sábado, 28 de mayo de 2016

El secreto del mapache parte cuatro y final

Marco Tulio Soto


Por fin llegamos al campamento; nos formamos en el orden en que íbamos y el capitán dio las voces de mando.

¡Atención!:

– Vamos a descansar un rato y almorzar.  A las 14.00 horas nos reuniremos para hacer el balance de la actividad.

     ¡Atención!: ¡para terminar la marcha de hoy...!

¡A Vencer o Morir por Guatemala la Revolución y El Socialismo! ¡ Rompan… filas!.

¡Venceremos!.

A las 14.00 comenzamos la reunión de balance.  La primera observación crítica fue para Chiricuto por su falta de “tacto político” al decirle a don Baldomero, que se había perdido por estar haciendo el “secreto del mapache”. Y a mi me metieron en la colada dizque por imprudente al estar preguntando cuál era el “secreto del Mapache”.

La reunión se tornó agitada, pues Chiricuto no aceptaba su error y argumentaba que lo había dicho como una broma y que había sido Rigo con su preguntadera quien había creado realmente el problema.

Sin darme cuenta vuelvo a preguntar ¿y cuál es el secreto del Mapache pues?

El capitán se rascó la cabeza y respondió –Mire Rigo, lo disculpo porque usted no es campesino; cualquier campesino sabe cuál es el secreto del Mapache.

Al final de la reunión Chiricuto quedó encargado de explicarme cuál era el secreto del Mapache.

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“Ya había escuchado algunas cosas del mapache; incluso un día cacé uno que estaba comiendo zunzas, los había visto lavarse las manos y lavar sus alimentos como si fueran personas. Los había escuchado gritar cuando los muerden los cangrejos que cazan a orillas de los arroyos, dicen que gritan porque meten la cola y cuando éstos les muerden la cola los sacan de un jalón aunque les duela.

También había escuchado decir que cuando van a comer maíz a la milpa, el mapache se toca los testículos, si los tiene fríos entonces entra con confianza, pues es señalo que no le han tendido una celada. Si los tienen calientes no entran.

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Chiricuto comenzó diciendo que el mapache es un animal muy perjudicial, que causa muchos destrozos a las milpas, ya que no se come ni un solo elote completo, sino que los arranca y mordisquea unos granos de cada uno. De esa manera corta muchos en una sola noche y arruina una gran parte de milpa.

Para evitar que el mapache entrara a las milpas existía un secreto que los campesinos hacían y consistía en lo siguiente:

Cuando se detectaba que había entrado y que había causado destrozos, entonces se daba por hecho que seguiría entrando, pero como es un animal muy arisco nunca se sabe si lo hará temprano de la noche o por la madrugada.  Casi siempre burla a los cazadores, pues si lo están esperando no llega y si lo van a buscar, al ver venir la luz de la linterna se escapa.

Una vez sabido que está llegando se reúne toda la familia por la mañana y juntan un buen fuego en medio de la milpa, se cortan todos los elotes que puedan comerse y todos comienzan a asar elotes, pero con todo y tusa de manera que se vayan cociendo con el vapor, ya que están cocidos y asados, se les pela sin arrancarles la hoja y poniendo el elote colgado hacia abajo se comienza a describir círculos con él diciendo – ¡Que se enrede el mapache! ¡Que se enrede el mapache!, y así cada miembro de la familia, conforme va comiendo sus elotes va repitiendo esas palabras y elote describiendo círculos grandes con el pelo hacia abajo y ¡que se enrede el mapache! Y así continúan asando elotes, pelando elotes, describiendo círculos con los elotes colgados por las hojas y diciendo ¡que se enrede el mapache!  Así, hasta que toda la familia queda completamente llena de comer elotes y se retiran ordenadamente para la casa.

Por la noche, vienen solos el señor y la señora hacia el centro de la milpa. Después se dirigen hacia una esquina de la siembra, la señora, que va sin calzón se agacha y se coloca con manos y pies al suelo y el vestido para arriba, repitiendo constantemente ¡que se enrede el mapache! ¡Que se enrede el mapache! El señor debe tener suficiente pulso para llegar e introducírselo al primer intento. Si lo logra se paran y se van para la otra esquina, repitiendo la misma operación y así hasta cubrir las cuatro esquinas. Después como se supone que el señor ya no aguanta, se dirigen nuevamente al centro de la milpa y tienen relaciones hasta quedar satisfechos. Si no quedan satisfechos, deberán otro día repetir la operación; sólo así dejará de llegar el mapache…

Me quedé pensando un poco y alcancé a decirle a Chiricuto:  – ¡ay Chiricuto hijue’ la gran puta…! ¡ mirá por tus bromas qué vergüenza voy a pasar cuando le vea las caras nuevamente a la familia de Baldomero…!


De todas maneras… ¡qué buena forma de joder al mapache!

jueves, 26 de mayo de 2016

El secreto del mapache parte tres

Marco Tulio Soto


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Por todo el alboroto que se había formado en la aldea decidimos esperar un buen rato y no avanzar hasta que los perros se hubieran callado.

Al buen rato fuimos avanzando poco a poco, hasta llegar al patio de la casa del campesino. Allí le hicimos un sonido previamente establecido para cuando llegáramos, y uno de sus hijos salió a ver en seguida, alumbrando con una linterna hacia abajo; nosotros le hablamos: – buenas noches compa.  – Buenas noches compas.  – Está su papá. – Cómo no, ahí está; pasen adelante.  Entramos a la casa y comenzamos a saludar uno a uno a toda la familia a la luz de un candil.  Cómo está y una palmadita en el hombro.

Los hijos del campesino jalaron unos troncos y unos cajones para que nos sentáramos; pusimos las mochilas en el suelo y nos fuimos sentando. Inmediatamente nos sirvieron una taza de café y nos ofrecieron tortillas y frijoles que con gusto aceptamos echándole su respectivo chile y un poco de pepita de ayote molida que nos regalaron.

Así, comiendo fuimos platicando y les contamos que habíamos escuchado los gritos de una mujer y un hombre que andaban perdidos en la orilla de la selva.

El campesino, un señor como de 50 años, llamado Baldomero, solo agachó la cabeza y emitió un sonido jmmmmmmm. Quizás por eso le decían “camión viejo”.

Nosotros insistimos en el tema y preguntamos que quién sería o quiénes eran los que andaban perdidos; la señora nerviosamente se puso a soplar y avivar el fuego y el campesino volvió a emitir el sonido jmmmmm.

Nosotros les dijimos que habían pasado como a diez metros de nosotros, pero que no les habíamos querido hablar, porque no estábamos seguros quiénes eran. Hasta ese momento Don Baldomero reconoció que era él y su mujer quienes andaban perdidos. Al inquirir qué andaban haciendo sin luz y porqué se habían perdido; la señora saló al patio como a traer agua y don Baldomero nuevamente hizo jmmmm… jmmmmm.

El compañero Chiricuto soltó una carcajada y les dijo: ustedes andaban haciendo  “el secreto del Mapache”.

La señora que iba entrando con el agua en una tinaja, casi se cae. “Camión viejo” volvió a hacer jmmmmm.

Los hijos grandes, unos se salieron disimuladamente al patio y otros se pusieron a hacer como que hacían algo y el ambiente se tornó un poco incómodo.

Todo lo anterior me intrigó mucho y un poco por curiosidad, ignorancia y porque me gustaba la cacería, comencé a preguntar que cuál era “el secreto del Mapache”.  Cada vez que preguntaba se volvía a enturbiar el ambiente. Todos se ponían muy serios y trataban de disimular su actitud, eso iba despertando cada vez más mi curiosidad y estúpidamente seguía preguntando…

Cada vez que insistía, el campesino cambiaba el tema contestando con una pregunta ¿y cómo les ha ido?  El capitán o cualquiera de nosotros respondían.  Volvía a la carga ¿y no hay mucha plaga ahora en la montaña? Se le volvía a responder que la misma plaga había en toda el área. ¿y no se han enfermado mucho? Bueno lo del gasto, paludismo, gripes, catarros, dolores de cabeza, muelas etc ¿y qué tal de invierno?

Bueno, ha llovido bastante, los arroyos están crecidos, las aguadas están llenas, lo mismo que las lagunas ¿y el fulano que tal está? ¿y mengano porque no vino? ¿y qué tal de cacería?.  Aquí aproveché nuevamente a decirle que aunque fuera un secreto el del mapache tenía que decírmelo, para poder yo cazarlo con más facilidad, nuevamente jmmmm y a cambiar de tema.

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Al rato llegaron otros campesinos que se había mandado a llamar con uno de los hijos de don Baldomero. Así nos salimos de la casa y sentados bajo una enorme ceiba que había en el patio realizamos una reunión de educación política.

La reunión la terminamos como a las 01.00 horas entonces nos despedimos de los campesinos.  Nos quedaríamos a dormir por donde andaban perdidos don Baldomero y su mujer. Por la mañana, cualquiera de los hijos de “camión viejo” nos llevaría el desayuno y saldríamos rumbo a nuestro campamento a las 06.00 horas.

A las 05.00 llegaron un hijo y una hija de don Baldomero a dejarnos el desayuno que consistía en un rimero de tortillas bien calientitas y un poco de frijoles, así como dos botellas con café. Sólo llevaron el desayuno y se retiraron pues tenían que trabajar. Por nuestra parte, sólo comeríamos y nos retiraríamos rápidamente del lugar para no ser detectados por personas extrañas.

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Reemprendimos la marcha de regreso a nuestro campamento por la misma ruta.

Si caminábamos rápido llegaríamos a las 10.00 horas.

Y así, nuevamente por toda la brecha del Tigre, esta vez de día, caminando rápido con las piernas un dos, un dos, como tijeras; con las mochilas como flotando simulando globos de helio pegados a la espalda.

Nuevamente haciendo los "dieces" a cada hora de camino, los “chancuacos” para echar bocanadas de humo en cada de descanso. La constante danza de bejucos, las contorsiones, los agachones, los jalones; a veces al bajar la mochila para despedazar un bejuco cosa que solía ocurrir más a menudos después del medio día, quizá por el cansancio. En la espesura de la selva cualquier cosa podía ocurrir, pero principalmente que nos “enrumbáramos” y las cuatro horas de marcha previstas se convirtieran en seis u ocho. A eso de las 15.00 horas cuando habíamos comenzado a caminar a las 06.00, todas las bromas se evitaban, en especial  las de mal gusto, para no tener problemas con los más quisquillosos; a esa hora el humor que se llevaba no era de buenos amigos.

"Seguimos caminando, y un dos, un dos, con las piernas como tijeras, los pies posándose bien para no resbalar, para no caer, para no doblarse. Y el sudor resbalando por la nariz y las cejas como parabrisas desviando el sudor hacia los lados y la camisa mojada y el pantalón destiñéndose en la entrepierna y desgastándose por el un dos, un dos como tijeras. Y árboles como cohetes espaciales y otros mirando como cabezas salientes y otros como figuras raras, algunas ridículas; otros como burlescos, otros muy ecuánimes, otros muy formales, algunos muy retorcidos como conteniendo la risa, otros como taciturnos y tristes, otros muy erizos como emocionados, otros como friolentos llenos de hojas como satisfechos, otros muy altos y delgados como desnutridos, otros tendidos y agachados como avergonzados, otros muy lisos, otros muy escamosos, otros como con viruela, otros con avitaminosis llenos de manchas, otros tan gordos y bajos que parecen señoras vendiendo comida en el mercado, otros en el suelo muertos o muriéndose, otros morenos como el cedro, blancos como la pimienta y el guarumo, amarillos como el canchán, negros como el palo tinto, rojos como el palo jiote; algunos más nudos que pita de chichaguate. Ogros con la sabia roja como el sangre de Cristo, amarilla como el marío, blanca como el chicle, verde como el guano. Azul como el Campeche".

"Con flores de todos tamaños y olores. Con colmenas incrustadas en troncos, con abejas extranjeras o de castilla, criollas, tenzuque, congo, chumelas, doncellas, tamagás, cuxpún, talnete, chilizate, etc. Etc. Con porras de comején colgadas como alforjas. Con semillas olorosas como la pimienta, frutas deliciosas como el zapote, el chicozapote, el manguillo, el manax, el ujuxte, etc. Tan dulces como la misma miel.  Hojas multiformes y multicolores tan grandes como el guano, que sirve para techar casas, tan pequeñas como el chipilín".


"Con cáscaras tan delgadas como el palo jiote que parece papel celofán. Sabia tan cáustica y venenosa como el chechén, maderas tan suaves como el majague o mecate, tan duras como el chicozapote o el tinto. Árboles tan imponentes y frondosos como la ceiba pentandra y tan elegantes como la caoba y el cedro.  Y bejucos multiformes, redondos, ovalados, triangulares, como el barbasco, largos y rectos como el “come mano”, con mucha agua, como el de uva, tan espinosos como el bayal y el uña de gato; tan fuertes como el matapalo, tan dóciles como el mimbre.  Muchos simulando enormes serpientes enrolladas en los árboles, otros tendidos por el suelo, otros formando nudos, otros roscados con otros como compitiendo haber quién aprieta más, otros que nacen de abajo para arriba, y otros de arriba para abajo".

martes, 24 de mayo de 2016

El secreto del mapache parte 2

Marco Tulio Soto



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Vamos… se acabaron los diez minutos.

Nos paramos. Nos estiramos un poco. Nos echamos la mochila de un tirón a la espalda y reiniciamos la marcha.

“Nuevamente comienza a correr el sudor por la nariz, las cejas se empapan y comienza el ardor en los ojos. Veo el tronco de un árbol que parece un cuello estirado con una cabeza observando a todo el que pasa. Los árboles tienen figuras caprichosas que semejan personas o animales… y si de verdad vieran y si fueran animados, cuántas variedades existen, de todos tamaños, colores, formas, grosores; con raíces salientes algunos parecen cohetes espaciales, pues las raíces semejan  enormes aletas, son raíces salientes, llamadas gambas”.

Hacen señas de la vanguardia hacia un lado… es un venado hermoso. Con cachamenta de ramazón, se mueve despacio pero nerviosamente, posiblemente es la primera vez que ve personas… comentan los compañeros ¡Qué venadazo! Nunca le han tirado de lo contrario ya hubiera huido.

El animal alza la cabeza y respira fuerte, tratando quizás de identificarnos, no somos tigres, no somos pumas, somos un enemigo más poderoso, pero él no lo sabe, no sabe que cada uno llevamos en la mano un arma, no sabe que si en vez de ir hacia la aldea viniéramos de regreso ya estaría muerto; no sabe que no le tiramos para no delatar nuestra presencia, no sabe que no podemos perder tiempo quitándole el cuero y destazándolo, no sabe que sería un error, llevárnoslo para después regresarlo, no sabe que la maldad del hombre es infinita; no sabe que a todos nos pica el dedo por jalar el gatillo de nuestra arma; quizá no sabe que su carne es deliciosa y ahí está venteado y viéndonos no sabe qué hacer, posiblemente nunca ha corrido ante ningún enemigo, posiblemente siempre los ha enfrentado, nunca los pumas y tigres lo han podido emboscar y siempre los ha descubierto a tiempo se ha ido o los ha enfrentado. Ahora no sabe qué hacer, posiblemente nunca se ha corrido ante ningún enemigo, posiblemente siempre los ha enfrentado, nunca los pumas y tigres lo han podido emboscar y siempre los ha descubierto a tiempo se ha ido o los ha enfrentando. Ahora no sabe qué hacer contra ocho figuras erectas que se cruzan las miradas con él, con ocho cerebros que están pensando en una ensarta de carne haciendo psss psss pssss… en el fuego, cuando gotea la carne gorda. Pero él no conoce el fuego, quizá se ha acercado a los guatales a comer un poco de ceniza, quizá ya ha visto la destrucción que el hombre hace de los bosques, pero también le comparte en cierta medida esa destrucción, el se come las hojitas tiernas de la milpa y del frijol que le encanta.

Por fin con paso cadencioso se va alejando; pero por momentos se para, vuelve a ventear, mueve las orejas y se le ve lo blanco del interior de la cola que la lleva paradita como erizada como para mantener la actitud de alerta, se pierde en la espesura y nosotros continuamos la marcha.


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“Nuevamente el un dos de las piernas como tijeras, las mochilas como globos de helio, pegadas a la espalda de sus dueños; el arma cruzada  en el pecho formando una diagonal, las botas esquivando obstáculos, posándose con habilidad y maestría para no caer; caminando como si fueran marchando, como si fueran peleando, aquí no se puede andar arrastrando los pies como se camina en las ciudades; y el un, dos, un, dos, como tijeras… y el salto para evadir obstáculos y sembrar tacones cuando se va bajando y hundir las puntas cuando se va subiendo… y otra vez un, dos, un dos, como tijeras y tropezar con piedras; con palos, con raíces y subir y bajar, y mantener el ritmo un dos, un dos como tijeras y gastar el pantalón de entre las piernas, se destiñe, se decolora, un, dos, un, dos”.

Nuevamente el de la vanguardia extiende sus diez dedos, indicando que corresponden otros diez minutos de descanso, pues ya caminamos una hora.  Nuevamente tratamos de acomodarnos contra un árbol para descansar; poniendo las piernas en forma horizontal y de la cintura para arriba en ángulos de cuarenta y cinco.

También se autorizó encender “chancuacos”, o sea los cigarros hechos a mano, para placenteramente formar rueditas de humo lanzarlas con fuerza y tratar de meter en alguna ramita sin hojas, como si jugáramos en una feria.

Y nuevamente:

Vamos se acabaron los diez minutos…

“La vegetación ha comenzado a cambiar, se aprecian palmas de corozo o manaco. Esta vegetación permite que el terreno se mantenga bastante limpio en la parte baja, o sea, que no hay muchos bejucos ni maleza pequeña; sólo arriba en la copa de los árboles la vegetación se espesa. El sol filtra con suavidad, sus rayos penetran como en spray.  Ahora que son las 18.10 horas la luz penetra como algodones de miel”.

Apretamos el paso para llegar todavía con la luz del día a la brecha del Tigre, allí encenderíamos nuestras linternas y seguiríamos caminando más rápido, ya con menos obstáculos.

Por fin caímos a la brecha del Tigre, revisamos si había huellas recientes, sólo había una de un zapato pequeñito, que por deducción determinamos que se trataba de una persona de baja estatura, pues por allí no andaría un niño solo.



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Metimos tiro en las recámaras de las carabinas, sacamos nuestras linternas. Las encendimos los números impares, o sea. De esa manera los pares ahorrarían baterías.

Así proseguimos la marcha mirando con el rabo del ojo como dejábamos los árboles. Pasando por arriba de uno que otro árbol caído sobre la brecha; alumbrando hacia abajo, escuchando con más claridad el ritmo de la marcha.  Los animales nocturnos son menos bulliciosos que los diurnos y los sonidos de sus cantos ruidos que emiten, son graves y no agudos. Comenzamos a encontrar los primeros indicios de los trabajaderos. Descansamos los diez minutos correspondientes a la tercera hora.  Aquí ya no se permitió fumar, sino hasta que estuviéramos en la casa del campesino que íbamos a buscar.

A partir de la tercera hora, comenzamos a caminar con más cautela; explorando con la vista los contornos; procurando hacer menos ruido, escuchando con atención los ruidos.

Encontramos la primera milpa que ya estaba en elote, seguimos avanzando por la orilla de los trabajaderos, o sea, entre los descombros y la selva; íbamos avanzando más despacio llegando al trabajadero del campesino que íbamos a buscar, cuando de repente escuchamos: iiiiiijai… iiiiiijai…

iiiiiii… eran gritos de un hombre y de una mujer que andaban perdidos por la orilla de la selva, y se habrían metido unos cuatrocientos metros dentro de la vegetación selvática.  De las casas de la aldea les respondían sonando un cuerno o cacho para que se orientaran, se oía:

puuuuuuuuuu…  puuuuuuuuuuu…
puuuuuuuuuu…  y ellos  iiiiiiiijai…  iiiiiijai… iiiiiijai.  Poco a poco iban avanzando en dirección a los sonidos del cuerno: puuuuu… puuuuuu…
puuuu…

Escuchamos dos voces, no los veíamos porque venían sin luz, venían avanzando, chocándose contra los árboles, rompiendo bejucos con el cuerpo, cayéndose, somatándose; nosotros agazapados los oímos pasar muy cerca, hasta que cayeron al camino que nosotros llevábamos. Allí ya se orientaron y en oscuras fueron avanzando hasta llegar a la milpa.  De la aldea seguían llegando sonidos:  puuuuu… puuuu… y los perros ladraban y el cuerno seguía semejando aullidos de lobo… nosotros los dejamos pasar, no les hablamos porque no estábamos seguros quiénes eran.




domingo, 22 de mayo de 2016

El secreto del mapache parte 1

Marco Tulio Soto

Las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) incursionaron en el norteño departamento de Petén a finales de los años 60. De Aquellos primeros combatientes pocos sobrevivieron; uno de ellos, Rigo, quien narra esta historia.  Otros trascendieron a la eternidad, como el capitán Androcles Hernández, jefe de este grupo.

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Esta historia se desarrolla en 1971, en una aldea petenera ubicada en la espesura selvática, donde no existía, carreteras, sólo vías fluviales, veredas y las llamadas picas: caminitos abiertos a machete en la selva.

Aquí, tener cayuco o caballo era una necesidad, pues eran los medios de transporte más usados y que más resolvían los problemas.

El cayuco debía ser de cedro o caoba y no debía ser “celoso”; los cayucos “celosos” son aquellos que se vuelcan con facilidad, los que no son estables.

Por vereda había que caminar 14 kilómetros hasta la aldea más cercana. Por el río 16 kilómetros hasta el pueblo más cercano. Los productos agrícolas salían en su mayoría por el río, pues era más fácil hacer un cayuco que comprar un caballo o una bestia mular.

Los domingos era frecuente que los hombres se pusieran camisa blanca lo mejor planchada posible; el más nuevo pantalón arremangado para no llenar de lodo los ruedos de las mangas, sombrero de salir, una bolsa o una alforja sobre el hombro. Se echaban un buen poco de vaselina perfumada en el pelo. Se rasuraban con una hoja de afeitar sostenida entre los dedos, la cual manejaban con una maestría propia de un barbero. Rasurándose aún sin espejo. En la bolsa derecha  delantera del pantalón un pañuelo rojo que en una de sus esquinas llevaba amarrado el dinero que se gastaría en esa ocasión.

Quien tenía machete “cola de gallo” bien envainado lo llevaba dependiendo del lugar o pueblo. Los zapatos se iban dentro de una bolsa, se los ponían antes de entrar al pueblo ya que para eso los habían comprado. Las mujeres iban atrás del hombre.  Así era en el campo y sigue siendo: ellos siempre van adelante por los  caminos, o van a caballo y la señora a pie.

Las mujeres se peinaban muy bien, se hacían un par de trenzas, se colocaban algunos adornos en el pelo, se ponían algún collar barato, mejor si era de perlas rojas. Regularmente llevaban vestido de una pieza del color más brillante que encontraran, anaranjado, amarillo, azul, verde o rojo. El largo del vestido siempre era debajo de la rodilla. Las campesinas no llevaban bolso de mano, en todo caso llevarían un pequeño canasto u otro tipo de bolsa corriente que le serviría para traer sus cosas, que compre en el mercado.  El dinero si es que ella lo llevaba, lo llevaría entre los pechos, prensado con el brasier. Si llevaba un niño pequeño lo llevaba en un rebozo, se lo colocaba atrás o adelante, pero el niño siempre iba acostado con una pequeña inclinación hacia sus pies.


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Con cierta regularidad la fuerza guerrillera visitaba las aldeas para conversar y hacer reuniones  políticas con los campesinos organizados. Con ellos se resolvían todas las necesidades que habían con ellos se desarrollaba y crecía cada vez más la organización.

En aquella ocasión visitaríamos esa aldea, que quedaba a cuatro horas de distancia del campamento. El capitán Andrócles escogió a los compañeros que formarían la patrulla y que irían con él a esa visita. Preparamos nuestras mochilas o “costalillas” y nos formamos frente al capitán para recibir las órdenes del día.  El capitán dijo: – Atención compañeros, vamos a ir a una misión de carácter político, a una visita a la base de la aldea Moyuta. Vamos a caminar a rumbo, hasta caerle a la brecha del tigre; nos iremos guardando una distancia de cinco metros entre cada uno. Hay que pasar las voces u órdenes. Hay que mantener contacto visual para que se vean las señas. La seña y contraseña será gavilán - gorrión. En caso de problemas nos desplegaremos en línea de tiradores; los pares se desplazarán hacia la derecha y los impares lo harán hacia la izquierda.  No tenemos conocimiento de presencia del enemigo en la zona, si descubrimos a civiles trataremos de escondernos. Si no fuera posible hablaremos con ellos.

¡Atención…! ¡numerarse!: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete. Ocho y último. Bien, ¡para iniciar la marcha!: “!A vencer o morir por Guatemala, la Revolución y el Socialismo!”. Paso al frente: “!Venceremos!”.

Comenzamos a caminar a las 16:00 horas con la idea de llegar a la aldea a las 20:00.

El ritmo de marcha era rápido. El compañero de vanguardia con su brújula en mano, la veía cada cinco minutos, iba marcando el rumbo en busca de la brecha del tigre. La hojarasca estaba mojada, por lo que la marcha era bastante silenciosa. Sin embargo, el calentamiento del cuerpo en los primeros minutos de marcha era acelerado: “comienzan a correr las gotas de sudor de la frente por toda la nariz; las cejas desvían muchas gotas hacia los lados, algunas llegan a las pestañas y a los ojos, provocando un ligero ardor que hace que uno se restriegue con el dorso de la mano”.

“Se ven las botas del compañero de adelante que rítmicamente van esquivando palos caídos, piedras, hoyos. Las piernas parecen tijeras trabajando sin parar, la mochila se ve como si fuera flotando, con un pequeño vaivén ondulante hacia arriba, hacia abajo, a veces el descenso es violento, pues son los agachones para esquivar bejucos y palos tendidos”.

Muchas veces el compañero hace una contorsión hacia la derecha y hacia la izquierda y luego tira hacia delante con fuerza, para destrabarse él y su mochila de algún bejuco que lo ha enredado. Algunas veces no se logra, cuando después de tres intentos no se desenreda, el de atrás ayuda; pero sucede muy a menudo que con la sangre caliente, los compañeros se destraban la mochila, sacan su machete y la emprenden contra el bejuco hasta dejarlo fragmentado en pedacitos. Nadie se ríe de estos actos porque internamente todos se solidarizan con el compañero.

Cuando los bejucos son gruesos es más fácil evadirlos, aunque se establece la danza de los bejucos, entre agachones, contorsiones y jalones.

Cuando se encuentra terreno limpio, se logra observar todo el grupo; algunos de pequeña estatura se ven como mochilas andantes o mochilas con patas que se desplazan rápidamente.

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“A los veinte minutos ya la camisa va empapada de sudor, comienza uno a caminar con un ritmo monótono, con movimientos automáticos; se comienza a distraer el pensamiento y se va caminando. Por ejemplo: se piensa, si yo estuviera aquí por un salario, cobraría carísimo, cobraría por día, no por semana ni por mes.  Para llevar esta mochila cobraría por onza, no por libra ni por arroba de peso. Cada día sin comida lo cobraría triple, exigiría caminar por buenos caminos, en lugares donde hubiera agua limpia; exigiría ropa limpia todos los días, jabón de olor para bañarme, un fisil láser para barrer con todo lo que se me pusiera enfrente…”

“Se va caminando y pensando: ese árbol que se cayó es un caoba; el comején debe haberle comido el corazón. Es inmenso, fácil tiene sus cien años. Cuando yo nací él tenía ochenta; logró abrirse paso entre los árboles, se fue elevando y elevando buscando la luz, buscando los apetecibles rayos del sol para amacizarse y engrosarse. Y ahora cae, el comején le barrenó el corazón, no lo dejará tranquilo, se lo seguirá comiendo, lo irá haciendo aserrín, polvo de madera. El corazón es lo más duro, no tardará más de tres años. El espacio que dejó lo cubrirán otros árboles, quizás no de la misma especie, pero sí de la selva”.

“Y se continúa pensando; ay espina desgraciada, se me clavó en este dedo hasta dentro. Ishhhhhhh qué doloroso el pinchazo, ni sangre sale. Parece verduguillo, tapa cualquier hemorragia ¿por qué existen las espinas? Mi mamá un día me enseño un poema:

Si ese rosal examinas,
Que riegas tan cuidadosa ,
Verás que entre cada rosa
Tiene millares de espinas;
Y si ligera te inclinas
Para cortar un botón
No extrañes que duro arpón
Hiere tu mano pulida;
Que los goces de la vida
Van con igual condición.

Por un fugace placer,   
Efímero cual las flores,
En prolongados dolores
El hombre se llega a ver;
Y la vida viene a ser,
Si con juicio se examina,
Como el rosal que Delina
Riega y cultiva afanosa:
Cada ilusión una rosa
Cada recuerdo una espina.

Manuel Dieguez Olaverri


“Pero recuerdo… esto no es rosal, este no da nada ¿porqué espinas, mosquitos, tábanos, avispas, hormigas? ¿Por qué tanta plaga que sólo daño produce? Buen, las hormigas trabajan, los tábanos sólo chupan sangre y transmiten enfermedades; bueno pero y las espinas… será que también sirven para el equilibrio ecológico… de todas formas si yo pudiera les metería tractor y fuego a todos los espineros”.

Se para el compañero de vanguardia e indica con los diez dedos de la mano que corresponde descansar diez minutos pues ya hemos caminado una hora. Cada quien se acomoda sentado contra un árbol, tratando de no romper el orden de marcha; se pregunta al Capitán si se puede fumar, este asiente con la cabeza y encendemos nuestro respectivo “chancuaco” y comenzamos a echar bocanadas de humo, platicando con los de al lado; más bien cuchicheando...