Entre 1981 y 1982 las Fuerzas Armadas Rebeldes
(FAR) en Petén pasaban por un bache
en cuanto a la correlación de fuerzas. Razones diversas se entrecruzaban para
justificar la falta de accionar de mayor contundencia. La orden era aniquilar y
recuperar, pero a pesar de ocasionarle bajas al enemigo en enfrentamientos con
mucho menor poder de fuego, no se lograba el anhelado objetivo. En cambio el ejército
avanzaba en su accionar contrainsurgente, enviaba espías a las comunidades, que
se hacían pasar por comerciantes; pasaban la noche entre grupos de vecinos y
obtenían información valiosa.
El 17 de junio de 1981 el ejército masacró a 47
habitantes de las cooperativas El Arbolito y Bonanza, ahí murieron al menos dos
oficiales guerrilleros que se encontraban de visita en las casas de sus
familiares. Este hecho llevó a muchos más jóvenes a unirse a la lucha armada.
En lo político, la unidad del movimiento
revolucionario avanzaba y luego de intensas reuniones entre los jefes
guerrilleros, se concretaba un 7 de febrero de 1982, la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG). Las
FAR había sido la organización que promovió con más ahínco la unidad. Urgía
ahora mostrar que también había capacidad militar y que estaba al mismo nivel
de las otras organizaciones.
Fue el propio Pablo Monsanto, comandante en
jefe de las FAR, quien decidió demostrar que era posible dar ese paso; incluso
ingresó de incógnito a Petén y se trasladó a la zona de operaciones, donde
concentró a un número importante de combatientes y oficiales, con quienes
preparó la acción y realizó las pruebas necesarias.
Era el 11 de octubre de 1982. Un compañero y
una compañera muy delgados, fueron enviados a la carretera, en las cercanías de
la aldea La Gloria, entre La Libertad y El Naranjo para la acción llamativa.
Con ropas rasgadas y semblantes de tristeza y dolor debían pedir comida a vecinos y transportistas.
La emboscada se colocó en un lugar estratégico.
Un pequeño cerro había sido partido para que la carretera pasara. Era una curva
pronunciada, con una especie de terraplen que se prolongaba a lo largo de la
carretera y formaba dos bordos a los lados, uno más alto que el otro.
Una patrulla integrada por seis compañeros se
colocó en la parte alta, con dos minas, un lanzacohetes y fusilería. En la
parte baja, del otro lado de la carretera, estaba el grueso de la fuerza, en
pozos de tirador tan camuflados que no podían ser detectados a cinco metros.
Un jeep y un camión integraban el comando
militar. Ambos vehículos ingresaron a la emboscada y se detuvieron unos metros
antes del punto de detonación de las minas. El oficial guerrillero se preocupó.
Pensó que habían sido descubiertos. Los soldados se bajaron, observaron el
lugar y continuaron su camino lentamente.
Los combatientes dejaron pasar al jeep y cuando el camión se encontraba encima de la
mina dio la señal de detonación… pero no
explotó. — ¡mina! — Dijo el subteniente
a su explosivista. — ¡no funciona! — ¡la
otra! — casi gritó. — ¡tampoco
sirve! — ¡cohete!
Pero el cohete tampoco dio fuego. El subteniente se paró y disparó al
mismo tiempo que gritaba: ¡Fuegooooo!
Los soldados se apostaron rápidamente en el
bordo, a manera de parapeto para resguardarse de la fusilería guerrillera, sin
darse cuenta que daban la espalda al grueso de la fuerza y cuando empezaban a
controlarse e iniciaban las primeras maniobras contra el pequeño grupo que los
atacó, comenzó el verdadero ataque con fusilería y ametralladoras. La acción
dio inicio a las 17 horas y concluyó a las 17.30.
El jeep había logrado salir de la
emboscada y procedió, desde una posición
segura, a lanzar granadas de M-79.
Cuando los combatientes se lanzaron a la recuperación constantemente
debían resguardarse de las detonaciones, pero ninguna les hizo daño.
Fueron recuperados 22 fusiles Galil; un
Lanzagranadas M-79, cinturones, sombreros y uniformes. Algunos soldados heridos pedían a los
guerrilleros que por favor se los llevaran porque el ejército los mataría, pero
eso no era posible.
La noche entraba muy rápido en la montaña. La
patrulla que inició la emboscada tenía dos heridos leves, uno de ellos el
subteniente al mando, quien decidió que pasarían la noche a unos 300 metros del
lugar. Cantaron el himno, se lavaron con agua las heridas y ordenó limpiar las
armas por turnos. A eso de las 8 de la
noche se oyó cuando entraron camiones o tanquetas, no se distinguía plenamente. Sin embargo, sí pudieron escuchar muy
claramente ráfagas de fusilería, cuando remataban a sus sobrevivientes.
Esta emboscada marcaba una nueva etapa en la
guerra de guerrillas, en las selvas de Petén.