“Lo más hermoso
para los que han
combatido
su vida entera,
es llegar al
final y decir:
creíamos en el
hombre y la vida
y la vida y el
hombre
jamás nos
defraudaron.
Así son ellos
ganados para el pueblo.
Así surge la
eternidad del ejemplo.”
Otto René
Castillo
Trascender de la
persona común, incluso del revolucionario o la revolucionaria común a un nivel
superior del ser humano, es un logro de pocos. No buscan morir en el intento ni
convertirse en héroes o mártires. No pretenden figurar ni ser el punto central
de la atención, pero su naturaleza es ser líderes. Son humildes, pero no
sumisos, son sensibles, pero acorazados. Su principal objetivo es incidir en
los cambios, sin importar el precio que eso conlleve: la vida misma.
Néstor Ortiz,
conocido en la Universidad de San Carlos de Guatemala como "Gavilán y “Chucho”, fue uno
de ellos. Se inscribió en Medicina, a los 19 años, en 1988, en una época en la
que si bien el proceso de negociación de la paz entre el gobierno y la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) estaba en pleno desarrollo, tanto
el ejército como la guerrilla buscaban tener la iniciativa militar y dar golpes
de mayor contundencia.
Pero el ejército
nunca se limitó al enfrentamiento armado directo y buscó la manera de acabar
con la base social del movimiento revolucionario; esto, sin importar a quien se
llevara por delante: campesinos, obreros, maestros, amas de casa, estudiantes;
incluso arrasó con niños y niñas, a quienes seguramente veía como una potencial
semilla guerrillera.
En 1989 se
registró una nueva matanza de líderes universitarios. Diez compañeros fueron
desaparecidos de forma sistemática, en una operación fríamente planificada por
la G2, que buscaba crear terror y desmotivar la actitud beligerante y de
incidencia que en ese entonces tenía la Asociación de Estudiantes
Universitarios (AEU) y una amplia cantidad de catedráticos de la San Carlos.
Néstor, en el Honorable Sub Comité |
Seguramente su
participación en la actividad política universitaria cimentó su naciente
conciencia social. Su avidez por organizarse y organizar, por aportar a los
cambios que necesitaba el país, fueron creciendo cada vez más, al punto de
recorrer el campus universitario, para buscar grupos organizados y dar un mejor
aporte. Desde su llegada a la USAC, en 1988 se incorporó a la Escuela de Música
de Proyección Folklórica Latinoamericana (EMPROFOLA), como una de sus
actividades extracurriculares, espacio que abandonó en 1990, con la idea de dar
prioridad a los aspectos que en aquel momento representaban una mayor
incidencia, a nivel político y social. En muy poco tiempo se convirtió en el segundo
presidente del Bloque Organizado de Medicina (BOM) y en seis meses ya era uno
de sus mejores líderes.
Su necesidad de
tener un contacto más inmediato con la población lo llevó a cambiar de carrera
en 1992, cuando se inscribió en la Escuela de Historia. Sus aportes como líder
universitario fueron creciendo, así como el número de compañeras y compañeros
que creían en él, respetaban su opinión y lo seguían. Una característica de revolucionarios como
Néstor es que predican con el ejemplo, son capaces de realizar las tareas más
sencillas o las más difíciles, sin ningún reparo; reconocen sus errores y los
corrigen.
A mediados de ese
año vio la necesidad de dar un paso en la lucha por construir una nueva
Guatemala, un mejor país para todas y todos. Fue entonces que decidió
participar en la guerrilla y empezó a realizar algunas tareas, las que
compartía con su amplia actividad en el movimiento estudiantil y de masas.
Con pequeñas
tareas y esporádicos encuentros, Néstor fue ganando la confianza de sus
responsables y en un tiempo relativamente corto pasó a integrar los comandos
urbanos del Regional Central de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR).
En 1993, a raíz
de la captura de un amigo muy cercano a él, pidió su traslado a la
montaña. Ante el riesgo de seguridad que
enfrentaba fue enviado al Regional Norte de las FAR, en Petén, donde, a
diferencia de muchos combatientes procedentes de la ciudad, se adaptó muy
rápidamente a la selva. Tenía buena condición física, además de disciplina y
constancia. Sus conocimientos de medicina
le permitieron dar una valiosa contribución en ese campo. Luego de seis meses debía regresar a la
capital guatemalteca, pero ya en él se había producido un cambio. Consideró
entonces que su deber, ahora, era ahí.
En aquella época
conoció al Capitán Leandro, quien rápidamente se dio cuenta de la calidad y
valores de Néstor. Leandro fue enviado
en 1994 a levantar el frente sur “Capitán Santos Salazar” y para inicios de
1995 pidió a la Comandancia que un equipo de compañeros de su confianza llegara
a reforzarlo. Uno de ellos era Néstor.
Néstor llegó al
frente Sur, donde rápidamente se ganó el respeto y cariño de oficiales y
combatientes. Participó en varias acciones, charlas políticas y en la atención
a la base social.
A inicios de mayo
dio inicio un plan de operaciones, que pretendía mostrar la presencia
guerrillera y su nivel de fuerza. Se llevaron a cabo varias acciones
exitosas. El 19 de junio el Capitán
Leandro y una unidad a su mando, en la que iba Néstor, se dirigieron a las
cercanías del destacamento de Pasaco, municipio del departamento de Jutiapa.
El objetivo era
atacar al ejército, en las primeras horas del día 20, desde una elevación que
prestaba las condiciones para hacerlo. La posibilidad de que los soldados
intentaran llegar al punto donde se encontraban estaba presente y por eso
fueron colocadas varias minas en sus posibles ingresos. Previamente Leandro había dado las
instrucciones respectivas y se acordó el lugar de retirada y el punto de
encuentro.
Luego de un
nutrido ataque, con fuego de fusilería, ametralladora y lanzacohetes, el
enemigo comenzó a maniobrar y se acercó a las posiciones guerrilleras. El
objetivo ya se había logrado, y sin saberlo hasta ese momento, el ejército
tenía al menos seis bajas. Leandro
ordenó la retirada, pero, como era común en él, se mantuvo en su posición hasta
el último momento. Néstor se quedó, al igual que otros dos compañeros, y solo
se retiraron hasta que lo hizo el capitán. El enemigo ya estaba muy cerca, por
lo que Leandro decidió salir por donde estaban las minas, de manera que los
soldados los siguieran y cayeran en ellas. Saltó la mina, igual lo hicieron dos
compañeros más, pero Néstor la pisó sin darse cuenta. Con el retumbo todos se
detuvieron, incluso los soldados.
Leandro y los otros dos compañeros regresaron a sacarlo, pero sus
heridas eran graves y el ejército ya estaba sobre ellos. Néstor pidió que se
llevaran sus papeles y que le dijeran a su mamá cuanto la quería. Uno de los
compañeros, hincado junto a él, lloraba al verlo y sentir la impotencia de no
poder sacarlo. Néstor le dijo: “No te ahuevés… sigan adelante”.
Néstor fue
capturado aún con vida y asesinado por el ejército.
Posteriormente
sus familiares recuperaron su cuerpo y le dieron sepultura. A su entierro llegaron
varios dirigentes universitarios, estudiantes y combatientes del frente urbano,
a pesar de haber recibido las órdenes de no asistir, ante la inminente
presencia de la G2 en el lugar.
Néstor junto a miembros de su familia |
Néstor se fue
físicamente, pero permanece. Su presencia está latente en cada compañera y
compañero que lo conoció, en aquellos que recorrieron con él la USAC, buscando
grupos para organizarse, en los que organizó y concientizó, en los que lo
acompañaron en la toma del Congreso y lo vieron sentarse en la
mesa directiva; en los que estuvieron con él, frente al mismo Palacio
Legislativo, en una cadena humana, pidiendo a la policía no reprimir; en los
que compartieron con él largas jornadas de protesta, marchas y enfrentamientos
con los antimotines; en los que conocieron de su nivel y liderazgo en la Huelga
de Dolores; en la población, que escuchó su mensaje revolucionario.
"Gavilán, “Chucho”, “Luis” o “Manuel”, como fue conocido en la Universidad y la guerrilla,
Néstor Manrique Ortiz Pineda, “desapareció y nació para el futuro y la gloria”.