martes, 3 de marzo de 2015

La continuidad de la lucha

“Porque si uno cae,
uno cuyo amor
es más grande
que las catedrales juntas
de todos los planetas,
si uno cae,
es porque alguien
tenía que caer,
para que no cayera
la esperanza.”
Otto René Castillo


En la mente fría de un combatiente se tenía claro que la vida podía ser fugaz y que lo más importante era contribuir, en la colectividad, a incidir en los cambios que requería la construcción de un país diferente, pero en el corazón del hombre y la mujer había amor profundo y la pérdida de cualquier compañero o compañera dolía en el alma, más aún, si quien caía era el jefe, aquel que había mostrado con el ejemplo que el verdadero revolucionario debía ser formado día a día.

En el pelotón “Abel Mijangos” la moral se encontraba en crisis con la muerte de Sandokán, pero en sus principales jefes de escuadra la actitud era diferente. El dolor era igualmente grande, a lo que se sumaba cólera y deseos de encontrarse con el ejército, pero las enseñanzas del Teniente daban frutos y se llegaba a la conclusión de que la mejor forma de emularlo era seguir su ejemplo.

La fuerza tuvo que replegarse hacia el área de Los Josefinos, donde se encontraba la Columna “Luis Augusto Turcios Lima”, al mando del comandante Ruiz.

El segundo de Sandokán siempre fue Maximiliano, pero no podía de forma automática quedar en su lugar; era necesario nombrar a un nuevo jefe.

El comandante Ruíz llamó a reunión general. Impartió toda una cátedra de la lucha armada y del proceso revolucionario; recordó distintos momentos de la historia de las Fuerzas Armadas Rebeldes, desde su surgimiento y rememoró la calidad humana y revolucionaria de decenas de líderes guerrilleros, muertos por las balas enemigas.

Finalmente concluyó: “el compañero Sandokán ha muerto, ahora debemos nombrar a alguien en su lugar”.

Pero aquel grupo de guerrilleros muy jóvenes la mayoría, pidieron que no se les impusiera un jefe y solicitaron ser ellos mismos quienes lo eligieran.

En la guerrilla no era lo que se acostumbraba. Su funcionamiento era estrictamente militar, no se podían horizontalizar decisiones de esa naturaleza. Sin embargo, Ruiz vio en aquellos jóvenes una actitud inquebrantable. Además conocía de los méritos del Pelotón “Abel Mijangos”, ganados a pulso en una serie de acciones brillantemente conducidas por Sandokán. Aceptó la solicitud y les dio un tiempo breve para presentar sus propuestas.

Surgieron tres candidaturas. La primera fue la de Camilo “siete poses”; fue una auto-postulación. Él creía que tenía los méritos para conducir a esa fuerza. La segunda caía de su peso: Maximiliano, jefe de la primera escuadra y segundo de Sandokán, aunque en lo personal no quería asumir esa responsabilidad.

La tercera propuesta fue la de Gary; quizás en ese momento el más viejo del pelotón, aunque aún no llegara a los 30 años. Había sido catequista y organizador; tenía un alto nivel político y como militar era de vanguardia.

Se sometió a votación y resultó elegido Gary. Aceptó a regañadientes. Sabía que era un grupo de combatientes muy jóvenes fregones que le podían perder el respeto en cualquier momento. Pero todos le decían que no, que harían caso y sabrían comportarse. ¡Está bien!, les dijo, anunciándoles de antemano que tomaría el control con toda la disciplina del caso.

Cuando se informó al comandante Ruiz, nuevamente mandó a formar y en un acto militar anunció que Gary sería el nuevo jefe del pelotón y en ese mismo momento lo ascendió a Teniente.

Del Pelotón “Abel Mijangos” surgieron posteriormente otros oficiales: Arturo, René, Maximiliano, Belarmino, Walter, Jonny, Jaime, Rudy y muchos más, que en algún momento fueron formados por el inolvidable Teniente Sandokán.