Era finales del 84, luego de una
prolongada campaña de acciones guerrilleras, en las selvas de Petén. El ejército guatemalteco registraba
un alto número de bajas, entre muertos y heridos, pero lo ocultaban a los
medios y enterraban a sus muertos sin honores, para no hacer evidentes sus derrotas.
Esto ocasionaba que bajara la moral en
la soldadesca; pero lo que más hería su amor propio era que las fuerzas
insurgentes se ufanaran de sus victorias e incrementaran los mitines en los
poblados más habitados, porque además representaba una creciente simpatía
popular a favor del movimiento revolucionario y por ende el fortalecimiento de
las filas con más jóvenes alzados.
Fue para entonces que el ejército
decidió lanzar una ofensiva aérea, con una flotilla de aviones de combate Cessna
A-37B (DragonFly) de producción estadounidense, que habían sido utilizados en
Vietnam; una aeronave capaz de lanzar rokets;
bombas de 50, 100 y hasta de 500 libras, así como explosivos de fósforo blanco
(napalm). Su estampido ensordecedor hacía
temblar al más valiente de los guerrilleros.
Pero de a poco resurgía el indoblegable
espíritu revolucionario; en unos más rápido que en otros y la desconcentración
acertada de la fuerza evitaba que las cargas mortíferas ocasionaran bajas.
Uno de esos días, el pelotón a cargo del
Teniente Manuel fue detectado por uno de estos aviones en el claro de una
montaña. Manuelito mandó a su gente a
tomar posiciones y resguardarse. __ ¡Apúrense
compañeros porque ese cabrón va a tirar! – dijo, mientras el piloto comenzaba a
volar en círculos, cada vez más reducidos.
El subteniente Belarmino y el compañero
Chalío estaban juntos cuando el avión se lanzó en picada y soltó su primera
descarga. La montaña retumbó, con un sonido ronco que se extendía a lo largo
de la selva.
Tranquilo Chalío, dijo Belarmino, con
una sonrisa en su rostro que parecía más bien nerviosa. __ ¡esperemos tenerlo a tiro y le volamos
verga!. Corrieron rápidamente a una
pequeña elevación, donde nuevamente tomaron posición de tiro. Manuel, en otro punto, preparaba la
ametralladora M-60; el resto de compañeros lo resguardaban.
El A-37 reinició su danza de
muerte: círculos grandes, pequeños y otra vez en picada, con aquel bullicio de
sus motores, pero esta vez entró directamente a la línea de fuego, donde el
tableteo de la ametralladora y de la fusilería fue intenso. No hubo descarga. Sus movimientos mostraron pérdida de control
y desacierto, con pequeños tumbos que anunciaban su intempestiva caída. Una fumarola negra salía de uno de
sus motores.
Los gritos de alegría y victoria fueron
espontáneos en cada uno de aquellos valerosos combatientes; algunos de ellos
con pequeños costos del ataque: Chalío tenía una herida en una nalga, ocasionada
por una piedra filuda. Belarmino sufrió
unos días por varias espinas en su espalda, pero nada comparado con la
satisfacción del deber cumplido.
Al otro día recibieron información de
las bases: el avión se había precipitado en las cercanías de la aldea El
Esfuerzo.
que bueno que sigue escribiendo.
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