lunes, 21 de mayo de 2012

La compañera Tita


Cuando llegué a Costa Rica en noviembre del año 81 empezaron a cambiar muchas cosas en mi vida.   Mi avidez por la lectura se profundizó y devoré valiosas obras de literatura soviética, cubana, guatemalteca, nicaragüense; enriquecedores testimonios de hombres y mujeres de nuestra América:  “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia;  “Si me permiten hablar”, historia de Domitila Chungara en las minas de Bolivia; “El Diario del Ché” y “La montaña es algo más que una inmensa estepa verde”, entre muchas otras.

Me impactó mucho la biografía de Luis Augusto Turcios Lima, porque me llevó a calles y lugares que conocía; me enlazó con personas con las que apenas empezaba a tener contacto y con otras, que de niño pasaron por mi vida.

En San José conocí a Tita y su hermana gemela.  Para mí era una relación entre familias, de poca trascendencia, pero también era testigo de reuniones y conversaciones secretas, en las que no participaba. En enero del 82, cuando llegamos a Nicaragua la encontré nuevamente y tuvimos la oportunidad de vivir en el mismo colectivo, en una “quinta”, donde habían tres casas, todas habitadas por compañeros y compañeras de FAR.

Tita andaría cerca de los 40, pero no los aparentaba; es más, era una atleta; había practicado karate y no había mañana que no se levantara a realizar sus ejercicios matutinos.  Morena, de baja estatura, cabello corto y nariz aguileña. Sus movimientos eran rápidos y siempre andaba chequeándose y contra chequeándose.

Se encargó de que los jóvenes nuevos que estábamos ahí nos incorporáramos a las milicias sandinistas, donde aprendimos tácticas militares, arme y desarme, desplazamientos de combate, construcción de trincheras y pozos de tirador, pero sobre todo, disciplina militar.

Tita siempre estaba a la expectativa de la seguridad; aunque estábamos en territorio amigo, existía la posibilidad de que comandos guatemaltecos ingresaran y atacaran a los grupos revolucionarios; sabían que la comandancia general pasaba por algunas temporadas en Nicaragua.

Una noche, ya casi en horas de la madrugada, escuchamos pasos en un terreno baldío que teníamos enfrente. Tita se levantó, sacó su pistola, una pequeña CZ y gritó:  - ¡¿Quién anda allí?!.  No hubo respuesta, pero el ruido continuaba. Entonces sacó el arma por la ventana e hizo tres disparos al aire, que provocaron que alguien saliera corriendo y se alejara.

Y es que además de posibles “contras” o comandos guatemaltecos, había delincuencia común. El nivel de pobreza en Nicaragua, así como el rechazo popular que se había ganado la familia Somoza, habían llevado a la unidad de todos los sectores sociales, lo que finalmente fue clave para el triunfo de la Revolución, aquel 19 de julio de 1979.

Sin embargo, la pobreza y el hambre continuaron y se agravaron durante el gobierno sandinista, pues la mayor parte de sus recursos eran invertidos en la defensa de la Revolución; El gobierno de Ronald Reagan patrocinaba la guerra de “los contras” y aún más, impuso un bloqueo económico, que poco a poco fue agudizando la confrontación social.

En otra ocasión, a eso del mediodía, entró un desconocido al área de las casas;  había ropa colgada, de un grupo de combatientes del frente “Tecún Umán” que estaban de paso y no podían salir más allá del patio.  Por la ventana uno de los compañeros vio como el individuo escogió un de los pantalones que le pertenecía y se lo llevó.

Unos dos minutos después entró Tita, en la camionetilla Niva, de color mostaza que manejaba.  El compañero le dijo:  -Compa Tita, se acaban de llevar mi pantalón.  Luego de una breve explicación de los hechos, Tita tomó su pistola, subió al compañero al carro y le dijo: - Cuando lo veás me avisás.  Dos cuadras arriba de un puesto de la policía sandinista lo vieron. Tita autorizó al compañero a que lo agarrara y éste no escuchó dos veces.  Brincó de la Niva y con un ágil movimiento lo derribó y le dobló el brazo hacia atrás.  Lo subieron al carro y lo llevaron al puesto policial, aunque no presentaron cargos.

Tita era una mujer de armas tomar, comprometida con la lucha revolucionaria.

La vi hace poco en una reunión de ex compañeros.  La llamaron, en son de broma, “la ministra” y “la abuelita de la guerrilla”.  Me alegró mucho verla fuerte y sonriente, como en aquellos años.

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