Usted, /compañero, /que no traicionó /a su clase, /ni con torturas,
/ni con cárceles, /ni con puercos billetes, /usted, /astro de ternura,
/tendrá edad de orgullo, /para las multitudes
/delirantes/que saldrán /del fondo de la historia/
/a glorificarlos, /a usted, /al humano y modesto, /al sencillo
proletario, /
/al de los de siempre, /al inquebrantable/acero del pueblo/
Sus
pasos eran sigilosos, tanto en las sabanas, bajos y planicies de Petén, como en
los desproporcionados terrenos del sur del país; desde las cálidas arenas de la
costa, hasta las frías alturas del Tecuamburro y sus alrededores. Sus pies lo
llevaban a donde lo demandara la lucha revolucionaria.
El compa Adán era el organizador por
excelencia. Esa era su tarea y le gustaba. No caminaba con el ánimo de
sacrificarse o de dar más facilidad al enemigo para encontrarlo. Lo hacía para
llegar a los poblados, para acercarse a las comunidades y organizar al pueblo,
politizarlo y convertirlo en base social del movimiento revolucionario.
Solo los
jefes conocían su ubicación. Lo dejábamos de ver por semanas o hasta meses,
hasta que nuevamente aparecía, acompañado o solo. Nos veía, nos regalaba una
sonrisa y un ¿Qué tal compa?, como que acabara de vernos. Con el uniforme
mojado, olor a humo, sudor y monte.
Adán se
alzó en los años 80, a raíz del violento accionar represivo del ejército
guatemalteco. Su familia se desintegró por esa causa; su compañera y sus hijos
pequeños se refugiaron en México, mientras que él y su hija mayor, en ese
entonces con unos 12 años, se quedaron en el frente guerrillero.
Su
decisión de vencer o morir la llevaba en el alma, pero además era acucioso y
dedicado en el estudio del marxismo leninismo, así como de los documentos
políticos e ideológicos de la organización. Cuando no estaba organizando a la
población estaba estudiando en el campamento.
Sonreía
a menudo, pero muchas veces también vi su rostro serio e incluso molesto o preocupado.
En Petén
compartimos poco. Pero en el sur tuvimos la oportunidad de estar más tiempo
juntos. Aunque relativamente… porque su
costumbre de “andasolo” no la perdía, o mejor dicho, no la dejaba, era su razón
de ser.
Sus
actividades como explorador y organizador seguían siendo claves; había llegado
al Frente Sur con esa misión, aunque tenía capacidad militar y participaba en
enfrentamientos con el enemigo, cuando era necesario. Además debía estar
preparado para cualquier posible contacto con soldados o incluso con grupos
delincuenciales, durante sus recorridos por las cercanías de los pueblos.
En
aquellos tiempos, luego de la caída del comandante Martín y la deserción del
Teniente Egidio, el frente sur necesitaba a toda costa fortalecerse; la llegada
del capitán Leandro fue recibida con mucho entusiasmo y la moral de
combatientes y oficiales se elevó.
Recuerdo
uno de esos días que llegó el compa Adán procedente de las zonas altas del
departamento, donde era conocido que vivían decenas de familias
revolucionarias, que habían sido beneficiadas con tierras durante los años de
revolución de octubre, durante la gestión
de Juan José Arévalo.
Adán le
llevó a Leandro un regalo especial. Un frasco con una especie de harina de
víbora de cascabel. Los habitantes de esa zona creían en las propiedades
curativas y hasta afrodisíacas de este polvo de cascabel. Mataban a las
serpientes, que por esos lugares proliferaban, las secaban al sol con sal;
posteriormente las doraban en comal y finalmente las molían. Esa especie de harina la tomaban en cápsulas,
de forma medicinal, a ciertas horas del día, o como la consumimos con Leandro,
esparcida en rodajas de tamal, o espolvoreada en un poco de frijoles, como si
fuera queso seco.
Creo que
fue la última vez que lo vi, antes que fuera entregado por un traidor. Pero
todavía nos daría una lección de integridad revolucionaria.
Adán
debía salir a Chqimulilla y una de las posibles rutas era por la finca La
Guardianía. El ex compañero que lo entregó sabía que en algún momento alguien
pasaría por el lugar, por lo que constantemente mantenían un puesto de
vigilancia, con soldados colocados estratégicamente para no ser detectados.
El
compañero Adán habría podido pasar inadvertido. Iba vestido de civil, con
sombrero y machete, como cualquier campesino del lugar, pero el traidor lo
conocía perfectamente y lo delató. Los soldados lo trataron con respeto e igual
sucedió en la zona militar, donde además le ofrecieron atención médica. Luego
fue enviado al cuerpo de la policía nacional, en Cuilapa, donde fue consignado.
El
ejército buscaba dar al movimiento revolucionario un golpe moral y mostrar ante la comunidad pública, nacional
e internacional, que la guerrilla estaba desbaratada y desmoralizada, en la
etapa final de la negociación.
Sin
embargo se habían topado con un hueso duro de roer. Enviaron comandos especiales de inteligencia
militar al lugar donde se encontraba detenido y le ofrecieron muchos beneficios
si se amnistiaba. Nunca aceptó. —No importa lo que me pase, o el tiempo que
deba pasar en cárcel; no voy a traicionar mis convicciones ni a mis compañeros.
—decía.
Su
captura e impacto mediático que generó, muy pronto fue negativo para el
ejército. Los medios de comunicación se acercaron al compañero Adán y lo
entrevistaron sobre las razones que lo llevaron a incorporarse a las FAR, la
forma de operar de la guerrilla, sus actividades y su pensamiento
revolucionario. Le preguntaron también si era cierto que sus hijas eran “las
comandantes Gladys y Esmeralda”, y lo aceptó con mucho orgullo.
Con la
firma del Acuerdo de Paz “Firme y Duradera”, el 29 de diciembre de 1996,
también llegó la libertad para Adán, quien guardaba prisión en el Preventivo de
la zona 18. El día de su liberación lo
fue a recoger Mike y varias decenas de universitarios encapuchados, en cuatro
buses del transporte urbano. Salió feliz, con esa integridad de hierro y una
gran victoria personal.
Mike lo
llevó al Campus de la Universidad de San Carlos, donde lo esperaban. En ese momento el Comandante Ruiz se
encontraba en el uso de la palabra. Habían declarado la plaza aledaña a la
antigua Facultad de Medicina como “Néstor Ortiz”,. Aquel heroico combatiente
que había caído en el ataque al destacamento de Pasaco.
Adán fue
recibido como un héroe, y lo era, y lo seguirá siendo hasta el final de sus
días, porque un verdadero revolucionario es para siempre.
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