“… cuando estemos capacitados para atacar, debemos parecer imposibilitados
para hacerlo; cuando estamos usando nuestras fuerzas debemos parecer inactivos;
cuando estamos cerca, debemos hacer creer al enemigo que estamos lejos; cuando
estamos lejos, debemos hacerle creer que estamos cerca”. El arte de la guerra. Sun Tzu.
El enemigo había ubicado la posición de la fuerza
guerrillera por la señal del equipo de radiocomunicación y, desde los primeros
días de aquel septiembre de 1984 impulsó una operación de ablandamiento y
destrucción de la insurgencia. La primera fase consistía en el bombardeo
constante, con obús 105 milímetros.
Una de esas noches cayó un proyectil a pocos
metros de una cocina guerrillera; por suerte los compañeros de turno habían
concluido la tarea y regresado al campamento. No hubo ningún daño que lamentar.
Pero luego de varios días de bombardeo, el
ejército estaba logrando en parte lo que se proponía: la fuerza guerrillera ya
no dormía, por temor a perder la vida. Fue entonces que el mando entró al juego
de estrategia y decidió mantener la señal de radio en el mismo sitio mientras
el grueso de combatientes se movilizaban para preparar un contra ataque.
Unos días después el bombardeo se intensificó a
cada media hora. Aquella pequeña unidad que se había quedado en el lugar,
enviando y recibiendo mensajes falsos por la radio actuaba con disciplina
militar y una profunda convicción revolucionaria.
Se acercaba el 15 de septiembre, día de la supuesta
independencia de la corona española, fecha que para el Teniente Coronel, recién
nombrado Comandante del Segundo Batallón de Infantería de la zona militar 23,
tenía un significado muy importante, más aún si en aquel contexto festivo se
informaba de un importante golpe a la guerrilla. Sería un hecho con
trascendencia, no solo nacional sino internacional.
Pero ese plan estaba a punto de cambiar. El mando
de las FAR dispuso colocar una emboscada entre las aldeas Los Chorros y Bethel,
pues contaba con información que el puesto operativo de campaña estaba en la
aldea Retaltecos, cercana a Bethel.
Había una observación, una contención y la fuerza
principal, en la emboscada de aniquilamiento.
Sin embargo el cansancio hizo mella en el
compañero de la observación, lo que permitió que pasaran los dos camiones por
el lugar de la emboscada, sin que nada sucediera. Cólera e impotencia privaron
en aquel momento en la mayoría de combatientes, pero los jefes guerrilleros,
Martín y Orellana, decidieron esperar.
Media hora después los dos camiones venían de
regreso y, sin que lo sospecharan en lo más mínimo, Martín y Orellana darían un
golpe estratégico al ejército.
Nadie lo esperaba. Luego de diez días de constante
bombardeo en la zona de operaciones de la guerrilla, su moral debía estar por
los suelos. El siguiente paso sería que la insurgencia huyera hacía el área
fronteriza, donde sería copada por tropas que ya habían sido cuidadosamente
distribuidas…
En medio de la carretera había sido colocado un
cono antitanque. El teniente “Pelache” era el encargado de detonar la carga y,
al paso del primer vehículo soltó el chispazo. La montaña retumbó con aquel
apagado estallido que se alarga en la selva con su fuerza destructora. En milésimas de segundo el camión se elevó
aproximadamente seis metros y cayó en la cuneta de la carretera, a unos 50
metros del lugar.
El segundo camión retrocedió, luego del minazo, para
no entrar a la emboscada, pero pasó frente a la emboscada de contención donde
fue recibido por los guerrilleros, con nutrido fuego de fusilería. Aquel momento fue apoteósico e inolvidable para
los combatientes, que vieron huir a la tropa kaibil, que se conducía en ese
vehículo, sin oponer la más mínima resistencia.
El vehículo militar se detuvo a unos 250 metros,
desde donde los elementos de tropa procedieron a lanzar granadas, con mortero 60 mm, pero no hicieron
ningún esfuerzo por regresar a apoyar a sus compañeros.
Con el primer camión había que tomar precauciones
y esperar los pasos programados. Pero la emoción del momento provocó que Santios,
un compañero de la escuadra del Teniente Arturo, que no debía ir al asalto, se
acercara al camión. Arturo le gritó que no lo hiciera, que le correspondía
quedarse en su lugar. Pero no escuchó y cuando estaba parado sobre el camión,
uno de los soldados sobrevivientes lo hirió de muerte.
Este grave error alteró la operación, porque
después de la mina le tocaba al sargento Angelito lanzar un cohete. No lo pudo hacer, pues al caer el compañero
Santios se ordenó sacar su cuerpo.
Angelito, con impotencia, pedía autorización al teniente “Pelache”, para
hacer el tiro, pero éste no lo permitió — ¡hay compañeros ahí! — gritaba.
El error de Santios ocasionó, no solo su propia
muerte, sino también la de Ovidio y Rosalío. Tres valiosos compañeros habían
caído.
El cuerpo del Teniente Coronel había quedado en
media calle. Se le recuperó un fusil, un uniforme de gala, para la
celebración del 15 de Septiembre y varios mapas de Petén, con toda la
operación marcada con simbología militar.
Por aparte se recuperaron otros tres fusiles, los
cuales, debido a la explosión, quedaron inservibles.
Unos días después el mando supo que en su primer
paso por la emboscada los camiones iban vacíos, pues habían entrado a recoger
al Teniente Coronel, a varios subalternos y soldados de élite que lo
acompañaban, todos de las fuerzas especiales Kaibil.
El alto mando del ejército había concluido
que las FAR tuvieron suficiente información de inteligencia para ejecutar
aquella acción. Un elemento determinante para ello fue que la guerrilla “dejara
pasar” a los dos camiones cuando iban vacíos y atacara media hora después,
cuando el Teniente Coronel y sus subalternos iban en ellos. No
sabían que un error había contribuido a la victoria.
La muerte del alto oficial y la recuperación de mapas estratégicos significaron el fin de la operación del ejército.