martes, 30 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) IV


Se había bañado con jabón de olor y se puso su mudada de reserva, la que muchos en la guerrilla usábamos como almohada.  Se había echado un “pijo” de vaselina perfumada y encima llevaba un aliento a “Astringosol”… “, Comandante Rigo


parte cuatro


Hice mi posta, atento a cualquier ruido extraño, pues no se veía nada, luego comencé la de Herber.  Mi mente morbosa imaginaba lo bien que le estaría yendo, con un poco de envidia y satisfacción al mismo tiempo, por haberlo ayudado en su aventura de adolescente.  Estaba consciente que participaba en la violación de la disciplina interna, por una picardía. 

Había transcurrido la primera de las dos horas que le tocaban a Herber. Todo era normal hasta el momento. Salvo una compañera que le dolía una muela y andaba buscando quién le diera una aspirina, nadie más se levantó.  Me sentía cansado.  Comencé a cabecear, a bostezar. 

Empecé a dar pequeños pasos y recorridos para no dormirme. Miraba con insistencia el reloj y comprobé que cuando más se desea, el tiempo no transcurre.  Cada minuto se hacía de hule. Se alargaba.  Las agujas de mi reloj eran fluorescentes y veía como la segundera daba pequeños saltitos.  Comencé a pensar en los mecanismos del reloj.  Qué coordinación, qué organización de las piezas. “si así fuera la sociedad”, me decía.

Pensé en que casi todo en el mundo es redondo o redondeado. Todo gira.  Pensé en el cuerpo humano, ¿por qué no tenemos brazos triangulares o rectangulares?  Los árboles son redondos, los bejucos, los cañones de las armas, las balas, las granadas, las botellas, las frutas.

Cuando me di cuenta ya eran las cero horas y puse más atención en la dirección de donde debía aparecer Herber.  Al poco rato vi un destello de luz que describía un círculo, pero no muy grande. La luz se elevó.  Era una “curcaya” petenera. Vi el reloj y pensé nuevamente en el círculo… ¿porqué no le dije que hiciera triángulos o cuadrados con la luz? Seguro que los círculos los haría hacia adentro y no hacia afuera ¿por qué?

¡Puta! Eran las 12.30. ¡Herber se debe haber emocionado tanto que le valió! Le toca despertar a Chayo, uno de los compañeros más radicales en el cumplimiento de la disciplina.  Más de media hora no se puede justificar, ni siquiera inventando que las postas anteriores alteraron el reloj. Si Chayo se levanta creerá que Herber se desertó y tendré que descubrir todo el tamal.

Voy a hacer clavito para que aparezca.

Las 2.00 de la mañana.  Ya me duermo. Comienzo a hacer algunas sentadillas y sigo pensando ¿¡y qué putas con Heber!? De plano a saber que hizo que de cansado se quedó dormido.  Debe estar placenteramente acostado en un catre sin acordarse del mundo.  Y peor si después se pegó una gran hartada de esas que lo dejan a uno soñoliento.  ¿A saber cuántas tortillas se comió? ¡saliditas del comal, con queso… o con sal.  “Barriga llena corazón contento, sueño profundo y me vale el mundo”.

Las 3.30 de la mañana.  ¡Me lleva la grandiosisima puta!. No aguanto, ya me duermo.

Las 3.45 de la mañana.  Veo… no sé si una luciérnaga o un cigarro describiendo círculos hacia adentro.  Se acerca al campamento. Me pongo en guardia. Espero que se aproxime. Digo en vos muy baja: Alto. ¿Quién vive? Y en voz baja responden —¿digo seña?.  —¿qué?. ¡seña!.  —ha, “corozo”, ¿contraseña?. —“cangrejo”, ¡avance para ser identificado!. —soy yo, mano, Herber. —¿qué pasó con la linterna?, creí que era un cigarro. ¡desgraciado, mira la hora que es!.  Así pagás vos la solidaridad de los camaradas. ¡Como ya venís contento te valió candela que yo me desvelara toda la noche! No te da vergüenza ser tan pura lata.

—Ni me hablés mano. Viste la luz, como cigarro, pues porque me enrumbé desde que salí de aquí. He estado dando vueltas y vueltas como trompo. Primero buscando la casa de la Serequita y después buscando el campamento.  De puera suerte te encontré. Mirá como vengo ¡empapado de sudor de pies a cabeza!. —Si vos ¡tenés un humor de fiera!, el mío es del diablo. ¡Estoy que echo fuego de la rabia!. Que clase de rumbeador más ruin resultaste, precisamente hoy, digo ayer. ¡a la puta!.

lunes, 29 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) III


Le contó que estaba enamorado de la hija del comisionado militar de la aldea, que a ella ya le había hablado en el río, cuando lavaba ropa y solo esperaba que la organización le autorizara…”, Comandante Rigo

parte tres



Herber llegó feliz a contarme su aventura y luego de muchas elucubraciones decidimos que debía informarle al Capitán Androcles.

Androcles se puso serio. Se tomó algunos segundos y expuso una serie de razonamientos, con los que prácticamente desautorizaba la relación. —Vos Herber ¿para qué querés compañera, si ella está en la población y vos en la montaña?, vos de plano no querés nada formal con ella, como sos de la capital, ni vas a reconocer un hijo, si lo tiene. Sabés que está prohibido por un buen tiempo entablar relaciones personales con las campesinas. Necesitamos que la población nos de su entera confianza.

—Estamos iniciando el trabajo político en Petén, por lo tanto debemos ser muy cuidadosos, para no cometer errores que nos cuesten el rechazo de las bases, además sos muy joven para pensar en serio en ese tipo de relaciones.

Herber me miró rápidamente, como diciendo “¡nos equivocamos mano!”. El Capitán continuó argumentando por un largo rato. Cuando terminó, Herber pidió la palabra y dijo: —mire Capitán, yo no soy burgués ni siquiera pequeñoburgués. Mi madre es campesina, hija de campesinos; mi padre, chofer de camionetas extraurbanas; yo soy obrero y cuando emigramos a la capital era un niño que tuvo que lustrar zapatos y vender periódicos, entre muchos otros trabajos.

Antes de venirme a la montaña era ayudante en un camión distribuidor de bebidas gaseosas y aunque estaba patojo participé en la formación del sindicato.  Vine a la montaña por decisión propia, con la convicción de vencer o morir por Guatemala.  Si usted no aprueba mi relación con la Serequita, que sea por otras razones, pero no porque crea que no la voy a respetar, mucho menos a desconocer. Nada de eso.

En toda su intervención hizo razonamientos valederos, pero fue imposible convencer al Capitán Androcles, quien concluyó: —Cuando venga el Capitán Chano vamos a ver que decidimos.

Herber me llamo, preocupado y me dijo: —¿y ahora que hacemos, mano?, yo quedé en llegar hoy en la noche donde la Serequita, se lo mandé a decir con el papá.  Como él se va a ver a la hija del comisionado, ella va estar esperándome y que chueco que no llegue. ¿sabés que, mano?, hagamos una movida para que pueda ir a escondidas.  Vos sabés que “entre hombres no mueren hombres” y que “hoy por mí, mañana por ti”. —bueno, veamos quien nos puede ayudar…  —A no, mano, mejor lo arreglamos nosotros dos, por si las moscas.

—¿Vos conocés bien el camino? —Si mano, es facilito. Me voy por toda la quebrada seca hasta el Zunsal, ahí cruzo y atravieso un güatalito, donde la milpa está en elote. Después le caigo a un caminito que está bien pateado, sigo un poco. Ahí hay unos palones de Ujushte que están en un descombro. Del otro lado está la casa de Sereque.

—¡Puta mano!, si para vos eso es facilito y encima de noche… bueno, vos sabrás como llegar.  Como a mí me toca organizar la posta ¿no te toca cocina hoy?. —No, no. —Entonces vamos a hacer lo siguiente: Voy a hacer tu posta y la mía, así que contá con cuatro horas.  A las 8 hacés como que vas a “fueriar” y te vas.  Pasás por mi linterna, que tiene pilas nuevas.

A las 7:45 llegó Herber a mi posición, silbando “o quizás simplemente te regale una rosa”, según él pasando de lo más desapercibido posible. Se había bañado con jabón de olor y se puso su mudada de reserva, la que muchos en la guerrilla usábamos como almohada.  Se había echado un “pijo” de vaselina perfumada y encima llevaba un aliento a “Astringosol” que a saber dónde había conseguido.

Mostraba una gran sonrisa, digna de un galán de película.  —Vengo por la linterna, mano, dijo, frotándose las manos.  —me hago una hora de ida y vuelta, así que tengo dos o tres horas. Imaginate mano, ¡todo lo que puedo hacer en tres horas!. —hablando de horas, te recomiendo que no me vayas a fallar. Tenés que estar aquí a las 12 en punto, para despertar a la siguiente posta, ya que yo no lo puedo hacer, pues se supone que yo te despierto a vos.  Así que a las 12 rayando, ni un minuto más. No se te olvide la seña y contraseña, alumbrás para abajo y hacés unos círculos con la linterna, para saber quien se acerca al campamento… ¡y mirá ¡, si te emocionaras mucho, lo más que te podés tardar es una media hora, pero nada más.  Así que andate, despacio mano y que la pasés bien.  Tenés cuidado con el tigre o la “siguanaba”.  —Esos dos me hacen los mandados.

sábado, 27 de abril de 2013

La hija del Sereque (cotuza) II

parte dos


Cada vez se daban cuenta que el problema no era solamente obtener un pedazo de tierra. Hacían falta caminos, puentes transporte, un mercado que pagara precios justos y autoridades que se preocuparan por ellos.”  Comandante Rigo



En ese tiempo todavía no era muy grande la aldea. No estaba urbanizada.  Todas las casas eran de techo de guano y con paredes de rajas de majagüe, amarrado con bejucos de corral y pimienta.

Para cocinar se construía en cada casa un poyetón de adobe o tierra, con su respectivo comal de tapa de tonel, su piedra de moler, su molino metálico, su batea para hacer masa y varios ganchos que pendían del techo para colgar algunos comestibles y evitar que las ratas se los comieran; una tinaja plástica, algunos botes de lata y unos cuantos trastes de cocina y mesas.  Al fondo uno o dos catres hecho con horcones y varitas de Xate, un mosquitero recogido hacia los lados, un candil sobre una pequeña mesa en la que además se colocaban dos o tres cuadros de santos y a media casa un pequeño fuego para hacer humo y espantar un poco el zancudero.

A la altura de las vigas de chichique o luín, un tapanco o tabanco de polos, donde se amontonaba el maíz en mazorcas, costales, herramientas, junto a otros artículos fuera de uso.

Cada casa contaba con su respectivo par de “chuchos”, sus gallinas, su gallo; en ese tiempo todavía no tenían marranos, porque eran muy caros y había que llevarlos de la costa sur o del Altiplano.   Casi nadie tenía armas para casería, por lo que ser cazador se convertía en una profesión  y era un regular negocio, pues la mayoría de las veces el trato no era con dinero sino en trueque, por otras cosas.

Había pocas mujeres y bastantes “patojitas” que los jóvenes esperaban como voraces felinos tras su presa; las veían crecer y más temprano que tarde “las pedían” o se las llevaban sin pedir, en alguna noche de luna.

Nos tocó afrontar quejas de compañeros a quienes les habían llevado a sus hijas sin que se respetaran las tradiciones de la familia.  Había que buscar padrinos para la petición formal. En aquel contexto también fuimos testigos de cómo viejos se llevaban a algunas niñas con permiso de los padres, a cambio de trabajo, algún guatal produciendo, gallinas ponedoras, unos cuantos chompipes o quizá un rancho construido.

Era la ley de la selva, quizá más tosca que la de las urbes de concreto.  Para nosotros, jóvenes revolucionarios esto era salvajismo, creíamos firmemente que en cualquier relación debía privar el amor.

Al poco tiempo comenzamos a cumplir tareas de exploración, patrullas y actividades propias de la organización guerrillera.

Herber mantenía una magnífica relación con los compañeros de la aldea.  Después de una charla política se quedó platicando con Sereque.  Este compañero tendría unos 40 años, pero Herber a pesar de su corta edad tenía una tupida barba negra, que le daba aires de seriedad.

Sereque comenzó a pedirle consejos sobre cuestiones amorosas.  Le contó que estaba enamorado de la hija del comisionado militar de la aldea, que a ella ya le había hablado en el río, cuando lavaba ropa y solo esperaba que la organización le autorizara para hablar con el comisionado.  —Ese hombre no es malo, decía, y justificaba —ya los compas lo están captando para la revolución.

Herber le ofreció que llevaría su planteamiento al Capitán Andrócles y que en una próxima ocasión traería la respuesta.  Hablaron por un largo rato y Herber, ni lento ni perezoso, le dijo que él conocía a su hija, que ya había hablado con ella, aunque no en el río.  Y de tirón le pidió permiso para visitarla en su casa y le prometió tener un noviazgo serio.

Sereque le dijo: —Mire compa, mejor que así sea. Además yo encantado de la vida que mi hija se entienda con un compa. Llegue a la casa y en la cocina se pueden estar todo el tiempo que quieran, así si alguien llega no los molestarán.

viernes, 26 de abril de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) I


parte uno

Dedicado al Comandante Herber

Por: Comandante Rigo 
Sucedió a principios de los 70’s, en una aldea petenera a la que habíamos nombrado “Plaguita”, debido a que en algunos meses del año, particularmente en julio y agosto, se alborotaba un zancudero, que llegaba a ser tan insoportable que volvía locos hasta los perros.

Los pobres “chuchos” se revolcaban tratando de quitarse de encima a aquella plaga millonaria, que al igual que crueles sanguijuelas acababan con su sangre.

Dos años antes llegamos por primera vez a esa aldea de Petén y nos hospedamos en la casa de un compañero de origen salvadoreño.  Uno de esos días se escuchó el ladrar insistente de los perros, por lo que la medida inmediata fue escondernos en unas milpas que estaban en el patio mientras se averiguaba el motivo de la ladradera de los fieles canes.

Junto a otro compañero estuvimos en la milpa como quince minutos, y aunque fue poco tiempo, a nosotros nos parecieron los minutos más largos de nuestra vida.  Los dos, con pistola montada apuntábamos hacia donde escuchábamos voces; con una mano sosteníamos el arma y con la otra matábamos desesperadamente cientos o quizá miles de zancudos que se nos paraban en la cara y se nos metían en la boca y en las orejas, a tal punto que entre los dedos quedaba una masa pegajosa de zancudos y sangre.

Al rato se escucharon algunos gritos del compa de la casa vecina —“chuuuuuucho”, callando a los perros.  El compa salvadoreño nos fue a avisar que no había peligro. Podíamos salir, eran conocidos que habían entrado por el río y no por el camino de la aldea.

Los compañeros, a manera de disculpa decían a cada rato “son los meses”. Hay mucha plaga. Nosotros, en cambio lo sobredimensionábamos y pensábamos si acaso no anunciaba el Apocalipsis.   De ahí surgió el nombre de “Plaguita”.  Se lo pusimos en diminutivo por aquella extraña costumbre chapina de hacer chiquito lo que se quiere y es que a pesar de todo le tomamos mucho cariño a esa aldea.

“Plaguita” era una de esas comunidades asentadas en las márgenes del río La Pasión y estaba integrada por campesinos, productores de granos básicos. Fue una de nuestras primeras incursiones a Petén, como punto de partida para apoyar a los guerrilleros de Las Verapaces y encontramos apoyo y refugio, así como la disposición de una gran cantidad de personas para trabajar por la Revolución.

Las casas de los compañeros en mención se encontraban en un bajo de la aldea, por lo que al crecer el río el agua llegaba hasta los patios y cuando entraba la canícula reventaban por miles o millones todos los huevecillos de zancudos, desesperando al más valiente de los mortales.

Así se vivía en aquél lugar: entre cañales de jimba, corozos, ceibas, caobas, micos, saraguates, cuzos, venados, jabalíes, zancudos, guacamayas, loros, pajuiles, pavas, palomas, pájaros y más zancudos.

Aquella riqueza no era compatible con el analfabetismo, la desnutrición, las muertes por paludismo, parasitismo y diarrea. La población no vivía, más bien sobrevivía en aquellas condiciones. Los contrastes eran violentos. La tierra era virgen, producía por montones, pero los campesinos apenas recibían por un quintal de maíz 35 o 50 centavos de quetzal, mientras que una libra de sal les cotaba 10 centavos. Cada vez se daban cuenta que el problema no era solamente obtener un pedazo de tierra.  Hacían falta caminos, puentes, transporte, un mercado que pagara precios justos y autoridades que se preocuparan por ellos.