XX
“Me estremecieron mujeres
Que la historia anotó entre laureles
Y otras desconocidas, gigantes
Que no hay libro que las aguante
Me han estremecido un montón de mujeres
Mujeres de fuego, mujeres de nieve”, Silvio Rodríguez
A Merly la conocí en Nicaragua; cuando ella estaba en comunicaciones, en el equipo de radistas de la comandancia, yo me encontraba en otra unidad y teníamos prohibido cualquier tipo de contacto, pero hasta nosotros llegaban los comentarios sobre su carácter, su disciplina, su entrega.
Me entusiasmaba y llenaba de energía imaginar a guerrilleras como ella, que no cedían un ápice al enemigo y que en su mente y en su corazón sólo existía la voluntad de vencer o morir por Guatemala, la revolución y el socialismo.
En el año 86, cuando me integré a la unidad de comunicaciones de la comandancia, ella había viajado a Petén, como una de las radistas del comandante en jefe. Varias veces me tocó comunicar con ella, yo aún en Nicaragua y ella en Petén; su voz y su actitud eran de hierro. Considero que fue una de mis maestras en ese momento. Manejaba el tiempo de transmisión muy bien. Un contacto radial, con todo y dos o tres mensajes, no podía pasar de cinco minutos. En ocasiones la señal era mala y la voz se desvanecía, pero ella, a pesar de esa dificultad, lograba copiar los números y pedía que se dictaran más rápido.
De igual manera, cuando ella dictaba lo hacía rápido y se molestaba cuando se le pedía que repitiera. Nos exigía: ¡poné tu grabadora y después volvés a escuchar. No tengo tiempo!. Y tenía razón. La seguridad estaba de primero. De hecho sabíamos que el enemigo trataba constantemente de ubicarnos a través de los radiogoniómetros. Pocas veces lográbamos sacarle una sonrisa durante la transmisión y finalmente un: ¡saludos. Cambio y fuera!.
No era la mujer dura de las comunicaciones; era la mujer capaz, que había adquirido conciencia proletaria y estaba dispuesta a dejarlo todo por alcanzar el objetivo final, la toma del poder. Dejaría a su familia, a su compañero y sus hijos por la revolución. En ella prevalecía el sueño de construir un país diferente, con democracia y justicia social, donde sus hijos pudieran crecer en paz y desarrollarse.
En México compartimos más. Estábamos en el mismo equipo de comunicaciones, pero en distintas casas de seguridad. Algunas veces nos encontramos Rodriga, ella, Gladys, Juan Antonio y yo e íbamos a pasear a Chapultepec, a Coyoacán o algún otro lado, pero la mayoría de ocasiones era para contactos, enviar y recibir información. Nos veíamos rápidamente, si era necesario cubríamos uno o dos contactos más y regresábamos a nuestras respectivas casas.
Un día, durante su regreso a Puebla, donde vivía con Juan Antonio y Camilo, se le presentó un problema de seguridad.
El viaje desde el distrito federal duraba unas dos horas. Iba sentada en un rincón. Entró un tipo con una mujer, aparentemente su esposa. El se sentó a la par de Merly y la mujer en la parte de atrás. Luego de unos 30 minutos de camino sintió que el hombre ponía la mano en su rodilla. Ella se movió y volteó su cabeza hacia la ventanilla, pensó que había sido sin querer, pero al mismo tiempo todos sus sentidos se pusieron en alerta. Diez minutos más tarde, nuevamente, la mano del individuo rozaba su rodilla. La sangre empezó a subir a su cabeza. Hizo un ligero movimiento para retirarse y decidió responder. Llevaba unos zapatos de medio tacón. Lentamente dobló su pié izquierdo hacia atrás y tomó el zapato. Se hizo la dormida. El hombre nuevamente colocó su mano en la rodilla de Merly y aún más, trató de deslizarla hacia su muslo. La reacción, aunque planificada, fue instintiva y en fracción de segundos. El taconazo en la cara del tipo rompió su nariz y la sangre brotó de inmediato.
El desconocido gritó a su mujer: ¡mira lo que esta loca me ha hecho!. Merly tampoco se quedó callada y respondió mucho más alterada. ¡Por abusivo, me estaba tocando!. El chofer detuvo el autobús. Otras personas, principalmente mujeres, se solidarizaron con ella y le decían ¡bien hecho muchacha, a estos atrevidos hay que darles su merecido!.
El chofer decidió reanudar el viaje, con la condición de que al llegar arreglaran el problema con la policía de la terminal. Merly temía que esto se convirtiera en un problema de seguridad para ella y su equipo, pero algo se le ocurriría.
Al llegar al destino se bajó rápidamente, tratando de hacer creer que había olvidado lo ocurrido, pero la mujer y el hombre la siguieron. La esposa era la que más alegaba: ¡espérate, tenemos que arreglar esto, le rompiste la nariz a mi marido y esto no se va quedar así! El tipo atrás, con un pañuelo se cubría la cara. Esta bien, le dijo, pero no lo van a resolver conmigo sino con mi esposo y se dirigió a un teléfono público y marcó a la casa. Camilo contestó. Merly, en voz baja, le dijo que estaba en la terminal, que tenía un pequeño problema, pero que si en una hora no llegaba, que salieran de ahí. Luego habló más fuerte: ¡Esta bien mi amor, entonces aquí te espero!.
Ya viene, en unos cinco minutos está aquí y lo arreglan con él. El atrevido, fornido, de casi 1.80 de estatura, dijo a la mujer: ¡mejor vámonos, ya no quiero más problemas! y se retiraron.
Merly llegó a la casa un rato más tarde, luego de chequearse y contrachequearse.
XXI
Aprendí a conocer a Merly y a respetarla como compañera, como revolucionaria y como mujer, pero principalmente a respetar su carácter. Era impulsiva y no se quedaba callada, en especial si tenía la razón.
Con nosotros dejó a sus hijos por algunas temporadas, cuando debía entrar al frente.
Estuvo en el sur más o menos tres años y muchos de nuestros colaboradores y colaboradoras de la base la respetaban y admiraban.
Aquel 14 de julio, cuando fue gravemente herida en el pecho decidió quedarse parapetada en un árbol y cubrir la retirada de Pezzarosi, quien a pesar de estar herido aún podía correr.
Se quedó con su fusil, quitó el seguro y apunto hacía el lugar donde oía que venían los soldados.
Pezzarosi se alejó como pudo y cuando iba a unos 200 metros del lugar donde dejó a Merly escuchó la característica detonación del Ak-47, uno, dos, tres tiros, luego ráfagas de galil y gritos.
Un soldado que iba en la patrulla que emboscó a Leandro, Merly y Pezzarosi, andaba contando semanas después detalles del ataque. Merly había herido mortalmente a dos soldados, antes de ser acribillada. Con bajas y los cuerpos de dos guerrilleros, el capitán kaibil dejó de perseguir a Pezzarosi.
Mujeres como Merly cruzan el umbral de la vida y de la muerte.
Permanecen, convertidas en agua, en fuego, en tierra, en viento. Están aquí y allá, siempre vigilantes y se reproducen.