lunes, 19 de agosto de 2019

1993: Ataque a puesto de avanzada del ejército


"En la intensidad del momento se podía sentir el paso de cada milésima de segundo, más aún cuando notaron que los militares habían sido alertados por las voces de mando..."

En 1993 combatientes del Frente “Panzós Heroico” fueron enviados a efectuar un ataque al puesto de avanzada del destacamento militar ubicado en la zona petrolera de Rubelsanto, en Chisec, Alta Verapaz, donde operaba hasta ese momento la compañía petrolera Basic Resources.

Para llevar a cabo esta acción debían considerar que el puesto de avanzada se encontraba a 500 metros del destacamento y había que pasar por un caserío, para llegar al lugar donde sería colocada la posición principal de la acción. El riesgo era extremo e implicaba un alto nivel de sigilo en un primer momento, rapidez y certeza, en el segundo.

La unidad guerrillera estaba integrada por 18 combatientes y era necesario que todos atravesaran el poblado sin ser detectados. Se untaron de ajo por todo el cuerpo para que los perros no sintieran su olor y les ladraran. Iniciaron la incursión a las 11 de la noche.

El caserío era pequeño: de un punto a otro habrían 250 metros. Sin embargo, a paso de zapadores, tomados del cinturón unos de otros y desviándose por los lugares con menos probabilidades de ser descubiertos, hicieron seis largas horas. Ninguno de los 18 flaqueo.

Nueve guerrilleros se quedaron frente a la carretera, en la salida del pueblo, punto que sería clave posteriormente. Los otros nueve avanzaron 150 metros más, donde se encontraron con una malla que daba frente al puesto militar e impedía el paso, aunque no así el operativo.

Todos tomaron sus posiciones. Juan Antonio llevaba una potente ametralladora PKM. A la izquierda se ubicó su primo Eliú, con el lanzagranadas y a la derecha Chaco, con el lanzacohetes. El resto de fusileros ocuparon los flancos. A las 5.45 todos estaban listos, a la espera de la orden del jefe de la unidad, el teniente Lima.

El ataque debía iniciar a las 6.00 horas. En ese momento vieron una sombra correr hacia ellos. Era un soldado que se detuvo a unos diez metros de la posición de Juan Antonio. — “Si me mira le vuelo verga”, pensó y apuntó, en espera de lo peor. El soldado se bajó el pantalón y se agachó para hacer sus necesidades. Dos minutos después se levantó y regresó relajado. — ¡¿me vio, me vio?! , preguntó nervioso a Eliú. Pero en el puesto militar no hubo ninguna reacción.

A las 6.00 en punto, cuando aún no parecía haber ningún movimiento en el lugar se escuchó el grito del teniente Lima: — ¡ Fueeeeegoooo ! El lanzacohetero era el encargado de iniciar la acción, pero en ese preciso momento tenía abajo la bazuka. En lo que se subió el arma al hombro y afinó puntería se escuchó nuevamente el grito del oficial guerrillero: — ¡ Fueeeegooo !.

Foto de apoyo. Combatientes de FAR en Petén.
En la intensidad del momento se podía sentir el paso de cada milésima de segundo, más aún cuando notaron que los militares habían sido alertados por las voces de mando y antes que se dejara escuchar la detonación del cohete, retumbó la ametralladora. Juan Antonio tuvo que iniciar la acción. Luego de al menos 25 tiros salió el cohetazo directo y certero a la garita, que voló en pedazos a una distancia de 20 metros. De inmediato inició la fusilería y con ella, en leves pausas, las granadas. Era una orquesta de muerte.

Los soldados no atinaban a reaccionar. Unos minutos después se volvió a escuchar el grito de Lima: — ¡ Al asaaaltooo ! Cortaron la malla y empezaron a avanzar. Fue hasta ese momento que intentaron poner resistencia, pero ante el coraje y valentía de los insurgentes huyeron hacia la carretera donde se encontraron con la contención guerrillera, que también los hizo retroceder.

Solo les quedaba mantenerse escondidos en un pantano aledaño para salvar sus vidas. Todo esto ocurrió en cuestión de minutos. El oficial al mando del destacamento escuchó el apabullante estruendo de las armas guerrilleras, por lo que envió a una compañía de infantería a reforzar la avanzada. Corrían agazapados por una orilla de la carretera, cuando Chaco, el cohetero, recibió la orden de disparar.

Un potente granadazo hizo volar a cuatro militares, dando paso a un enfrentamiento con fusilería. Juan Antonio fue enviado a posicionarse con la ametralladora en medio de la carretera y abrir fuego a lo que se moviera, en tanto el grupo de Lima tomó las galeras de la avanzada del ejército. Dos soldados habían perdido la vida en ese lugar.


Fueron recuperados dos fusiles galil, mochilas, municiones y una cantidad considerable de abasto. No habían pasado 30 minutos cuando se dio la voz de retirada. No hubo bajas insurgentes; por parte del ejército murieron seis elementos. Posteriormente se conoció que los soldados de la avanzada que se habían escondido en el pantano, informaron haber sido secuestrados por la guerrilla.

viernes, 9 de agosto de 2019

Una acción desafortunada

“Te mataron
y no nos dijeron donde
enterraron tu cuerpo, 
pero desde entonces
todo el territorio es tu sepulcro; 
o más bien;
en cada palmo
de territorio nacional
en que no está tu cuerpo,
tú resucitaste”.
Ernesto Cardenal


Entre julio y agosto de 1985 se llevó a cabo el XII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes en Moscú, al que asistieron más de 20 mil jóvenes de 157 países. A este magno evento se dio cita una delegación de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), integrada por varios combatientes guerrilleros; hombres y mujeres que se habían ganado a pulso el derecho a estar ahí y que aún les faltaba mucho por aportar.

Las operaciones en los frentes continuaban con diversidad de dificultades, pero con la voluntad y calidad individual, de seres que estaban dispuestos a darlo todo, incluso su propia vida, por construir un mejor país.

En una guerra irregular cualquier acción militar implica un alto riesgo, así sea únicamente propaganda armada. En Guatemala este tipo de actividades se efectuaban con la intención de atraer al ejército a un lugar, dispersar a la fuerza enemiga, llevar el mensaje revolucionario a la población, generar simpatía y aumentar la incorporación de jóvenes a las filas insurgentes.

Por aquellas fechas, a mediados de 1985, el teniente Águila organizó la toma de un tramo carretero, entre el caserío Colpetén y la aldea Sabaneta. Una tarde antes la unidad guerrillera acampó en una milpa cercana al lugar donde se llevaría a cabo la acción. Águila autorizó que se hiciera una fogata y se cortaran elotes. El teniente era muy cuidadoso con la propiedad de la población. Era común que si pasaban por un cañaveral ordenara sembrar más caña. El campesino pobre debía recibir el valor de lo que se consumiera. En aquella ocasión no fue posible hacerlo por las condiciones de secretividad en que se encontraban, previo a la acción.

A las 5 de la mañana del día siguiente se acercaron a la carretera. Antes se pusieron de  acuerdo en las tareas que a cada quién correspondían: en ambos extremos del tramo colocarían contenciones, con el fin de bloquear el tráfico y hacer frente a cualquier incursión del ejército. En el centro, Alex se encargaría del mitin y junto a él estaría el sargento Everildo y el compañero Frank, para protegerse mutuamente y participar de la arenga. Uno de los flancos, a manera de retaguardia, estaba resguardado por el compañero Morales y su escuadra.

Alex, Everildo y Frank se subieron sobre un camión y estaban por iniciar el mensaje revolucionario cuando se oyó un disparo. Everildo se dobló hacia adelante y cayó de cara en la tierra, sin el más mínimo movimiento. Su arma voló a unos metros de su cuerpo. De inmediato empezó un nutrido fuego de fusilería. Los soldados habían burlado la vigilancia de Morales y su gente.

Frank buscó salir del lugar a como pudo, en tanto que Alex, en medio de la carretera, no podía levantar la cabeza. Al momento de los disparos e teniente Águila logró rodar hacia una de las orillas, en una balastrera. Un pelotón de soldados atacaba desde un pequeño cerro, donde emplazaron rápidamente una ametralladora y al menos dos lanzagranadas M-79, además de la fusilería. Era un fuego nutrido sobre el pequeño grupo de guerrilleros que no esperaban ese ataque. Alex se encontraba junto unos pick ups, que le sirvieron de parapeto para protegerse inicialmente, pero las personas civiles, que corrían un grave peligro, se subieron a los vehículos y a como pudieron salieron del lugar.

Muy rápidamente solo quedó el camión junto al que estaba el cuerpo inerte de Everildo. Alex perdió su parapeto, Expuesto, en medio de la carretera, perdería la vida en cuestión de segundos. En ese instante escuchó el grito del teniente: — ¡Hacele huevos, yo te cubro! Águila dirigió ráfagas largas con su M-16 hacia el lugar donde estaba el enemigo, con lo que logró el espacio mínimo para que Alex saliera de la línea de fuego.

En el área de la balastrera se había formado una pequeña vuelta que les permitía sacar el fusil, disparar y al mismo tiempo protegerse. Alex y Aguila lograron ubicar a un soldado escondido tras de un arbusto de jocote jobo. Las hojas impedían verlo directamente, pero el cañón de su arma era evidente. Sabían que aquello no era realmente una protección para el militar. Águila, que tenía muy buena puntería, apuntó cuidadosamente y eliminó ese punto de ataque. Aniquilada esa posición pudieron salir de donde se encontraban y retirarse.
Teniente Águila, al centro.

El punto de reunión estaba a menos de dos kilómetros, pero antes de llegar el teniente preguntó por Everildo. — Está  muerto, dijo Alex, lo vi caer completamente sin sentido, nunca se volvió a mover.  Pero Águila era empecinado y no quería perder a ningún compañero. — ¡Vayan a sacarlo!, ordenó. Alex y la Misha se vieron las caras, ninguno quería regresar. El cerro estaba tomado por los soldados, que además empezarían a perseguirlos, estarían en una posición completamente desventajosa. Regresar significaría la muerte.

Pero Águila mantenía su orden. Estaban por regresar cuando apareció un avión Pilatus que comenzó a roquetear hacia donde se encontraban. Era necesario salir de ahí cuanto antes.

El cuerpo de Everildo no pudo ser rescatado.

En cualquier confrontación armada hay pérdidas de ambos lados, pero en una guerra irregular hay factores que modifican la balanza para uno u otro lado. El ejército de Guatemala tenía más elementos y mejor armamento: cañones, aviones, tanquetas. En tanto la guerrilla tenía a su favor el conocimiento del terreno, la dispersión de fuerzas y el factor sorpresa, pero especialmente la calidad humana: hombres y mujeres decididos a todo para alcanzar la victoria.

Cuando el ejército, con mayor volumen de fuego y número de efectivos sorprendía con métodos de guerra de guerrillas se daban acciones como esta, en la que los sorprendidos fueron los combatientes revolucionarios.

A pesar de la caída de un valioso compañero y la posterior retirada en condiciones desventajosas, también el ejército registraba bajas.