“Matasanos
practicantes, del emplasto fabricantes,
güizachines
del lugar, estudiantes, en sonora carcajada prorrumpid, ja, ja”.
“La
Chalana”
He dicho muchas veces que en el movimiento
revolucionario guatemalteco hubo mujeres extraordinarias, con capacidades
superlativas, visionarias, talentosas, únicas: Ana fue una de ellas.
Consecuente con su forma de pensar hasta el final, cuando la muerte la
alcanzó aquella tarde de enero con la misma celeridad que vivió cada momento de
su vida. Una muerte rápida, como ella quería que fuera, pero que al mismo
tiempo le permitió despedirse del ser que más amaba: su compañero.
La conocí en 1982, cuando llegó a Nicaragua a hacerse cargo de la representación de las FAR en aquel país. Sustituía a Argelia, que había sido capturada ese mismo año, cuando intentaba ingresar a Guatemala por la frontera de Tecún Umán. Parecía tener un carácter dominante y si, era fuerte, con un profundo sentido de autoridad, pero también con una gran nobleza de corazón.
La conocí en 1982, cuando llegó a Nicaragua a hacerse cargo de la representación de las FAR en aquel país. Sustituía a Argelia, que había sido capturada ese mismo año, cuando intentaba ingresar a Guatemala por la frontera de Tecún Umán. Parecía tener un carácter dominante y si, era fuerte, con un profundo sentido de autoridad, pero también con una gran nobleza de corazón.
Casi de inmediato pasé a formar parte de su
equipo de trabajo. Fue ella la que me sugirió inscribirme en la academia de
mecanografía libre y me motivó a continuar estudiando siempre que hubiera
condiciones para hacerlo.
Una mañana me dijo: —No podés seguir utilizando tu nombre de
pila. Debés ponerte un seudónimo.— Fue
entonces que decidí llamarme “Sergio”, en homenaje a un jefe de la guerrilla
urbana que había caído: “Sergio Aníbal Ramírez”.
Fue Ana quien me llevó a cumplir una de mis primeras
tareas revolucionarias: entregar partes de guerra a los medios de comunicación
en Nicaragua. Ella conducía el carro y yo bajaba a entregar a medios de comunicación
y agencias internacionales, los documentos revolucionarios.
Disciplinada y estricta. Para ella siempre fue
importante aprovechar al máximo el tiempo en la causa encomendada. Ella
entregaba el cien por ciento y exigía que todos así lo hiciéramos.
Fue de su biblioteca que devoré novelas cubanas
de espionaje, como: “Aquí las arenas son más blancas”, “Y si muero mañana”, o
rusas: “Así se templó el acero”, “Un hombre de verdad”, “17 Instantes de una
primavera”, “Dora Informa” y tanta más, además de integrarme, bajo su
conducción, a una célula de militancia, donde estudiábamos la línea política de
la organización y otros documentos elaborados por la Comandancia de las FAR y
la URNG.
Al año siguiente le fue orientado hacerse cargo
de un comando revolucionario encargado de alimentar de información a la que
sería Radio Insurgente. Fue entonces que me asignaron mi primer radio de
comunicaciones: Un Yaesu, en el que, al principio empecé a monitorear emisoras
guatemaltecas, con el fin de obtener noticias del día. Luego, con varias emisoras encontradas,
grabábamos los servicios informativos, los que transcribíamos y
resumíamos. Las síntesis noticiosas las
pasábamos por el radio de comunicaciones al equipo de Radio Insurgente en Petén
y con el tiempo a todos los frentes de guerra. El servicio se fue enriqueciendo
con los cables que recogíamos en los diarios nicaragüenses “Barricada” y “Nuevo
Diario”, pero también con otra síntesis noticiosa que hacíamos de los diarios
guatemaltecos: Prensa Libre y el Gráfico, que un amigo de la inteligencia
nicaragüense, sacaba a diario de los vuelos provenientes de Guatemala. Todos
los días íbamos al aeropuerto a recoger los periódicos, regresábamos y procedíamos
a elaborar los resúmenes.
Dejé de ver a Ana en 1986 y aunque en los
siguientes diez años nos encontramos esporádicamente, nunca tuve duda de su
liderazgo, de sus aportes desde la trinchera que le correspondió resguardar, la
que convirtió posteriormente en una vocación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario