miércoles, 15 de mayo de 2013

Martín Carmona, el sargento “Malela”


Un pequeño tributo a un compañero que fue consecuente con su forma de pensar y de ser, en las buenas, en las malas y en las muy malas… hasta el final de sus días.

Martín Carmona era su nombre legal, pero en los tiempos de la lucha revolucionaria lo conocimos como “Malela”.

Luego de ser combatiente pasó a formar parte del aparato de Logística; era uno de aquellos héroes anónimos que sorteaba la vida a diario por las carreteras guatemaltecas y zonas fronterizas, cercanas a los frentes guerrilleros, para llevar distinto tipo de vituallas militares, armamento y municiones.

Siempre con una amplia sonrisa y sus ojos achinados; mostraba optimismo ante la vida.

Su carácter y fortaleza fueron puestos a prueba en innumerables momentos y situaciones peligrosas, pero la más difícil fue aquella cuando un comando del ejército mexicano les hizo el alto. Tres hombres y una mujer jóvenes, en un pequeño camión, podrían ser sospechosos, pero todo estaba en regla, los explosivos y armamento debidamente escondidos.

A pesar de ello hubo una pequeña falla. Uno de los compañeros llevaba en un ataché documentos de la organización; algún croquis y planificación militar. A los soldados les pareció extraño que siendo camioneros llevaran portafolio y procedieron a registrarlo. Eso fue todo.  Ninguna “pantalla” aguantaba con aquel error.

Todos fueron bajados del vehículo e interrogados.  Hasta ese momento no habían encontrado nada. Un oficial de alto rango mandó a que se descubriera, como fuera, si el camión tenía doble fondo.  David gritaba asustado que no golpearan el vehículo y uno de los militares le pegó una cachetada, molesto por su insistencia; aclaró que si lo hacían volarían en pedazos.

Entonces David se acercó y abrió el buzón.  El oficial sudó nervioso, de lo que pudo haber pasado.

Fueron trasladados a una cárcel mexicana, donde estuvieron detenidos cinco años y nueve meses.

Ahí también forjaron carácter y se ganaron el respeto de los reclusos, a quienes ayudaban a leer y escribir, además de poner orden en las rutinas diarias y crear un sistema de organización.

Con la firma de la paz fueron liberados por el gobierno mexicano y retornados a Guatemala, donde se reincorporaron a la vida social, aportando al bien común desde la finca de desmovilizados, en el sur del país.

Malela seguía sonriente, con algunas canas, pero con mucho ánimo todavía por aprender cosas nuevas que redundaran en el bienestar colectivo.

Una enfermedad aceleró su partida.

miércoles, 1 de mayo de 2013

La hija del Sereque (Cotuza) V final


Y peor si después se pegó una gran hartada de esas que lo dejan a un soñoliento.  ¿A saber cuántas tortillas se comió? ¡saliditas del comal, con queso… o con sal.  “Barriga llena corazón contento, sueño profundo y me vale el mundo”. Comandante Rigo


parte cinco y final



En eso estábamos cuando se aproximó una luz hacia nosotros.  Era Chayo. Todos los días se levantaba a las cuatro de la mañana y ponía un programa de música ranchera en una radiodifusora hondureña y nos increpó —¿Qué pasó mucha?, ¿Quién de los dos se durmió en la posta, porque a mí no me despertaron?

Pensé por un momento y finalmente dije —eso estamos discutiendo con Herber; me dolía la cabeza y creo que me dormí. Aquel acaba de despertar y vino a preguntarme por qué no lo levanté a las 10.

El Capitán Androcles  me llamó a una reunión con todos los compañeros.  Me preguntó ¿usted se durmió en la posta?  — Si. — Y si tenía sueño o le dolía la cabeza ¿por qué no avisó? Otro compañero podía haber hecho su posta. ¿No se da cuenta de la irresponsabilidad?  ¿¡El error que cometió?! Puso en riesgo la seguridad de todo el campamento. Todos atenidos a que había vigilancia y usted durmiendo… ¿Se da cuenta del riesgo en que nos puso a todos?

Todos argumentaron cosas parecidas. Algunos dijeron que había que sentar precedentes, sobre todo en compañeros que ya tenían algún nivel de responsabilidad.

Finalmente la sanción fue la siguiente:

-       Una noche de posta imaginaria (consistía en acompañar a todas las postas esa noche)
-       Acarrear leña para la cocina durante tres días.
-       Hacer una autocrítica ante todos los compañeros.

La verdadera autocrítica la hacía en mi interior, cuando estaba de posta imaginaria. Pensaba: “que reventada estoy llevando, ¿qué tengo que estar sudando calenturas ajenas?”  ¿Por qué me dejé convencer? Y tan fácil. ¿Qué me importa a mí que los compas tengan traída o no? ¡Como seré de mula que hasta mi linterna le di!  Lo peor que se gastó mis pilas nuevas.  Total que ni hizo nada.  Y Ahora él durmiendo y yo aquí bien jodido… 

Herber me llevó café bien espeso a la hora de su posta.  También en los días siguientes me ayudó “solidariamente” a llevar la leña a la cocina.

Pasó una semana y me fui recuperando del cansancio y el desgaste físico.  Una mañana nos encontrábamos a la orilla de un río muy adentro de la montaña. Sosteníamos una plática muy animada, cuando de repente me dice: — Vos, volvamos a hacer “el operativo de la Serequita”.  ¡Casi le pego un culatazo en las costillas! Me levante y respiré profundo…  Mirá, le dije. Tendrías que hacer un previo estudio de brújula. Levantar un croquis sobre el terreno. Conseguir pilas nuevas y convencerme de nuevo.

Solo así volveríamos a montar el operativo de “La Serequita en la cocina”.