martes, 26 de junio de 2012

Yovanna


 "Compañeros míos, yo cumplo mi papel luchando con lo mejor que tengo".  
 Otto René Castillo

 En aquellos primeros años de mi vinculación con las FAR, en Nicaragua, conocí a Yovanna, una joven guerrillera guatemalteca, a lo sumo con 20 años de edad.  Para entonces era la teniente Yovanna.

Morena, de ojos grandes y bella sonrisa, Yovanna se había formado como sindicalista en la ciudad de Guatemala.  Muy joven se inició como obrera en una fábrica de telas de la capital, donde fue reclutada por la organización.  En poco tiempo se convirtió en el enlace entre la guerrilla y la dirigencia sindical.

Nadie sospechaba de ella; era apenas una adolescente.  Era común verla con tenis, pantalón de lona y blusas típicas; un morral colgaba de su hombro, aquel en el que tantas veces movilizó propaganda e incluso armas.

Durante el descabezamiento del movimiento popular, en los años 80, se vio obligada a salir del país rumbo a México, en resguardo de su vida. Lo hizo a regañadientes, con el dolor de dejar a compañeras y compañeros del sindicato, a quienes quizá nunca volvería a ver.  Le hubiera gustado quedarse y fajarse en combate frente al enemigo y morir ahí, junto a tanta gente que quería.

Pero su responsable habló con ella y la hizo entrar en razón.  Falta mucho todavía para el triunfo de la revolución, le dijo.  Tu potencial debe ser aprovechado para alcanzar metas importantes.  Quedarte es como rendirte.  Finalmente aceptó.  Una tarde lejana de abril se subió a un bus de los transportes del sur, rumbo a la frontera de Tecún Umán, en San Marcos.

Yovanna fue enviada a Petén, al frente norte, donde se incorporó a las comunicaciones.  Por su inteligencia y cualidades fue ascendida a teniente, en el año 82.  Fue en aquel momento la radista del comandante en jefe. 

Por temporadas se quedaba en el distrito federal.

Era disciplinada, metódica y planificadora; pero como cualquiera, tenía errores y limitaciones.  No le gustaba delegar responsabilidades.  Creía que si ella no hacía las cosas, no saldrían bien. En otro momento se le habría criticado de autosuficiente, de pequeña burgués, individualista, pero tenía cualidades natas; capacidades que fueron llevadas al límite.

Elabora planes de comunicaciones, recibía y enviaba mensajes; descifraba información y la entregaba.  Aparte realizaba tareas que no le correspondían, de apoyo al aparato logístico, al equipo diplomático, a la comandancia.

Esto la llevó a un desgaste cada vez mayor, que la fue colocando en una posición de vulnerabilidad.

Una tarde, luego de diez cosas más que debió hacer por la mañana, fue a recibir a un compañero procedente de Guatemala, al que no conocía.  Debía cumplir con las normas de seguridad: seña, contraseña. Chequear y contrachequear el lugar; constatar que no había nada extraño. La más mínima posibilidad de riesgo era suficiente para cancelar el procedimiento.

Pero no le dio tiempo a la revisión rutinaria  y se presentó directamente al contacto.  Ahí estaba el compañero, con la revista acordada y una bolsa con frutas.  En su semblante había nerviosismo, pero Yovanna no lo percibió.  Al abordarlo aparecieron de la nada varios agentes de la seguridad mexicana y la capturaron. El compañero había sido detectado en la frontera y obligado a entregar el contacto.

Fue el inicio de seis largos meses desaparecida.

No entregó nada de lo que conocía, aunque por seguridad casi de inmediato fueron desalojadas varias casas y modificados algunos vehículos, cambiadas algunas personalidades, rutinas.

Es difícil pensar o entender los sufrimientos a los que se enfrentó, cuartos oscuros, interrogatorios, torturas físicas y psicológicas. El bueno y el malo acosándola día y noche. Voces con acento guatemalteco que agradecían por entregar a la guerrillera, luces, sirenas, gritos.

La comandancia inició negociaciones con el gobierno mexicano para que la devolvieran o por lo menos que la deportaran a un país neutral, pero se empecinaban en decir que no la tenían.  Luego cambiaron de discurso: ahora era ella la que no quería regresar, que estaba bien donde estaba.  Hasta que por fin cedieron.

Yovanna viajó a Cuba, donde recibió terapia psicológica para superar el trauma.

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