Y peor si después se pegó una gran hartada de
esas que lo dejan a un soñoliento. ¿A
saber cuántas tortillas se comió? ¡saliditas del comal, con queso… o con
sal. “Barriga llena corazón contento,
sueño profundo y me vale el mundo”. Comandante Rigo
parte
cinco y final
En eso
estábamos cuando se aproximó una luz hacia nosotros. Era Chayo. Todos los días se levantaba a las
cuatro de la mañana y ponía un programa de música ranchera en una radiodifusora
hondureña y nos increpó —¿Qué pasó mucha?, ¿Quién de los dos se durmió en la
posta, porque a mí no me despertaron?
Pensé
por un momento y finalmente dije —eso estamos discutiendo con Herber; me dolía
la cabeza y creo que me dormí. Aquel acaba de despertar y vino a preguntarme
por qué no lo levanté a las 10.
El
Capitán Androcles me llamó a una reunión
con todos los compañeros. Me preguntó
¿usted se durmió en la posta? — Si. — Y
si tenía sueño o le dolía la cabeza ¿por qué no avisó? Otro compañero podía
haber hecho su posta. ¿No se da cuenta de la irresponsabilidad? ¿¡El error que cometió?! Puso en riesgo la
seguridad de todo el campamento. Todos atenidos a que había vigilancia y usted
durmiendo… ¿Se da cuenta del riesgo en que nos puso a todos?
Todos
argumentaron cosas parecidas. Algunos dijeron que había que sentar precedentes,
sobre todo en compañeros que ya tenían algún nivel de responsabilidad.
Finalmente
la sanción fue la siguiente:
-
Una
noche de posta imaginaria (consistía en acompañar a todas las postas esa noche)
-
Acarrear
leña para la cocina durante tres días.
-
Hacer
una autocrítica ante todos los compañeros.
La
verdadera autocrítica la hacía en mi interior, cuando estaba de posta
imaginaria. Pensaba: “que reventada estoy llevando, ¿qué tengo que estar
sudando calenturas ajenas?” ¿Por qué me
dejé convencer? Y tan fácil. ¿Qué me importa a mí que los compas tengan traída
o no? ¡Como seré de mula que hasta mi linterna le di! Lo peor que se gastó mis pilas nuevas. Total que ni hizo nada. Y Ahora él durmiendo y yo aquí bien
jodido…
Herber
me llevó café bien espeso a la hora de su posta. También en los días siguientes me ayudó
“solidariamente” a llevar la leña a la cocina.
Pasó una
semana y me fui recuperando del cansancio y el desgaste físico. Una mañana nos encontrábamos a la orilla de
un río muy adentro de la montaña. Sosteníamos una plática muy animada, cuando
de repente me dice: — Vos, volvamos a hacer “el operativo de la Serequita”. ¡Casi le pego un culatazo en las costillas! Me
levante y respiré profundo… Mirá, le
dije. Tendrías que hacer un previo estudio de brújula. Levantar un croquis
sobre el terreno. Conseguir pilas nuevas y convencerme de nuevo.
Solo así
volveríamos a montar el operativo de “La Serequita en la cocina”.
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