jueves, 30 de enero de 2014

Los héroes y mártires no pueden ser opacados

“Cuando el río suena es porque piedras lleva” (refrán popular)


En aparente sinsentido, dieciocho años después de la firma de la paz, voces recalcitrantes se levantan y con lenguas bífidas intentan destruir la imagen de hombres y mujeres, líderes y lideresas, destacados en sus campos, en sus espacios; los vivos se defienden solos, pero los caídos no pueden levantarse de sus tumbas.
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Rafael era un joven oficial del EGP; de pocas palabras y mucha acción; había sufrido algún tipo de parálisis facial y su sonrisa sólo se dejaba ver en una parte de su rostro. Él y Carlitos habían llegado al frente sur “Santos Salazar” para reforzar las operaciones en aquella zona estratégica.

En los primeros días se mantenían silenciosos en los puestos que se les asignaron.  Hablaban muy poco. Sus semblantes eran de tranquilidad; estaban convencidos de las tareas que les correspondían y sabían que debían cumplirlas a cabalidad.

Poco a poco nos tomaron confianza. Nos narraban sus historias. Contaban como “los ejércitos” (soldados) llegaban a las comunidades indígenas y masacraban con saña a hombres y mujeres; sin importar edades; violaban a niñas y mujeres y mataban salvajemente a los bebés.

Rafael se llenaba de emoción al recordar cada detalle de sus relatos; el tiempo que le había llevado prepararse militarmente, sus primeras acciones y su participación en emboscadas exitosas; pero sus ojos adquirían un brillo especial cuando se refería al Comandante “Peter”; aquel oficial de baja estatura que encabezó decenas de combates y los llevaba más allá de sus límites físicos.

El “hombre nuevo” no había que buscarlo. Estaba ahí, pero había que formarlo y demostrarle que su fuerza y su alcance eran superiores a lo que creía. Era la forma de pensar del Comandante “Peter” y así se los transmitía a los combatientes.

Muchas veces temerario, “Peter” combatía de píe, en primera línea, mientras las balas silbaban a su alrededor. Como guerrero embravecido saltaba como fiera sobre el enemigo, a la voz de ¡al asalto!, que él mismo daba.

Durante su estancia, tanto Rafael como Carlitos mostraron la madera con la que estaban formados y contribuyeron al éxito de distintos combates en el frente sur; emularon así a su líder.

Con la firma de la paz el Comandante “Peter” se desmovilizó y se quedó en la tierra de donde era originario, en Chimaltenango.  No buscó acomodarse. Continuó la lucha desde los espacios que ahora le permitía la vida legal, en época de aparente paz y fue objeto de atentados contra él y su familia.

Trabajó en estos casi dieciocho años de posguerra con las comunidades, en distinto tipo de reivindicaciones de los pueblos indígenas, con la misma mística que lo hizo con el fusil; con la misma convicción y temeridad, se movilizaba muchas veces solo; la noche del 15 de enero fue encontrado muerto, como resultado aparente de un atropellamiento. Aunque la realidad puede ser otra: hay evidencias de asesinato que deben ser esclarecidas por las autoridades.


Ahora, las hienas salvajes tratan de destruirlo y apagar su luz; pero su incandescencia ya trascendió la vida.

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