“Cuando el
río suena es porque piedras lleva” (refrán popular)
En aparente
sinsentido, dieciocho años después de la firma de la paz, voces recalcitrantes
se levantan y con lenguas bífidas intentan destruir la imagen de hombres y
mujeres, líderes y lideresas, destacados en sus campos, en sus espacios; los
vivos se defienden solos, pero los caídos no pueden levantarse de sus tumbas.
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Rafael
era un joven oficial del EGP; de pocas palabras y mucha acción; había sufrido
algún tipo de parálisis facial y su sonrisa sólo se dejaba ver en una parte de
su rostro. Él y Carlitos habían llegado al frente sur “Santos Salazar” para
reforzar las operaciones en aquella zona estratégica.
En los
primeros días se mantenían silenciosos en los puestos que se les
asignaron. Hablaban muy poco. Sus
semblantes eran de tranquilidad; estaban convencidos de las tareas que les
correspondían y sabían que debían cumplirlas a cabalidad.
Poco a
poco nos tomaron confianza. Nos narraban sus historias. Contaban como “los
ejércitos” (soldados) llegaban a las comunidades indígenas y masacraban con
saña a hombres y mujeres; sin importar edades; violaban a niñas y mujeres y
mataban salvajemente a los bebés.
Rafael
se llenaba de emoción al recordar cada detalle de sus relatos; el tiempo que le
había llevado prepararse militarmente, sus primeras acciones y su participación
en emboscadas exitosas; pero sus ojos adquirían un brillo especial cuando se
refería al Comandante “Peter”; aquel oficial de baja estatura que encabezó
decenas de combates y los llevaba más allá de sus límites físicos.
El
“hombre nuevo” no había que buscarlo. Estaba ahí, pero había que formarlo y
demostrarle que su fuerza y su alcance eran superiores a lo que creía. Era la
forma de pensar del Comandante “Peter” y así se los transmitía a los
combatientes.
Muchas
veces temerario, “Peter” combatía de píe, en primera línea, mientras las balas
silbaban a su alrededor. Como guerrero embravecido saltaba como fiera sobre el
enemigo, a la voz de ¡al asalto!, que él mismo daba.
Durante
su estancia, tanto Rafael como Carlitos mostraron la madera con la que estaban
formados y contribuyeron al éxito de distintos combates en el frente sur;
emularon así a su líder.
Con la
firma de la paz el Comandante “Peter” se desmovilizó y se quedó en la tierra de
donde era originario, en Chimaltenango.
No buscó acomodarse. Continuó la lucha desde los espacios que ahora le
permitía la vida legal, en época de aparente paz y fue objeto de atentados
contra él y su familia.
Trabajó
en estos casi dieciocho años de posguerra con las comunidades, en distinto tipo
de reivindicaciones de los pueblos indígenas, con la misma mística que lo hizo
con el fusil; con la misma convicción y temeridad, se movilizaba muchas veces
solo; la noche del 15 de enero fue encontrado muerto, como resultado aparente
de un atropellamiento. Aunque la realidad puede ser otra: hay evidencias de
asesinato que deben ser esclarecidas por las autoridades.
Ahora,
las hienas salvajes tratan de destruirlo y apagar su luz; pero su
incandescencia ya trascendió la vida.
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