“Errores
no corrigen otros, eso es lo que pienso”, Roberto Carlos
A
mediados de los 80’s, cuando la guerrilla ya se había adaptado a la selva
petenera; la logística había mejorado; las armas y las vituallas cada vez eran
de mejor calidad; los uniformes se fueron perfeccionando, al igual que las
hamacas, carpas y mochilas. Hubo
entonces la posibilidad de que algunos de esos valerosos guerrilleros salieran
a especializarse a otras latitudes del mundo.
Todos
soñaban con tener esa experiencia, pero fueron contados los que viajaron. Es más, otros, quizá los mejores, debieron
quedarse, para dar seguimiento a los planes operativos; el accionar debía
continuar.
En 1989
las FAR intensificó operaciones en la zona baja del Petén, entre la aldea Las
Pozas y Sayaxché. El enemigo había sufrido un número considerable de bajas. Una
de esas heroicas unidades guerrilleras estaba al mando del subteniente Juan. Un combatiente que se había hecho en la selva;
había llegado niño junto a su padre, al que vio caer en combate tiempo después
y quiso continuar sus pasos, al principio como un deseo de venganza personal,
la que luego se tornó en conciencia social.
Las
habilidades y capacidades del subteniente Juan eran indiscutibles; había sido
formado en el terreno, en tácticas de guerra de guerrillas; desplazamientos,
camuflajes, estratagemas; tenía un olfato felino, una actitud militar nata. El
fue de los que se quedó, como muchos otros, para hacer frente al accionar,
mientras se preparaban sus compañeros.
Eran
casi quince días de operaciones en un terreno relativamente pequeño y el
ejército concentraba cada día a más soldados en el área.
Por
aquellos días regresó el teniente Javier. Había sido preparado militarmente
durante más de seis meses en uno de esos países hermanos; otros seis meses
combatió a la contra nicaragüense en el Ejército Popular Sandinista.
Juan
recibió la orden de entregar el mando, sin demora, al teniente Javier. El plan
de operaciones aún no había concluido, por lo que rindió parte a jefe superior,
para luego informarle detalladamente lo que se había hecho; entregó el registro
de partes de guerra y de mensajes recibidos y enviados a la comandancia, el
reporte del parque disponible, así como los croquis de las acciones que aún
faltaba por cumplir.
Javier
decidió movilizarse hacia un campamento que habían utilizado muchas veces, con
mucha huella en los alrededores y aunque Juan nunca hubiese tomado esa
decisión, la respetó, pero no quedó tranquilo.
Estaba nervioso y sentía que algo estaba por suceder… ¡y sucedió!,
A las 5 de la mañana dio inicio el ataque enemigo. El poder de fuego era
intenso. Se oían disparos por todas partes; la unidad guerrillera estaba en un
cerco; sin embargo la respuesta de los combatientes fue inmediata y Juan ordenó una línea de fuego en uno de los
flancos que prestaba más facilidades para la retirada.
Al cabo
de más de media hora de combate lograron salir, pero Juan iba herido, en un
costado y en una pierna. Se retiraron. No había más bajas, solo Juan.
Pero el
teniente Javier no estaba conforme. No era posible que el ejército le diera
esta bienvenida. No a él. Ya sabrían con
quien se estaban enfrentando. Ordenó un
contraataque, y aunque Juan se opuso, no había posibilidades de discusión. Era una orden militar y debía cumplirse.
En el
grupo que regresó iban María, Justo y Sandino.
Ella, con un lanzagranadas M-79, además de su fusil; Justo, con una
ametralladora M-60 y Sandino, con un Lanzacohetes, RPG-7.
Los tres
cayeron en una emboscada enemiga y con ellos seis armas.
Quince
días de intenso y exitoso accionar se fueron al piso con la pérdida de tres
valiosos combatientes y un herido, el subteniente Juan.
Era el
costo de una decisión equivocada.
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