El
militante revolucionario, en cualquier lugar donde se desempeñara, debía
guardar, de forma estricta, las MDS (Medidas de Seguridad); cualquier mínima
violación de éstas implicaba un atentado a la vida propia y del colectivo.
Respetar
las MDS nos salvó la vida infinidad de veces. Romperlas también llevó a la
muerte y captura de muchos compañeros y compañeras.
Recuerdo
que cumplí 28 años solo, en una casa de Tabasco, México. Era marzo de 1992. Mi
hijo y mi compañera estaban a 750 kilómetros de distancia. Las tareas que
realizábamos requerían de tal separación. Aunque vivía en una zona de campo,
con mucha vegetación, en un pueblo cercano se escuchaban las cumbias de la
época. Había alguna fiesta local, con mucha cerveza y juventud disfrutando.
Pero me quedé en la casa. La disciplina era importante. No sé porqué salta con
más intensidad este recuerdo. Fueron muchos años, muchas circunstancias
difíciles que enfrentamos.
En las
ciudades se exigía mayor cuidado con las medidas de seguridad y los jefes eran
muy rigurosos al aplicar el reglamento disciplinario. Hay historias de compañeros
irresponsables que fueron capturados en algún bar y con ellos cayeron sus
contactos, el equipo con el que vivían y hasta algunos seres queridos. También
se rompían las MDS al visitar a la familia, ir al médico o al dentista, o
encontrarnos con los amigos de la infancia.
La vida militante exigía romper con todos los nexos de la vida legal.
Cuando
se cubría un contacto se hacía un pre chequeo del lugar, unos minutos antes del
encuentro, para determinar si no había indicios de vigilancia enemiga. Luego,
en el punto de encuentro, se esperaba solo diez minutos. Llegar antes de la
hora también era un riesgo.
Un
compañero cuenta como una impuntualidad le salvó la vida. Estaba en un
restaurante esperando a una compañera. Había tomado todas las medidas previas y
en el lugar no había nada que llamara su atención, pero pasaron los diez
minutos de tolerancia y la compañera no llegó. Decidió terminar su café
tranquilamente. Transcurrieron otros diez minutos sin que ella apareciera. Pagó
y se fue. Antes de llegar a la casa de
seguridad donde vivía hizo el correspondiente chequeo y contra chequeo. Al llegar a la colonia vio varias patrullas
de policía en los alrededores y algunos vehículos de judiciales. Un sudor frío
corrió por todo su cuerpo, pero siguió aparentando la mayor tranquilidad y
logró retirarse. La casa había caído. Diez minutos antes también él habría sido
capturado.
En los
80’s las casas de seguridad tenían características similares; el tipo de
colonia o barrio, el tipo de habitantes, generalmente clase media baja. Todo
esto llevó a que el enemigo, diseñara toda una estrategia de inteligencia y dio
golpes contundentes a las organizaciones revolucionarias. Mario Payeras, en “El
Trueno en la Ciudad”, es muy crítico de la metodología que llevó a que cayeran
decenas de compañeros y compañeras.
De esa
época, cuentan algunos sobrevivientes lo siguiente: Era una mañana como muchas
otras, con aparente tranquilidad. La unidad estaba integrada por dos compañeros
y una compañera. Se levantaron a la hora acostumbrada e iniciaron sus
actividades de rutina, Una hora después vieron por la ventana que varios
vehículos de judiciales tomaban posición estratégica de las esquinas. Se
subieron a la terraza y observaron que vehículos del ejército cubrían el otro
lado de la manzana. Se prepararon para todo. Alistaron sus armas y cuando
estaban a punto de salir y tomar la iniciativa, escucharon que el enemigo
ingresó de forma violenta a otra casa vecina, con un fatídico enfrentamiento en
el que murieron varios compañeros de una organización hermana.
Una
anécdota diferente y hasta un poco graciosa le sucedió a tres comandos urbanos,
surgidos de la gloriosa Universidad de San Carlos de Guatemala. Uno de ellos era de reciente
incorporación y decidieron llevarlo a una casa de seguridad para iniciar su
instrucción militar. Fue una semana completa, en la que a diario le pedían que
cerrara los ojos. Al llegar al lugar solo le recomendaban que bajara la vista, para
evitar sospechas de los vecinos. Al salir, le daban unas vueltas por el lugar y
lo dejaban. Todos los días fue lo mismo: la misma forma de llegar y la misma
forma de dejarlo. El último día, ya molesto por aquella rutina, el
compañero les dijo: — Compas, pero ¿! por qué me traen con los
ojos cerrados!? — ¡Son las MDS,
compañero!, le respondieron. — ¡Que MDS
ni que la chingada!, ¡Tanta babosada para que no sepa donde estoy, si yo en
aquella casa de la esquina vivo!.
Las MDS
ahora, en contra del coronavirus, son similares:
Debemos
romper con los nexos familiares, principalmente los de mayor riesgo.
Debemos
salir de casa solo para lo estrictamente necesario.
Debemos
mantener alta la moral, a pesar del encierro, para que los resultados sean los
mejores.
Debemos
confiar en que las medidas son necesarias para alcanzar la victoria.