lunes, 29 de enero de 2018

La compañera Ana

“Matasanos practicantes, del emplasto fabricantes,
güizachines del lugar, estudiantes, en sonora carcajada prorrumpid, ja, ja”.
“La Chalana”


He dicho muchas veces que en el movimiento revolucionario guatemalteco hubo mujeres extraordinarias, con capacidades superlativas, visionarias, talentosas, únicas: Ana fue una de ellas. Consecuente con su forma de pensar hasta el final, cuando la muerte la alcanzó aquella tarde de enero con la misma celeridad que vivió cada momento de su vida. Una muerte rápida, como ella quería que fuera, pero que al mismo tiempo le permitió despedirse del ser que más amaba: su compañero.

La conocí en 1982, cuando llegó a Nicaragua a hacerse cargo de la representación de las FAR en aquel país. Sustituía a Argelia, que había sido capturada ese mismo año, cuando intentaba ingresar a Guatemala por la frontera de Tecún Umán. Parecía tener un carácter dominante y si, era fuerte, con un profundo sentido de autoridad, pero también con una gran nobleza de corazón.

Casi de inmediato pasé a formar parte de su equipo de trabajo. Fue ella la que me sugirió inscribirme en la academia de mecanografía libre y me motivó a continuar estudiando siempre que hubiera condiciones para hacerlo.

Una mañana me dijo:  —No podés seguir utilizando tu nombre de pila. Debés ponerte un seudónimo.—  Fue entonces que decidí llamarme “Sergio”, en homenaje a un jefe de la guerrilla urbana que había caído: “Sergio Aníbal Ramírez”. 

Fue Ana quien me llevó a cumplir una de mis primeras tareas revolucionarias: entregar partes de guerra a los medios de comunicación en Nicaragua. Ella conducía el carro y yo bajaba a entregar a medios de comunicación y agencias internacionales, los documentos revolucionarios.

Disciplinada y estricta. Para ella siempre fue importante aprovechar al máximo el tiempo en la causa encomendada. Ella entregaba el cien por ciento y exigía que todos así lo hiciéramos.

Fue de su biblioteca que devoré novelas cubanas de espionaje, como: “Aquí las arenas son más blancas”, “Y si muero mañana”, o rusas: “Así se templó el acero”, “Un hombre de verdad”, “17 Instantes de una primavera”, “Dora Informa” y tanta más, además de integrarme, bajo su conducción, a una célula de militancia, donde estudiábamos la línea política de la organización y otros documentos elaborados por la Comandancia de las FAR y la URNG.

Al año siguiente le fue orientado hacerse cargo de un comando revolucionario encargado de alimentar de información a la que sería Radio Insurgente. Fue entonces que me asignaron mi primer radio de comunicaciones: Un Yaesu, en el que, al principio empecé a monitorear emisoras guatemaltecas, con el fin de obtener noticias del día.  Luego, con varias emisoras encontradas, grabábamos los servicios informativos, los que transcribíamos y resumíamos.  Las síntesis noticiosas las pasábamos por el radio de comunicaciones al equipo de Radio Insurgente en Petén y con el tiempo a todos los frentes de guerra. El servicio se fue enriqueciendo con los cables que recogíamos en los diarios nicaragüenses “Barricada” y “Nuevo Diario”, pero también con otra síntesis noticiosa que hacíamos de los diarios guatemaltecos: Prensa Libre y el Gráfico, que un amigo de la inteligencia nicaragüense, sacaba a diario de los vuelos provenientes de Guatemala. Todos los días íbamos al aeropuerto a recoger los periódicos, regresábamos y procedíamos a elaborar los resúmenes.

Dejé de ver a Ana en 1986 y aunque en los siguientes diez años nos encontramos esporádicamente, nunca tuve duda de su liderazgo, de sus aportes desde la trinchera que le correspondió resguardar, la que convirtió posteriormente en una vocación.

Volví a trabajar con ella a partir de 1996   …hasta su último aliento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario