domingo, 15 de noviembre de 2015

La emboscada del pato

“Se cagan en la entrada o se cagan en la salida”

Por aquellos días la fuerza principal estaba bajo el mando del capitán Méndez; los tenientes Manuelito, Egidio y Rudy eran los jefes de pelotón. Preparaban una emboscada en la carretera, pero algo sucedió y fue detectado el campamento guerrillero. Existía la posibilidad de que el enemigo hubiera obtenido información de inteligencia, pero también era difícil mantener el mayor sigilo con una cantidad alta de combatientes.

Una u otra eran posibilidades. Lo cierto era que el ejército conocía las coordenadas del lugar donde se encontraba la fuerza guerrillera y para allá iba. Era común que cuando caían a un campamento, los guerrilleros se vieran sorprendidos y luego de hacerles frente durante algunos minutos, se retiraran del lugar “ordenadamente”.

Esta vez sería diferente. La fuerza estaba mejor preparada. Algunos internacionalistas habían ingresado a impartir instrucción de tropas especiales y había surgido un grupo combatientes, que además de tener una capacidad innata lograron asimilar al máximo la escuela.

Algunos de ellos tuvieron la oportunidad de salir de Guatemala y conocer experiencias militares de otros países. A su regreso se convirtieron en instructores, aplicaron cambios, mejoraron estrategias y contribuyeron a superar errores.

El entrenamiento sin embargo fue más arduo e intenso, hasta lograr un nivel de eficiencia que se traducía en la actitud y responsabilidad de cada combatiente.

El teniente Manuel tomaba un baño en el arroyo junto a uno de los instructores, cuando escucharon los primeros tiros. Encendieron sus walkie talkies y escucharon al capitán Méndez: – ¡pelotones!, ¡formen línea de combate!

Cada jefe de pelotón desplazó a sus combatientes de acuerdo a la dirección en la que iba el ejército; a la izquierda se ubicó el pelotón de Manuel, al centro el de Egidio y a la derecha el de Rudy.

Los primeros tiros habían sonado en la avanzadilla. Los compañeros que se encontraban en esa posición creyeron que quienes ingresaban eran los compañeros que habían salido temprano a traer maíz; los soldados hicieron varios disparos y lograron que los guerrilleros corrieran rumbo al campamento.

El ejército gritaba y disparaba, como era su costumbre. Egidio empezaba a perder el control y pidió refuerzos. – Belice 1, Belice 1, Escuintla. – Adelante Escuintla. – Belice 1, Aquí vienen, aquí vienen. Necesito que me mande a la escuelita que tiene a la izquierda. – Negativo, Escuintla. No es el momento oportuno. ¡Mantengan posiciones!

Los combates en la selva tenían una característica: debido a lo cerrado de la montaña casi siempre eran a corta distancia. Cuando el primer soldado estuvo a tiro, uno de los oficiales guerrilleros afinó puntería y con una certera bala en el pecho lo abatió. Desde las distintas posiciones se escuchó: – ¡Fueeegoooo!, con un nivel de intensidad tal que no esperaban, al grado que huyeron, ante el temor de ser aniquilados.

En la retirada del ejército se oía que gritaban: – ¡cayó Panda!, ¡cayó Panda!  Por lo que al campamento le quedó de nombre “El Panda”.

Después del combate hubo reunión de oficiales. Méndez era de la opinión que la emboscada había fracasado, pero el compañero instructor sugirió que no. Que al contrario, la situación podía ser más fácil.

– “Ellos van a entrar otra vez, porque tienen que sacar al soldado que dejaron abandonado y los agarramos, en la entrada o en la salida, pero de que los agarramos, los agarramos”.

Ese día por la tarde se trasladó la fuerza al área de la emboscada, en unos potreros junto a la carretera. Todos permanecieron en silencio y camuflados toda la noche en sus posiciones. Muy temprano sobrevoló un A37 el lugar, incluso descendió en dos o tres ocasiones sobre el lugar donde se encontraban los combatientes. Méndez estaba nervioso y preguntaba a sus oficiales – ¿será que nos vieron?, ¿será que nos vieron?

Más tarde se escuchó que llegaba el ejército sobre la carretera, que estaba a una mediana altura del lugar donde estaban los pozos de tirador. Del otro lado había sido colocada una mina, para provocar que cayeran al lado de la emboscada. Dos soldados iban al frente, muy relajados, con el fusil cargado sobre el hombro, como si fuera un pesado leño. Los compañeros escucharon su conversación –Puta vos, yo tengo pena en estos terrenos. – No te preocupés cuaz, ya vamos a llegar a Sayaché –Además aquí vamos por los potreros, no es montaña; esos pizados nunca atac...

En eso iban cuando los sorprendió la detonación de la mina y el viento fuerte de la onda expansiva los hizo lanzarse a la cuneta, del otro lado de la carretera, precisamente donde estaba un grupo de compañeros. De inmediato los tiros de la emboscada; uno de los soldados cae muerto; el otro, herido y aturdido, se lo lleva rodando hacia abajo hasta quedar paralizado a escasos metros del cerco.

Desde otra posición la M-60 se escuchaba por arriba de la fusilería, en un fuego cruzado que barría las posiciones enemigas. Luego de más de veinte minutos de fuego nutrido, los focos de resistencia del ejército eran mínimos.

La compañera Olga estaba del otro lado del cerco, a la espera de recibir la orden para lanzarse a recuperar; junto a ella el sargento Estuardo. Por radio el oficial pidió que la M-60 concentre fuego en ese punto y el sargento Canecho lo hace.

En ese momento el oficial da la orden a la compañera Olga y al sargento Estuardo para que recuperen las armas que tienen a unos cuantos metros. Ella se coloca de cuclillas frente al cerco. Se quita rápidamente el cinturón y el arnés. Voltea a ver al oficial, le entrega su fusil y le dice: – ¡por favor, si no regreso llevate mi equipo! Cruza al otro lado, de espaldas, solamente con un cuchillo en la mano. Estuardo hace lo mismo. A rastras llegan al punto donde está el soldado herido. No opone ninguna resistencia. Solo emite un sonido apagado, que no llega siquiera a ser quejido, cuando Olga coloca la rodilla sobre su vientre, y le quita el cinturón y el arnés. Lo deja con vida. Estuardo se encarga de recuperar el equipo del soldado muerto. En menos de cinco minutos están de vuelta, con dos armas, municiones, botas y equipos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

La emboscada de La Palma

En abril de 1983, la columna “Luis Augusto Turcios Lima”, se encontraba bajo el mando del Comandante Mena. Había presión por tener éxitos de mayor contundencia frente al enemigo, que incluyeran principalmente la recuperación de armamento. El comandante en jefe había demostrado, unos meses atrás, que era factible realizar emboscadas de aniquilamiento y recuperación, con el menor número de bajas posibles, si se planificaba adecuadamente y se disponía de la fuerza militar con orden y disciplina.

Sin embargo las cosas no se daban como se esperaba. El último intento frustrado tenía pocos días. Fue en las cercanías de la aldea Los Chorros, donde los combatientes tuvieron que abrir sus pozos de tirador del tamaño de un tatú. Todos escarbaron y agotados tomaron posiciones; la espera podía ser muy larga o relativamente corta. Nuca se sabía con exactitud, pero muy pocas veces alguien detonaba la mina antes de tiempo y arruinaba la operación.

Unos días después se presentó una nueva oportunidad. Un pelotón del ejército estaba entre las aldeas La Palma y Palestina, y había que llamar su atención; para ello el teniente Polo salió a colocar una manta en los alrededores.

En la acción también participaría el pelotón Abel Mijangos, al mando del teniente Gary, encargado de caer al asalto y recuperar.

La idea era que los soldados se dirigieran de Palestina hacia La Palma, pero la unidad enemiga ya estaba en La Palma y fue de ahí que salieron hacia Palestina, lo que modificó en parte la operación.

Polo y su grupo, luego de la acción llamativa, debían regresar e incorporarse a la emboscada en el área de contención, pero los soldados llegaron antes. Algunos combatientes todavía preparaban su pozo de tirador, entre ellos el sargento Chico y cuando se sintieron rodeados ya no pudieron pasar la voz.

Chico escuchó que hablaban. En los soldados también había confusión momentánea. Creyeron que era otra de sus unidades y que todo era una broma. – ¡Ya los vimos! –gritaron. – ¡Salgan de ahí! – Uno de ellos intentó subirse a un bordo para ver quién estaba del otro lado del trocopaz, pero antes de lograrlo fue detonada la mina. De inmediato empezaron a llover tiros por doquier.  El sargento Chico recibió una ráfaga en el pecho.

En la emboscada se encontraba el compañero Albano, un oficial internacionalista, de origen peruano. Al escuchar los disparos tomó posición de inmediato detrás de un grueso tronco; exactamente al otro lado un soldado ofrecía resistencia. Se enfrentaron en un juego de tira y tira por unos segundos. El sargento Maximiliano vio que Albano se encontraba un una situación desventajosa y se lanzó a apoyarlo.  Llegó en el momento exacto en el que el soldado levantó la cabeza y con mucha rapidez le colocó el cañón en la nuca: un disparo seco apagó su vida.

La operación se había planificado como una emboscada de aniquilamiento y a pesar de que se había perdido el factor sorpresa, la fuerza guerrillera estaba desplegada para aniquilar y recuperar.

El teniente Orellana, quien era el oficial a cargo, vio cuando Justo se lanzó a recuperar. Era su misión y la debía cumplir, aún a costa de su vida. Dos soldados permanecían parapetados y lo acribillaron.

Orellana vio caer a Justo y ordenó a Sarceño, Fredy y Tucán que sacaran su cuerpo; en el intento uno tras otro resultaron heridos, hasta que el foco de resistencia enemiga fue neutralizado con un granadazo. De aquel punto los combatientes lograron sacar a Justo, varios fusiles y granadas de mortero.

Los compañeros dejaron con vida a varios soldados que entregaron sus armas; horas después, cuando llegaron los refuerzos, mataron a todos los sobrevivientes.

En la entrada a la emboscada un teniente del ejército tomó una decisión fatal.  Era un oficial que ya había sobrevivido a tres emboscadas anteriores, pero este no era su día. Se lanzó como loco en una actitud suicida: caminaba y disparaba al mismo tiempo de un lado a otro. De mediana distancia, el sargento Canecho afinó su FAL, lo colocó en posición de tiro a tiro y disparó. El capitán cayó, todavía con vida, cerca del lugar donde se encontraba el compa Sitón.

Sitón gritó al oficial: – ¡tirá el fusil y te perdono la vida! Y lo hizo, pero cuando Sitón se acercó para recuperarlo, el capitán estiró la mano para volver a tomar su arma. No lo logró, soltó una carcajada y murió.

En la emboscada de La Palma fueron recuperados once fusiles y varias granadas de mortero. Murieron tres compañeros: Chico, Justo y el Max; tres más salieron heridos.