de desgaste y desesperación que ponían a prueba la calidad humana, la disciplina y entrega revolucionaria.

El que recibía tomaba camino al área de posta. Los ruidos comunes de la selva copaban el ambiente.  Lo primero que hacía era ver el reloj.  En ocasiones, luego de escuchar y sentir la inmensidad de la selva, de comprobar la profundidad de sus tinieblas, volvía a ver el reloj. La aguja minutera parecía no haber avanzado nada.

Era necesario ponerse a pensar, primero en qué hacer si el ejército entraba por ese punto. ¡Dos, tres tiros y salir corriendo!.  Los combatientes en sus puestos saltarían de inmediato y harían su trabajo. Pero también se pensaba en la lucha, en las tareas y sacrificios que debíamos afrontar para alcanzar nuestro objetivo. Lo mucho que nos faltaba estudiar para ser tomados en cuenta en un futuro gobierno revolucionario.  Pensábamos también en los amores. En lo difícil que era consolidar una pareja. Parte del corazón del guerrillero se volvía frío y existencialista. Aprendíamos a vivir el momento. Sabíamos que lo que hoy era, mañana ya no.

Volvíamos a ver el reloj y apenas habían avanzado 20 minutos.

Algunos compañeros eran vencidos por el cansancio o el sueño. Sucedía en ocasiones que el que entregaba la posta solo esperaba que quien recibía diera muestras de estar despierto y sin esperar que se levantara metía bajo su pabellón el reloj y la lista.  Este era un error de quien entregaba; una irresponsable actitud en la premura de tenderse en la hamaca.  También pasaba que en la posta algunos compañeros adelantaran el reloj, diez, veinte minutos, para dormir un poco más; pero siempre se averiguaba quien había sido el culpable y debía ser sancionado.

Se aplicaban correctivos, como no entregar la posta en el puesto de quien recibía, sino esperar que se levantara y llevarlo directamente al punto de vigilancia.  Se cambiaron los relojes de agujas por los digitales y en condiciones de mayor riesgo un oficial se levantaba a distintas horas de la noche para garantizar que la posta estuviera alerta.



Nunca olvido al Teniente “Manuelito” cuando, con aquel andar sigiloso, apareció a mis espaldas. —¿todo tranquilo, Chejo?.   — Si Teniente, todo sin novedad.
Teniente "Manuelito"

miércoles, 15 de mayo de 2013

Martín Carmona, el sargento “Malela”


Un pequeño tributo a un compañero que fue consecuente con su forma de pensar y de ser, en las buenas, en las malas y en las muy malas… hasta el final de sus días.

Martín Carmona era su nombre legal, pero en los tiempos de la lucha revolucionaria lo conocimos como “Malela”.

Luego de ser combatiente pasó a formar parte del aparato de Logística; era uno de aquellos héroes anónimos que sorteaba la vida a diario por las carreteras guatemaltecas y zonas fronterizas, cercanas a los frentes guerrilleros, para llevar distinto tipo de vituallas militares, armamento y municiones.

Siempre con una amplia sonrisa y sus ojos achinados; mostraba optimismo ante la vida.

Su carácter y fortaleza fueron puestos a prueba en innumerables momentos y situaciones peligrosas, pero la más difícil fue aquella cuando un comando del ejército mexicano les hizo el alto. Tres hombres y una mujer jóvenes, en un pequeño camión, podrían ser sospechosos, pero todo estaba en regla, los explosivos y armamento debidamente escondidos.

A pesar de ello hubo una pequeña falla. Uno de los compañeros llevaba en un ataché documentos de la organización; algún croquis y planificación militar. A los soldados les pareció extraño que siendo camioneros llevaran portafolio y procedieron a registrarlo. Eso fue todo.  Ninguna “pantalla” aguantaba con aquel error.

Todos fueron bajados del vehículo e interrogados.  Hasta ese momento no habían encontrado nada. Un oficial de alto rango mandó a que se descubriera, como fuera, si el camión tenía doble fondo.  David gritaba asustado que no golpearan el vehículo y uno de los militares le pegó una cachetada, molesto por su insistencia; aclaró que si lo hacían volarían en pedazos.

Entonces David se acercó y abrió el buzón.  El oficial sudó nervioso, de lo que pudo haber pasado.

Fueron trasladados a una cárcel mexicana, donde estuvieron detenidos cinco años y nueve meses.

Ahí también forjaron carácter y se ganaron el respeto de los reclusos, a quienes ayudaban a leer y escribir, además de poner orden en las rutinas diarias y crear un sistema de organización.

Con la firma de la paz fueron liberados por el gobierno mexicano y retornados a Guatemala, donde se reincorporaron a la vida social, aportando al bien común desde la finca de desmovilizados, en el sur del país.

Malela seguía sonriente, con algunas canas, pero con mucho ánimo todavía por aprender cosas nuevas que redundaran en el bienestar colectivo.

Una enfermedad aceleró su partida.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) V final


Y peor si después se pegó una gran hartada de esas que lo dejan a un soñoliento.  ¿A saber cuántas tortillas se comió? ¡saliditas del comal, con queso… o con sal.  “Barriga llena corazón contento, sueño profundo y me vale el mundo”. Comandante Rigo


parte cinco y final



En eso estábamos cuando se aproximó una luz hacia nosotros.  Era Chayo. Todos los días se levantaba a las cuatro de la mañana y ponía un programa de música ranchera en una radiodifusora hondureña y nos increpó —¿Qué pasó mucha?, ¿Quién de los dos se durmió en la posta, porque a mí no me despertaron?

Pensé por un momento y finalmente dije —eso estamos discutiendo con Herber; me dolía la cabeza y creo que me dormí. Aquel acaba de despertar y vino a preguntarme por qué no lo levanté a las 10.

El Capitán Androcles  me llamó a una reunión con todos los compañeros.  Me preguntó ¿usted se durmió en la posta?  — Si. — Y si tenía sueño o le dolía la cabeza ¿por qué no avisó? Otro compañero podía haber hecho su posta. ¿No se da cuenta de la irresponsabilidad?  ¿¡El error que cometió?! Puso en riesgo la seguridad de todo el campamento. Todos atenidos a que había vigilancia y usted durmiendo… ¿Se da cuenta del riesgo en que nos puso a todos?

Todos argumentaron cosas parecidas. Algunos dijeron que había que sentar precedentes, sobre todo en compañeros que ya tenían algún nivel de responsabilidad.

Finalmente la sanción fue la siguiente:

-       Una noche de posta imaginaria (consistía en acompañar a todas las postas esa noche)
-       Acarrear leña para la cocina durante tres días.
-       Hacer una autocrítica ante todos los compañeros.

La verdadera autocrítica la hacía en mi interior, cuando estaba de posta imaginaria. Pensaba: “que reventada estoy llevando, ¿qué tengo que estar sudando calenturas ajenas?”  ¿Por qué me dejé convencer? Y tan fácil. ¿Qué me importa a mí que los compas tengan traída o no? ¡Como seré de mula que hasta mi linterna le di!  Lo peor que se gastó mis pilas nuevas.  Total que ni hizo nada.  Y Ahora él durmiendo y yo aquí bien jodido… 

Herber me llevó café bien espeso a la hora de su posta.  También en los días siguientes me ayudó “solidariamente” a llevar la leña a la cocina.

Pasó una semana y me fui recuperando del cansancio y el desgaste físico.  Una mañana nos encontrábamos a la orilla de un río muy adentro de la montaña. Sosteníamos una plática muy animada, cuando de repente me dice: — Vos, volvamos a hacer “el operativo de la Serequita”.  ¡Casi le pego un culatazo en las costillas! Me levante y respiré profundo…  Mirá, le dije. Tendrías que hacer un previo estudio de brújula. Levantar un croquis sobre el terreno. Conseguir pilas nuevas y convencerme de nuevo.

Solo así volveríamos a montar el operativo de “La Serequita en la cocina”.

martes, 30 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) IV


Se había bañado con jabón de olor y se puso su mudada de reserva, la que muchos en la guerrilla usábamos como almohada.  Se había echado un “pijo” de vaselina perfumada y encima llevaba un aliento a “Astringosol”… “, Comandante Rigo


parte cuatro


Hice mi posta, atento a cualquier ruido extraño, pues no se veía nada, luego comencé la de Herber.  Mi mente morbosa imaginaba lo bien que le estaría yendo, con un poco de envidia y satisfacción al mismo tiempo, por haberlo ayudado en su aventura de adolescente.  Estaba consciente que participaba en la violación de la disciplina interna, por una picardía. 

Había transcurrido la primera de las dos horas que le tocaban a Herber. Todo era normal hasta el momento. Salvo una compañera que le dolía una muela y andaba buscando quién le diera una aspirina, nadie más se levantó.  Me sentía cansado.  Comencé a cabecear, a bostezar. 

Empecé a dar pequeños pasos y recorridos para no dormirme. Miraba con insistencia el reloj y comprobé que cuando más se desea, el tiempo no transcurre.  Cada minuto se hacía de hule. Se alargaba.  Las agujas de mi reloj eran fluorescentes y veía como la segundera daba pequeños saltitos.  Comencé a pensar en los mecanismos del reloj.  Qué coordinación, qué organización de las piezas. “si así fuera la sociedad”, me decía.

Pensé en que casi todo en el mundo es redondo o redondeado. Todo gira.  Pensé en el cuerpo humano, ¿por qué no tenemos brazos triangulares o rectangulares?  Los árboles son redondos, los bejucos, los cañones de las armas, las balas, las granadas, las botellas, las frutas.

Cuando me di cuenta ya eran las cero horas y puse más atención en la dirección de donde debía aparecer Herber.  Al poco rato vi un destello de luz que describía un círculo, pero no muy grande. La luz se elevó.  Era una “curcaya” petenera. Vi el reloj y pensé nuevamente en el círculo… ¿porqué no le dije que hiciera triángulos o cuadrados con la luz? Seguro que los círculos los haría hacia adentro y no hacia afuera ¿por qué?

¡Puta! Eran las 12.30. ¡Herber se debe haber emocionado tanto que le valió! Le toca despertar a Chayo, uno de los compañeros más radicales en el cumplimiento de la disciplina.  Más de media hora no se puede justificar, ni siquiera inventando que las postas anteriores alteraron el reloj. Si Chayo se levanta creerá que Herber se desertó y tendré que descubrir todo el tamal.

Voy a hacer clavito para que aparezca.

Las 2.00 de la mañana.  Ya me duermo. Comienzo a hacer algunas sentadillas y sigo pensando ¿¡y qué putas con Heber!? De plano a saber que hizo que de cansado se quedó dormido.  Debe estar placenteramente acostado en un catre sin acordarse del mundo.  Y peor si después se pegó una gran hartada de esas que lo dejan a uno soñoliento.  ¿A saber cuántas tortillas se comió? ¡saliditas del comal, con queso… o con sal.  “Barriga llena corazón contento, sueño profundo y me vale el mundo”.

Las 3.30 de la mañana.  ¡Me lleva la grandiosisima puta!. No aguanto, ya me duermo.

Las 3.45 de la mañana.  Veo… no sé si una luciérnaga o un cigarro describiendo círculos hacia adentro.  Se acerca al campamento. Me pongo en guardia. Espero que se aproxime. Digo en vos muy baja: Alto. ¿Quién vive? Y en voz baja responden —¿digo seña?.  —¿qué?. ¡seña!.  —ha, “corozo”, ¿contraseña?. —“cangrejo”, ¡avance para ser identificado!. —soy yo, mano, Herber. —¿qué pasó con la linterna?, creí que era un cigarro. ¡desgraciado, mira la hora que es!.  Así pagás vos la solidaridad de los camaradas. ¡Como ya venís contento te valió candela que yo me desvelara toda la noche! No te da vergüenza ser tan pura lata.

—Ni me hablés mano. Viste la luz, como cigarro, pues porque me enrumbé desde que salí de aquí. He estado dando vueltas y vueltas como trompo. Primero buscando la casa de la Serequita y después buscando el campamento.  De puera suerte te encontré. Mirá como vengo ¡empapado de sudor de pies a cabeza!. —Si vos ¡tenés un humor de fiera!, el mío es del diablo. ¡Estoy que echo fuego de la rabia!. Que clase de rumbeador más ruin resultaste, precisamente hoy, digo ayer. ¡a la puta!.

lunes, 29 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) III


Le contó que estaba enamorado de la hija del comisionado militar de la aldea, que a ella ya le había hablado en el río, cuando lavaba ropa y solo esperaba que la organización le autorizara…”, Comandante Rigo

parte tres



Herber llegó feliz a contarme su aventura y luego de muchas elucubraciones decidimos que debía informarle al Capitán Androcles.

Androcles se puso serio. Se tomó algunos segundos y expuso una serie de razonamientos, con los que prácticamente desautorizaba la relación. —Vos Herber ¿para qué querés compañera, si ella está en la población y vos en la montaña?, vos de plano no querés nada formal con ella, como sos de la capital, ni vas a reconocer un hijo, si lo tiene. Sabés que está prohibido por un buen tiempo entablar relaciones personales con las campesinas. Necesitamos que la población nos de su entera confianza.

—Estamos iniciando el trabajo político en Petén, por lo tanto debemos ser muy cuidadosos, para no cometer errores que nos cuesten el rechazo de las bases, además sos muy joven para pensar en serio en ese tipo de relaciones.

Herber me miró rápidamente, como diciendo “¡nos equivocamos mano!”. El Capitán continuó argumentando por un largo rato. Cuando terminó, Herber pidió la palabra y dijo: —mire Capitán, yo no soy burgués ni siquiera pequeñoburgués. Mi madre es campesina, hija de campesinos; mi padre, chofer de camionetas extraurbanas; yo soy obrero y cuando emigramos a la capital era un niño que tuvo que lustrar zapatos y vender periódicos, entre muchos otros trabajos.

Antes de venirme a la montaña era ayudante en un camión distribuidor de bebidas gaseosas y aunque estaba patojo participé en la formación del sindicato.  Vine a la montaña por decisión propia, con la convicción de vencer o morir por Guatemala.  Si usted no aprueba mi relación con la Serequita, que sea por otras razones, pero no porque crea que no la voy a respetar, mucho menos a desconocer. Nada de eso.

En toda su intervención hizo razonamientos valederos, pero fue imposible convencer al Capitán Androcles, quien concluyó: —Cuando venga el Capitán Chano vamos a ver que decidimos.

Herber me llamo, preocupado y me dijo: —¿y ahora que hacemos, mano?, yo quedé en llegar hoy en la noche donde la Serequita, se lo mandé a decir con el papá.  Como él se va a ver a la hija del comisionado, ella va estar esperándome y que chueco que no llegue. ¿sabés que, mano?, hagamos una movida para que pueda ir a escondidas.  Vos sabés que “entre hombres no mueren hombres” y que “hoy por mí, mañana por ti”. —bueno, veamos quien nos puede ayudar…  —A no, mano, mejor lo arreglamos nosotros dos, por si las moscas.

—¿Vos conocés bien el camino? —Si mano, es facilito. Me voy por toda la quebrada seca hasta el Zunsal, ahí cruzo y atravieso un güatalito, donde la milpa está en elote. Después le caigo a un caminito que está bien pateado, sigo un poco. Ahí hay unos palones de Ujushte que están en un descombro. Del otro lado está la casa de Sereque.

—¡Puta mano!, si para vos eso es facilito y encima de noche… bueno, vos sabrás como llegar.  Como a mí me toca organizar la posta ¿no te toca cocina hoy?. —No, no. —Entonces vamos a hacer lo siguiente: Voy a hacer tu posta y la mía, así que contá con cuatro horas.  A las 8 hacés como que vas a “fueriar” y te vas.  Pasás por mi linterna, que tiene pilas nuevas.

A las 7:45 llegó Herber a mi posición, silbando “o quizás simplemente te regale una rosa”, según él pasando de lo más desapercibido posible. Se había bañado con jabón de olor y se puso su mudada de reserva, la que muchos en la guerrilla usábamos como almohada.  Se había echado un “pijo” de vaselina perfumada y encima llevaba un aliento a “Astringosol” que a saber dónde había conseguido.

Mostraba una gran sonrisa, digna de un galán de película.  —Vengo por la linterna, mano, dijo, frotándose las manos.  —me hago una hora de ida y vuelta, así que tengo dos o tres horas. Imaginate mano, ¡todo lo que puedo hacer en tres horas!. —hablando de horas, te recomiendo que no me vayas a fallar. Tenés que estar aquí a las 12 en punto, para despertar a la siguiente posta, ya que yo no lo puedo hacer, pues se supone que yo te despierto a vos.  Así que a las 12 rayando, ni un minuto más. No se te olvide la seña y contraseña, alumbrás para abajo y hacés unos círculos con la linterna, para saber quien se acerca al campamento… ¡y mirá ¡, si te emocionaras mucho, lo más que te podés tardar es una media hora, pero nada más.  Así que andate, despacio mano y que la pasés bien.  Tenés cuidado con el tigre o la “siguanaba”.  —Esos dos me hacen los mandados.

sábado, 27 de abril de 2013

La hija del Sereque (cotuza) II

parte dos


Cada vez se daban cuenta que el problema no era solamente obtener un pedazo de tierra. Hacían falta caminos, puentes transporte, un mercado que pagara precios justos y autoridades que se preocuparan por ellos.”  Comandante Rigo



En ese tiempo todavía no era muy grande la aldea. No estaba urbanizada.  Todas las casas eran de techo de guano y con paredes de rajas de majagüe, amarrado con bejucos de corral y pimienta.

Para cocinar se construía en cada casa un poyetón de adobe o tierra, con su respectivo comal de tapa de tonel, su piedra de moler, su molino metálico, su batea para hacer masa y varios ganchos que pendían del techo para colgar algunos comestibles y evitar que las ratas se los comieran; una tinaja plástica, algunos botes de lata y unos cuantos trastes de cocina y mesas.  Al fondo uno o dos catres hecho con horcones y varitas de Xate, un mosquitero recogido hacia los lados, un candil sobre una pequeña mesa en la que además se colocaban dos o tres cuadros de santos y a media casa un pequeño fuego para hacer humo y espantar un poco el zancudero.

A la altura de las vigas de chichique o luín, un tapanco o tabanco de polos, donde se amontonaba el maíz en mazorcas, costales, herramientas, junto a otros artículos fuera de uso.

Cada casa contaba con su respectivo par de “chuchos”, sus gallinas, su gallo; en ese tiempo todavía no tenían marranos, porque eran muy caros y había que llevarlos de la costa sur o del Altiplano.   Casi nadie tenía armas para casería, por lo que ser cazador se convertía en una profesión  y era un regular negocio, pues la mayoría de las veces el trato no era con dinero sino en trueque, por otras cosas.

Había pocas mujeres y bastantes “patojitas” que los jóvenes esperaban como voraces felinos tras su presa; las veían crecer y más temprano que tarde “las pedían” o se las llevaban sin pedir, en alguna noche de luna.

Nos tocó afrontar quejas de compañeros a quienes les habían llevado a sus hijas sin que se respetaran las tradiciones de la familia.  Había que buscar padrinos para la petición formal. En aquel contexto también fuimos testigos de cómo viejos se llevaban a algunas niñas con permiso de los padres, a cambio de trabajo, algún guatal produciendo, gallinas ponedoras, unos cuantos chompipes o quizá un rancho construido.

Era la ley de la selva, quizá más tosca que la de las urbes de concreto.  Para nosotros, jóvenes revolucionarios esto era salvajismo, creíamos firmemente que en cualquier relación debía privar el amor.

Al poco tiempo comenzamos a cumplir tareas de exploración, patrullas y actividades propias de la organización guerrillera.

Herber mantenía una magnífica relación con los compañeros de la aldea.  Después de una charla política se quedó platicando con Sereque.  Este compañero tendría unos 40 años, pero Herber a pesar de su corta edad tenía una tupida barba negra, que le daba aires de seriedad.

Sereque comenzó a pedirle consejos sobre cuestiones amorosas.  Le contó que estaba enamorado de la hija del comisionado militar de la aldea, que a ella ya le había hablado en el río, cuando lavaba ropa y solo esperaba que la organización le autorizara para hablar con el comisionado.  —Ese hombre no es malo, decía, y justificaba —ya los compas lo están captando para la revolución.

Herber le ofreció que llevaría su planteamiento al Capitán Andrócles y que en una próxima ocasión traería la respuesta.  Hablaron por un largo rato y Herber, ni lento ni perezoso, le dijo que él conocía a su hija, que ya había hablado con ella, aunque no en el río.  Y de tirón le pidió permiso para visitarla en su casa y le prometió tener un noviazgo serio.

Sereque le dijo: —Mire compa, mejor que así sea. Además yo encantado de la vida que mi hija se entienda con un compa. Llegue a la casa y en la cocina se pueden estar todo el tiempo que quieran, así si alguien llega no los molestarán.

viernes, 26 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) I


parte uno

Dedicado al Comandante Herber

Por: Comandante Rigo 
Sucedió a principios de los 70’s, en una aldea petenera a la que habíamos nombrado “Plaguita”, debido a que en algunos meses del año, particularmente en julio y agosto, se alborotaba un zancudero, que llegaba a ser tan insoportable que volvía locos hasta los perros.

Los pobres “chuchos” se revolcaban tratando de quitarse de encima a aquella plaga millonaria, que al igual que crueles sanguijuelas acababan con su sangre.

Dos años antes llegamos por primera vez a esa aldea de Petén y nos hospedamos en la casa de un compañero de origen salvadoreño.  Uno de esos días se escuchó el ladrar insistente de los perros, por lo que la medida inmediata fue escondernos en unas milpas que estaban en el patio mientras se averiguaba el motivo de la ladradera de los fieles canes.

Junto a otro compañero estuvimos en la milpa como quince minutos, y aunque fue poco tiempo, a nosotros nos parecieron los minutos más largos de nuestra vida.  Los dos, con pistola montada apuntábamos hacia donde escuchábamos voces; con una mano sosteníamos el arma y con la otra matábamos desesperadamente cientos o quizá miles de zancudos que se nos paraban en la cara y se nos metían en la boca y en las orejas, a tal punto que entre los dedos quedaba una masa pegajosa de zancudos y sangre.

Al rato se escucharon algunos gritos del compa de la casa vecina —“chuuuuuucho”, callando a los perros.  El compa salvadoreño nos fue a avisar que no había peligro. Podíamos salir, eran conocidos que habían entrado por el río y no por el camino de la aldea.

Los compañeros, a manera de disculpa decían a cada rato “son los meses”. Hay mucha plaga. Nosotros, en cambio lo sobredimensionábamos y pensábamos si acaso no anunciaba el Apocalipsis.   De ahí surgió el nombre de “Plaguita”.  Se lo pusimos en diminutivo por aquella extraña costumbre chapina de hacer chiquito lo que se quiere y es que a pesar de todo le tomamos mucho cariño a esa aldea.

“Plaguita” era una de esas comunidades asentadas en las márgenes del río La Pasión y estaba integrada por campesinos, productores de granos básicos. Fue una de nuestras primeras incursiones a Petén, como punto de partida para apoyar a los guerrilleros de Las Verapaces y encontramos apoyo y refugio, así como la disposición de una gran cantidad de personas para trabajar por la Revolución.

Las casas de los compañeros en mención se encontraban en un bajo de la aldea, por lo que al crecer el río el agua llegaba hasta los patios y cuando entraba la canícula reventaban por miles o millones todos los huevecillos de zancudos, desesperando al más valiente de los mortales.

Así se vivía en aquél lugar: entre cañales de jimba, corozos, ceibas, caobas, micos, saraguates, cuzos, venados, jabalíes, zancudos, guacamayas, loros, pajuiles, pavas, palomas, pájaros y más zancudos.

Aquella riqueza no era compatible con el analfabetismo, la desnutrición, las muertes por paludismo, parasitismo y diarrea. La población no vivía, más bien sobrevivía en aquellas condiciones. Los contrastes eran violentos. La tierra era virgen, producía por montones, pero los campesinos apenas recibían por un quintal de maíz 35 o 50 centavos de quetzal, mientras que una libra de sal les cotaba 10 centavos. Cada vez se daban cuenta que el problema no era solamente obtener un pedazo de tierra.  Hacían falta caminos, puentes, transporte, un mercado que pagara precios justos y autoridades que se preocuparan por ellos.

lunes, 25 de marzo de 2013

La correlación de fuerzas


II

En los 90 continuaban las negociaciones  de paz, cada vez con más logros, la vigilancia e  intermediación de los países amigos mostraba el camino, uno y único para el fin del conflicto armado.

En los distintos frentes guerrilleros la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) conseguía dar golpes coordinados en campañas unitarias, para mostrar la beligerancia de sus fuerzas; en1991 se buscaba modificar la correlación de fuerzas a nuestro favor y para ello la Comandancia General creo el llamado Frente Unitario.

Los mejores cuadros militares de FAR y EGP se concentraron en una zona intermedia del país, en la que operaba ORPA, pero lamentablemente no lograron ponerse de acuerdo en los mandos, y aunque se cedió ante la hegemonía que quiso imponer ORPA, los resultados negativos fueron evidentes, con un costo en vidas que no debió ser.

El objetivo inicial había sido la toma de Escuintla; después de la capital, la segunda ciudad más importante del país, por su desarrollo económico.

Pero el ejército obtuvo información, además de los análisis militares y concluyó: algo muy grande estaba por ocurrir en esta zona y respondió con todo el poder y capacidad a su disposición.  Cinco mil efectivos, cinco batallones procedentes de distintas zonas militares del país fueron concentrados entre Chimaltenango y Sacatepéquez; pero además fue integrada la Fuerza de Tarea Cabracán, con tropas élite, paracaidistas y kaibiles. 

El enemigo sufrió una cantidad considerable de bajas; las fuerzas guerrilleras recuperaron además importante equipo y material de guerra, pero las bajas sentidas en el Frente Unitario, entre caídos en combate, deserciones y enfermos, era superior a los logros.

En la Universidad de San Carlos de Guatemala, donde había sido desarticulada la dirigencia en 1989, continuó la formación de nuevos cuadros; los vínculos con las organizaciones revolucionarias se mantenían y las dificultades que representaba la unidad, también se reflejaban al interior del Alma Mater.

Largas y tediosas reuniones de coordinación y planificación se llevaban a cabo, con jóvenes orgánicos e independientes.

En una ocasión, varios jóvenes dirigentes, representativos de las organizaciones revolucionarias sostenían una reunión en la que también participaban otros, no orgánicos.  Rubén, de FAR, Manlio, del PGT y Leonel, de EGP.  Estaban enfrascados en una discusión, en la que la decisión debía coincidir con las orientaciones recibidas de la Comandancia.

Hasta que en un momento Manlio se desesperó y les increpó: — ¡compañeros, recuérdense que las orientaciones vienen de arriba!.  Uno de los compañeros no orgánicos, que atendía la discusión cuidadosamente pegó un grito sorprendido y dijo: — ¡Puta compañero! ¿Desde cuándo habla usted con Dios, pues?

Y todos soltaron una carcajada.

jueves, 21 de marzo de 2013

Los últimos años del conflicto



Dedicado a Iván Ernesto; Carlos Ernesto; Hugo Leonel; Silvia María; Víctor Hugo; Aarón Ubaldo; Mario Arturo; Carlos Leonel; Carlos Humberto; Eduardo Antonio; a Marco Tulio…. y tantos otros.

I
“La noche es más oscura cuando está por reventar el alba”

A inicios de los 90, el conflicto armado interno en Guatemala ya vislumbra luces de paz; el proceso de negociación entre el ejército, el gobierno y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) llevaba cuatro años; tensas reuniones entre los jefes guerrilleros y generales contrainsurgentes se llevaban a cabo en distintos países neutrales de la región. 

El Acuerdo marco sobre democratización para la búsqueda de la paz por medios políticos, el llamado Acuerdo de Querétaro, se concretaría en junio de 1991, precisamente en ese Estado mexicano.

Sin embargo, aún faltaban algunos años para terminar con la guerra. Para negociar la paz había que hacerlo desde una posición de fuerza y eso lo sabían tanto los líderes revolucionarios, como los estrategas de la contrainsurgencia.  La paz estaba cada vez más cerca, pero la confrontación podía ser más visceral y cruenta justo en esos momentos.

Uno de los sectores más golpeados por la represión, después de los pueblos indígenas, fue el de la Universidad de San Carlos de Guatemala, sangre de dirigentes, estudiantes y valiosos catedráticos tuvo que ser derramada constantemente durante el tiempo que duró el conflicto.

Precisamente  un año antes, en 1989 se había registrado la pérdida de valiosas vidas.  Un traidor, o quizá un infiltrado, habían dado nombres y contactos.  Al menos once compañeros y compañeras vinculados con la Coordinadora de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) fueron secuestrados y torturados hasta la muerte.  De algunos se encontraron los cuerpos, otros fueron tirados al mar o dispersados sus restos alrededor de la ciudad.

A pesar de haber sido diezmada la dirigencia estudiantil, la Universidad de San Carlos todavía era semillero de grandes intelectuales progresistas, luchadores por una causa justa: una Guatemala en paz, democrática y con justicia social.

El movimiento revolucionario continuaba la lucha en las montañas, en las selvas y llanuras, en las ciudades, en tanto el movimiento popular hacía lo suyo en la Academia, en las aulas, en las fábricas y en los barrios.

martes, 5 de marzo de 2013

El sargento Güicho


Cuando lo conocí, en el “Santos Salazar”, aún era muy joven; tendría unos 22 ó 23 años, pero ya era un experimentado combatiente.  Se desempeñaba como jefe de escuadra.  De baja estatura y complexión media.  Era colocho, de cara redonda y fácil sonrisa.  Con un remedo de barba en el mentón. Tenía esa extraña característica de hablar con “zetas”.

Para entonces ya tenía huellas de la guerra; una vieja herida de bala en el antebrazo izquierdo era la más visible; era una de esas cicatrices oscuras. El plomo había destruido parte del músculo y del hueso, y aunque parecía tener más delgado ese brazo, no mostraba debilidad; por el contrario, siempre llevaba consigo su fusil y otra arma más pesada: una ametralladora o un lanzacohetes.

Algunas veces se vendaba un poco el área de la cicatriz.  Nunca supe si era para darle más fuerza a su brazo o para no mostrar la vieja herida.

Se había formado desde muy niño en la selva petenera, donde cuentan que sobrevivió al ataque de un Jaguar.  Aún era muy niño cuando el felino penetró al campamento, en una noche de verano.  Los rugidos pusieron en alerta a todos los combatientes.  El enorme animal parecía buscar algo.  Pasó por el pabellón blanco de Güicho, que había hecho una cama en el suelo. Un zarpazo hizo trizas el mosquitero. 

El niño logró desplazarse rápidamente hacia atrás, pero el miedo lo paralizó.  Un segundo zarpazo hizo desaparecer la cama por completo, pero Güicho ya estaba detrás de la gamba de un árbol.  Dos, tres tiros de veintidós, así como los gritos de los compañeros que se lanzaron con cuchillos y machetes, hicieron que el Jaguar huyera. 

En el 94 era de los principales oficiales en el sur; era sargento y tenía a su mando una escuadra.

En una ocasión, Güicho y un combatiente fueron hasta la carretera a una inspección de rutina y al acercarse al lugar fueron recibidos a tiros. Los compañeros se tiraron a tierra de inmediato y buscaron dónde parapetarse.  Divisaron un vehículo y dos individuos con apariencia militar, pero vestidos de civil. Los desconocidos continuaban disparando.  Güicho ubicó la posición de uno de ellos e hizo tres disparos de fusil.  Se oyó un grito  y el sonido de un cuerpo que cae a tierra con todo su peso.  El otro individuo huyó.

Güicho se acercó.  Recuperó una browning 9 milímetros.  Más adelante estaba un pick up verde oscuro, con placas militares.

Luego se retiraron rápidamente. El riesgo era que el otro militar trajera refuerzos.

El sargento Güicho casi siempre estaba de comisión; el conocimiento del terreno, así como su buena relación con la base social y su resistencia física, eran cualidades de pocos.

El sargento Sitín le salvó la vida en una de esas salidas.  Iban los dos a cumplir una tarea y cuando buscaban la manera de acortar distancia trataron de cruzar una vertiente caudalosa.  Parecía fácil.  Unos diez metros separaban a una de otra orilla.  Sitín pasó primero.  Despacio, haciendo mucha resistencia muscular para no ser llevado por la corriente.  Luego correspondió el turno a Güicho, pero a la mitad del río uno de sus pies resbaló en una piedra y cayó a una parte más honda. La fuerza del agua lo devoró y ni siquiera pudo gritar para pedir auxilio; pero Sitín no lo dejaría morir tan fácilmente.  Corrió tan rápido como pudo río abajo, a tal punto que ganó unos metros al caudal que llevaba a su compañero y en una parte más angosta pudo sacarlo. Un poco más adelante su cuerpo se habría estrellado violentamente contra las piedras, ocasionándole una muerte segura.

Güicho no perdió el conocimiento, pero estaba pálido.  Las risas y burlas de Sitín hicieron que le volviera el alma al cuerpo.


Ese era Güicho, un oficial de las FAR; quizá de poca estatura, pero con una enorme voluntad de lucha.

sábado, 16 de febrero de 2013

Una mala decisión


“Errores no corrigen otros, eso es lo que pienso”, Roberto Carlos

A mediados de los 80’s, cuando la guerrilla ya se había adaptado a la selva petenera; la logística había mejorado; las armas y las vituallas cada vez eran de mejor calidad; los uniformes se fueron perfeccionando, al igual que las hamacas, carpas y mochilas.  Hubo entonces la posibilidad de que algunos de esos valerosos guerrilleros salieran a especializarse a otras latitudes del mundo.

Todos soñaban con tener esa experiencia, pero fueron contados los que viajaron.  Es más, otros, quizá los mejores, debieron quedarse, para dar seguimiento a los planes operativos; el accionar debía continuar.

En 1989 las FAR intensificó operaciones en la zona baja del Petén, entre la aldea Las Pozas y Sayaxché. El enemigo había sufrido un número considerable de bajas. Una de esas heroicas unidades guerrilleras estaba al mando del subteniente Juan.  Un combatiente que se había hecho en la selva; había llegado niño junto a su padre, al que vio caer en combate tiempo después y quiso continuar sus pasos, al principio como un deseo de venganza personal, la que luego se tornó en conciencia social.

Las habilidades y capacidades del subteniente Juan eran indiscutibles; había sido formado en el terreno, en tácticas de guerra de guerrillas; desplazamientos, camuflajes, estratagemas; tenía un olfato felino, una actitud militar nata. El fue de los que se quedó, como muchos otros, para hacer frente al accionar, mientras se preparaban sus compañeros.

Eran casi quince días de operaciones en un terreno relativamente pequeño y el ejército concentraba cada día a más soldados en el área.

Por aquellos días regresó el teniente Javier. Había sido preparado militarmente durante más de seis meses en uno de esos países hermanos; otros seis meses combatió a la contra nicaragüense en el Ejército Popular Sandinista.

Juan recibió la orden de entregar el mando, sin demora, al teniente Javier. El plan de operaciones aún no había concluido, por lo que rindió parte a jefe superior, para luego informarle detalladamente lo que se había hecho; entregó el registro de partes de guerra y de mensajes recibidos y enviados a la comandancia, el reporte del parque disponible, así como los croquis de las acciones que aún faltaba por cumplir.

Javier decidió movilizarse hacia un campamento que habían utilizado muchas veces, con mucha huella en los alrededores y aunque Juan nunca hubiese tomado esa decisión, la respetó, pero no quedó tranquilo.  Estaba nervioso y sentía que algo estaba por suceder…  ¡y sucedió!,   A las 5 de la mañana dio inicio el ataque enemigo. El poder de fuego era intenso. Se oían disparos por todas partes; la unidad guerrillera estaba en un cerco; sin embargo la respuesta de los combatientes fue inmediata y  Juan ordenó una línea de fuego en uno de los flancos que prestaba más facilidades para la retirada.

Al cabo de más de media hora de combate lograron salir, pero Juan iba herido, en un costado y en una pierna. Se retiraron. No había más bajas, solo Juan.

Pero el teniente Javier no estaba conforme. No era posible que el ejército le diera esta bienvenida.  No a él. Ya sabrían con quien se estaban enfrentando.  Ordenó un contraataque, y aunque Juan se opuso, no había posibilidades de discusión.  Era una orden militar y debía cumplirse.

En el grupo que regresó iban María, Justo y Sandino.  Ella, con un lanzagranadas M-79, además de su fusil; Justo, con una ametralladora M-60 y Sandino, con un Lanzacohetes, RPG-7.

Los tres cayeron en una emboscada enemiga y con ellos seis armas.

Quince días de intenso y exitoso accionar se fueron al piso con la pérdida de tres valiosos combatientes y un herido, el subteniente Juan.

Era el costo de una decisión equivocada.  

miércoles, 6 de febrero de 2013

Himno de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR)



¡Soldado,
Guerrillero,
Patriota,
Combatiente…!

¡Lucha con todas tus fuerzas
Para que a tu patria puedas liberar!

¡Guatemala!

Hoy que el pueblo,
La cuna de Tecún Umán,
Lo gobiernan ladrones y asesinos,
Por montañas, ciudades y caminos
Están los combatientes que guiarán nuestro destino!

Guatemala,
El momento ha llegado
De pedirle la cuenta a tus verdugos,
Que a tu pueblo siempre han ultrajado,
Negándole su libertad y dándole yugo.

Es valiente,
Heroico y fuerte,
Este pueblo que exige decidido,
Libertad, libertad gloria a la patria,
¡Los tiranos muy pronto morirán!

Libertad, libertad gloria a tu nombre,
Este pueblo con hondo clamor canta,

Patria mía, se oye un grito fuerte!


¡A vencer o morir llama ya...!
















martes, 22 de enero de 2013

El último vuelo del dragón


Era finales del 84, luego de una prolongada campaña de acciones guerrilleras, en las  selvas de Petén. El ejército guatemalteco registraba un alto número de bajas, entre muertos y heridos, pero lo ocultaban a los medios y enterraban a sus muertos sin honores, para no hacer evidentes sus derrotas.

Esto ocasionaba que bajara la moral en la soldadesca; pero lo que más hería su amor propio era que las fuerzas insurgentes se ufanaran de sus victorias e incrementaran los mitines en los poblados más habitados, porque además representaba una creciente simpatía popular a favor del movimiento revolucionario y por ende el fortalecimiento de las filas con más jóvenes alzados.

Fue para entonces que el ejército decidió lanzar una ofensiva aérea, con una flotilla de aviones de combate Cessna A-37B (DragonFly) de producción estadounidense, que habían sido utilizados en Vietnam;  una aeronave capaz de lanzar rokets; bombas de 50, 100 y hasta de 500 libras, así como explosivos de fósforo blanco (napalm).  Su estampido ensordecedor hacía temblar al más valiente de los guerrilleros.

Pero de a poco resurgía el indoblegable espíritu revolucionario; en unos más rápido que en otros y la desconcentración acertada de la fuerza evitaba que las cargas mortíferas ocasionaran bajas.

Uno de esos días, el pelotón a cargo del Teniente Manuel fue detectado por uno de estos aviones en el claro de una montaña.  Manuelito mandó a su gente a tomar posiciones y resguardarse.  __ ¡Apúrense compañeros porque ese cabrón va a tirar! – dijo, mientras el piloto comenzaba a volar en círculos, cada vez más reducidos.

El subteniente Belarmino y el compañero Chalío estaban juntos cuando el avión se lanzó en picada y soltó su primera descarga. La montaña retumbó, con un sonido ronco que se extendía a lo largo de la selva.

Tranquilo Chalío, dijo Belarmino, con una sonrisa en su rostro que parecía más bien nerviosa.  __ ¡esperemos tenerlo a tiro y le volamos verga!.   Corrieron rápidamente a una pequeña elevación, donde nuevamente tomaron posición de tiro.  Manuel, en otro punto, preparaba la ametralladora M-60; el resto de compañeros lo resguardaban.

El A-37 reinició  su danza de muerte: círculos grandes, pequeños y otra vez en picada, con aquel bullicio de sus motores, pero esta vez entró directamente a la línea de fuego, donde el tableteo de la ametralladora y de la fusilería fue intenso.  No hubo descarga.  Sus movimientos mostraron pérdida de control y desacierto, con pequeños tumbos que anunciaban su intempestiva caída.  Una fumarola negra salía de uno de sus motores.

Los gritos de alegría y victoria fueron espontáneos en cada uno de aquellos valerosos combatientes; algunos de ellos con pequeños costos del ataque: Chalío tenía una herida en una nalga, ocasionada por una piedra filuda.  Belarmino sufrió unos días por varias espinas en su espalda, pero nada comparado con la satisfacción del deber cumplido.

Al otro día recibieron información de las bases: el avión se había precipitado en las cercanías de la aldea El Esfuerzo.