Las guatemaltecas que se incorporaron a la lucha revolucionaria durante los años de la guerra tuvieron diversas causas para hacerlo, desde vivir el conflicto en carne propia, hasta adquirir la ideología del proletariado por conciencia social. Hombres y mujeres vivimos en aquellos años un momento histórico del que era difícil aislarse.
Muchas de esas revolucionarias se enamoraron e integraron familias; en medio de limitaciones y adversidades se desempeñaban como madres; educaban y formaban a sus hijos e hijas e incluso les enseñaban a conspirar, para salvar la vida.
La mayoría de esas valerosas mujeres tuvieron que dejar a sus retoños por largas temporadas, incluso años, en aras de cumplir con las tareas revolucionarias. Era necesario llevar el dolor por dentro; tragaban sus lágrimas o derramaban algunas de ellas en el silencio de la noche.
Su consuelo era que luchaban para que esos hijos e hijas pudieran vivir en un mejor país, donde no sufrieran discriminación ni racismo; donde hubiera equidad en la distribución de la tierra y la riqueza; donde todos tuviéramos las mismas oportunidades.
Ellas sabían que en el camino podían perder la vida. Lo aceptaban, conscientes que su aporte contribuiría al cambio y que su sangre derramada abonaría la Patria adolorida y alguien más levantaría el estandarte.
Hoy, que las recordamos con cariño y vivimos un escenario diferente; otras madres alzan la voz, demandan cambios, denuncian arbitrariedades, acompañan las luchas populares.
Como antes, sueñan con una mejor Guatemala para sus hijos, para sus hijas.
Madres amorosas y conscientes que inculcan en los suyos un pensamiento revolucionario.
Madres que valen oro!
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