miércoles, 6 de enero de 2016

11 de octubre de 1982: Emboscada de aniquilamiento

Entre 1981 y 1982 las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) en Petén pasaban por un bache en cuanto a la correlación de fuerzas. Razones diversas se entrecruzaban para justificar la falta de accionar de mayor contundencia. La orden era aniquilar y recuperar, pero a pesar de ocasionarle bajas al enemigo en enfrentamientos con mucho menor poder de fuego, no se lograba el anhelado objetivo. En cambio el ejército avanzaba en su accionar contrainsurgente, enviaba espías a las comunidades, que se hacían pasar por comerciantes; pasaban la noche entre grupos de vecinos y obtenían información valiosa.

El 17 de junio de 1981 el ejército masacró a 47 habitantes de las cooperativas El Arbolito y Bonanza, ahí murieron al menos dos oficiales guerrilleros que se encontraban de visita en las casas de sus familiares. Este hecho llevó a muchos más jóvenes a unirse a la lucha armada.

En lo político, la unidad del movimiento revolucionario avanzaba y luego de intensas reuniones entre los jefes guerrilleros, se concretaba un 7 de febrero de 1982, la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Las FAR había sido la organización que promovió con más ahínco la unidad. Urgía ahora mostrar que también había capacidad militar y que estaba al mismo nivel de las otras organizaciones.

Fue el propio Pablo Monsanto, comandante en jefe de las FAR, quien decidió demostrar que era posible dar ese paso; incluso ingresó de incógnito a Petén y se trasladó a la zona de operaciones, donde concentró a un número importante de combatientes y oficiales, con quienes preparó la acción y realizó las pruebas necesarias.

Era el 11 de octubre de 1982. Un compañero y una compañera muy delgados, fueron enviados a la carretera, en las cercanías de la aldea La Gloria, entre La Libertad y El Naranjo para la acción llamativa. Con ropas rasgadas y semblantes de tristeza y dolor debían pedir comida  a vecinos y transportistas.

La emboscada se colocó en un lugar estratégico. Un pequeño cerro había sido partido para que la carretera pasara. Era una curva pronunciada, con una especie de terraplen que se prolongaba a lo largo de la carretera y formaba dos bordos a los lados, uno más alto que el otro.

Una patrulla integrada por seis compañeros se colocó en la parte alta, con dos minas, un lanzacohetes y fusilería. En la parte baja, del otro lado de la carretera, estaba el grueso de la fuerza, en pozos de tirador tan camuflados que no podían ser detectados a cinco metros.

Un jeep y un camión integraban el comando militar. Ambos vehículos ingresaron a la emboscada y se detuvieron unos metros antes del punto de detonación de las minas. El oficial guerrillero se preocupó. Pensó que habían sido descubiertos. Los soldados se bajaron, observaron el lugar y continuaron su camino lentamente.

Los combatientes dejaron pasar al jeep y  cuando el camión se encontraba encima de la mina dio la señal de detonación…  pero no explotó.   — ¡mina! — Dijo el subteniente a su explosivista. — ¡no funciona!  — ¡la otra! — casi gritó.  — ¡tampoco sirve!  — ¡cohete!

Pero el cohete tampoco dio fuego.   El subteniente se paró y disparó al mismo tiempo que gritaba: ¡Fuegooooo!

Los soldados se apostaron rápidamente en el bordo, a manera de parapeto para resguardarse de la fusilería guerrillera, sin darse cuenta que daban la espalda al grueso de la fuerza y cuando empezaban a controlarse e iniciaban las primeras maniobras contra el pequeño grupo que los atacó, comenzó el verdadero ataque con fusilería y ametralladoras. La acción dio inicio a las 17 horas y concluyó a las 17.30.

El jeep había logrado salir de la emboscada  y procedió, desde una posición segura, a lanzar granadas de M-79.  Cuando los combatientes se lanzaron a la recuperación constantemente debían resguardarse de las detonaciones, pero ninguna les hizo daño.

Fueron recuperados 22 fusiles Galil; un Lanzagranadas M-79, cinturones, sombreros y uniformes.  Algunos soldados heridos pedían a los guerrilleros que por favor se los llevaran porque el ejército los mataría, pero eso no era posible.

La noche entraba muy rápido en la montaña. La patrulla que inició la emboscada tenía dos heridos leves, uno de ellos el subteniente al mando, quien decidió que pasarían la noche a unos 300 metros del lugar. Cantaron el himno, se lavaron con agua las heridas y ordenó limpiar las armas por turnos.  A eso de las 8 de la noche se oyó cuando entraron camiones o tanquetas, no se distinguía plenamente.  Sin embargo, sí pudieron escuchar muy claramente ráfagas de fusilería, cuando remataban a sus sobrevivientes.

Esta emboscada marcaba una nueva etapa en la guerra de guerrillas, en las selvas de Petén.