viernes, 10 de abril de 2015

Un golpe estratégico

cuando estemos capacitados para atacar, debemos parecer imposibilitados para hacerlo; cuando estamos usando nuestras fuerzas debemos parecer inactivos; cuando estamos cerca, debemos hacer creer al enemigo que estamos lejos; cuando estamos lejos, debemos hacerle creer que estamos cerca”. El arte de la guerra. Sun Tzu.



El enemigo había ubicado la posición de la fuerza guerrillera por la señal del equipo de radiocomunicación y, desde los primeros días de aquel septiembre de 1984 impulsó una operación de ablandamiento y destrucción de la insurgencia. La primera fase consistía en el bombardeo constante, con obús 105 milímetros.

Una de esas noches cayó un proyectil a pocos metros de una cocina guerrillera; por suerte los compañeros de turno habían concluido la tarea y regresado al campamento. No hubo ningún daño que lamentar.

Pero luego de varios días de bombardeo, el ejército estaba logrando en parte lo que se proponía: la fuerza guerrillera ya no dormía, por temor a perder la vida. Fue entonces que el mando entró al juego de estrategia y decidió mantener la señal de radio en el mismo sitio mientras el grueso de combatientes se movilizaban para preparar un contra ataque.

Unos días después el bombardeo se intensificó a cada media hora. Aquella pequeña unidad que se había quedado en el lugar, enviando y recibiendo mensajes falsos por la radio actuaba con disciplina militar y una profunda convicción revolucionaria.

Se acercaba el 15 de septiembre, día de la supuesta independencia de la corona española, fecha que para el Teniente Coronel, recién nombrado Comandante del Segundo Batallón de Infantería de la zona militar 23, tenía un significado muy importante, más aún si en aquel contexto festivo se informaba de un importante golpe a la guerrilla. Sería un hecho con trascendencia, no solo nacional sino internacional.

Pero ese plan estaba a punto de cambiar. El mando de las FAR dispuso colocar una emboscada entre las aldeas Los Chorros y Bethel, pues contaba con información que el puesto operativo de campaña estaba en la aldea Retaltecos, cercana a Bethel.

Había una observación, una contención y la fuerza principal, en la emboscada de aniquilamiento.

Sin embargo el cansancio hizo mella en el compañero de la observación, lo que permitió que pasaran los dos camiones por el lugar de la emboscada, sin que nada sucediera. Cólera e impotencia privaron en aquel momento en la mayoría de combatientes, pero los jefes guerrilleros, Martín y Orellana, decidieron esperar.

Media hora después los dos camiones venían de regreso y, sin que lo sospecharan en lo más mínimo, Martín y Orellana darían un golpe estratégico al ejército.

Nadie lo esperaba. Luego de diez días de constante bombardeo en la zona de operaciones de la guerrilla, su moral debía estar por los suelos. El siguiente paso sería que la insurgencia huyera hacía el área fronteriza, donde sería copada por tropas que ya habían sido cuidadosamente distribuidas…

En medio de la carretera había sido colocado un cono antitanque. El teniente “Pelache” era el encargado de detonar la carga y, al paso del primer vehículo soltó el chispazo. La montaña retumbó con aquel apagado estallido que se alarga en la selva con su fuerza destructora.  En milésimas de segundo el camión se elevó aproximadamente seis metros y cayó en la cuneta de la carretera, a unos 50 metros del lugar.

El segundo camión retrocedió, luego del minazo, para no entrar a la emboscada, pero pasó frente a la emboscada de contención donde fue recibido por los guerrilleros, con nutrido fuego de fusilería.  Aquel momento fue apoteósico e inolvidable para los combatientes, que vieron huir a la tropa kaibil, que se conducía en ese vehículo, sin oponer la más mínima resistencia.

El vehículo militar se detuvo a unos 250 metros, desde donde los elementos de tropa procedieron a lanzar granadas, con mortero 60 mm, pero no hicieron ningún esfuerzo por regresar a apoyar a sus compañeros.

Con el primer camión había que tomar precauciones y esperar los pasos programados. Pero la emoción del momento provocó que Santios, un compañero de la escuadra del Teniente Arturo, que no debía ir al asalto, se acercara al camión. Arturo le gritó que no lo hiciera, que le correspondía quedarse en su lugar. Pero no escuchó y cuando estaba parado sobre el camión, uno de los soldados sobrevivientes lo hirió de muerte.

Este grave error alteró la operación, porque después de la mina le tocaba al sargento Angelito lanzar un cohete.  No lo pudo hacer, pues al caer el compañero Santios se ordenó sacar su cuerpo.  Angelito, con impotencia, pedía autorización al teniente “Pelache”, para hacer el tiro, pero éste no lo permitió — ¡hay compañeros ahí! — gritaba.

El error de Santios ocasionó, no solo su propia muerte, sino también la de Ovidio y Rosalío. Tres valiosos compañeros habían caído.

El cuerpo del Teniente Coronel había quedado en media calle. Se le recuperó un fusil, un uniforme de gala, para la celebración del 15 de Septiembre y varios mapas de Petén, con toda la operación marcada con simbología militar.

Por aparte se recuperaron otros tres fusiles, los cuales, debido a la explosión, quedaron inservibles.

Unos días después el mando supo que en su primer paso por la emboscada los camiones iban vacíos, pues habían entrado a recoger al Teniente Coronel, a varios subalternos y soldados de élite que lo acompañaban, todos de las fuerzas especiales Kaibil.

El alto mando del ejército había concluido que las FAR tuvieron suficiente información de inteligencia para ejecutar aquella acción. Un elemento determinante para ello fue que la guerrilla “dejara pasar” a los dos camiones cuando iban vacíos y atacara media hora después, cuando el Teniente Coronel y sus subalternos iban en ellos. No sabían que un error había contribuido a la victoria.

La muerte del alto oficial y la recuperación de mapas estratégicos significaron el fin de la operación del ejército.