sábado, 11 de abril de 2020

Las MDS

El militante revolucionario, en cualquier lugar donde se desempeñara, debía guardar, de forma estricta, las MDS (Medidas de Seguridad); cualquier mínima violación de éstas implicaba un atentado a la vida propia y del colectivo.

Respetar las MDS nos salvó la vida infinidad de veces. Romperlas también llevó a la muerte y captura de muchos compañeros y compañeras.

Recuerdo que cumplí 28 años solo, en una casa de Tabasco, México. Era marzo de 1992. Mi hijo y mi compañera estaban a 750 kilómetros de distancia. Las tareas que realizábamos requerían de tal separación. Aunque vivía en una zona de campo, con mucha vegetación, en un pueblo cercano se escuchaban las cumbias de la época. Había alguna fiesta local, con mucha cerveza y juventud disfrutando. Pero me quedé en la casa. La disciplina era importante. No sé porqué salta con más intensidad este recuerdo. Fueron muchos años, muchas circunstancias difíciles que enfrentamos.

En las ciudades se exigía mayor cuidado con las medidas de seguridad y los jefes eran muy rigurosos al aplicar el reglamento disciplinario. Hay historias de compañeros irresponsables que fueron capturados en algún bar y con ellos cayeron sus contactos, el equipo con el que vivían y hasta algunos seres queridos. También se rompían las MDS al visitar a la familia, ir al médico o al dentista, o encontrarnos con los amigos de la infancia.  La vida militante exigía romper con todos los nexos de la vida legal.

Cuando se cubría un contacto se hacía un pre chequeo del lugar, unos minutos antes del encuentro, para determinar si no había indicios de vigilancia enemiga. Luego, en el punto de encuentro, se esperaba solo diez minutos. Llegar antes de la hora también era un riesgo.

Un compañero cuenta como una impuntualidad le salvó la vida. Estaba en un restaurante esperando a una compañera. Había tomado todas las medidas previas y en el lugar no había nada que llamara su atención, pero pasaron los diez minutos de tolerancia y la compañera no llegó. Decidió terminar su café tranquilamente. Transcurrieron otros diez minutos sin que ella apareciera. Pagó y se fue.  Antes de llegar a la casa de seguridad donde vivía hizo el correspondiente chequeo y contra chequeo.  Al llegar a la colonia vio varias patrullas de policía en los alrededores y algunos vehículos de judiciales. Un sudor frío corrió por todo su cuerpo, pero siguió aparentando la mayor tranquilidad y logró retirarse. La casa había caído. Diez minutos antes también él habría sido capturado.

En los 80’s las casas de seguridad tenían características similares; el tipo de colonia o barrio, el tipo de habitantes, generalmente clase media baja. Todo esto llevó a que el enemigo, diseñara toda una estrategia de inteligencia y dio golpes contundentes a las organizaciones revolucionarias. Mario Payeras, en “El Trueno en la Ciudad”, es muy crítico de la metodología que llevó a que cayeran decenas de compañeros y compañeras.

De esa época, cuentan algunos sobrevivientes lo siguiente: Era una mañana como muchas otras, con aparente tranquilidad. La unidad estaba integrada por dos compañeros y una compañera. Se levantaron a la hora acostumbrada e iniciaron sus actividades de rutina, Una hora después vieron por la ventana que varios vehículos de judiciales tomaban posición estratégica de las esquinas. Se subieron a la terraza y observaron que vehículos del ejército cubrían el otro lado de la manzana. Se prepararon para todo. Alistaron sus armas y cuando estaban a punto de salir y tomar la iniciativa, escucharon que el enemigo ingresó de forma violenta a otra casa vecina, con un fatídico enfrentamiento en el que murieron varios compañeros de una organización hermana.

Una anécdota diferente y hasta un poco graciosa le sucedió a tres comandos urbanos, surgidos de la gloriosa Universidad de San Carlos de Guatemala. Uno de ellos era de reciente incorporación y decidieron llevarlo a una casa de seguridad para iniciar su instrucción militar. Fue una semana completa, en la que a diario le pedían que cerrara los ojos. Al llegar al lugar solo le recomendaban que bajara la vista, para evitar sospechas de los vecinos. Al salir, le daban unas vueltas por el lugar y lo dejaban. Todos los días fue lo mismo: la misma forma de llegar y la misma forma de dejarlo. El último día, ya molesto por aquella rutina, el compañero  les dijo:  — Compas, pero ¿! por qué me traen con los ojos cerrados!?  — ¡Son las MDS, compañero!, le respondieron.  — ¡Que MDS ni que la chingada!, ¡Tanta babosada para que no sepa donde estoy, si yo en aquella casa de la esquina vivo!.

Las MDS ahora, en contra del coronavirus, son similares:
Debemos romper con los nexos familiares, principalmente los de mayor riesgo.
Debemos salir de casa solo para lo estrictamente necesario.
Debemos mantener alta la moral, a pesar del encierro, para que los resultados sean los mejores.

Debemos confiar en que las medidas son necesarias para alcanzar la victoria.