“Porque
si uno cae,
uno cuyo
amor
es
más grande
que
las catedrales juntas
de
todos los planetas,
si
uno cae,
es
porque alguien
tenía
que caer,
para
que no cayera
la
esperanza.”
Otto René Castillo
En la mente fría de un combatiente se tenía
claro que la vida podía ser fugaz y que lo más importante era contribuir, en la
colectividad, a incidir en los cambios que requería la construcción de un país
diferente, pero en el corazón del hombre y la mujer había amor profundo y la
pérdida de cualquier compañero o compañera dolía en el alma, más aún, si quien
caía era el jefe, aquel que había mostrado con el ejemplo que el verdadero
revolucionario debía ser formado día a día.
En el pelotón “Abel Mijangos” la moral se
encontraba en crisis con la muerte de Sandokán, pero en sus principales jefes
de escuadra la actitud era diferente. El dolor era igualmente grande, a lo que
se sumaba cólera y deseos de encontrarse con el ejército, pero las enseñanzas
del Teniente daban frutos y se llegaba a la conclusión de que la mejor forma de
emularlo era seguir su ejemplo.
La fuerza tuvo que replegarse hacia el área de
Los Josefinos, donde se encontraba la Columna “Luis Augusto Turcios Lima”, al
mando del comandante Ruiz.
El segundo de Sandokán siempre fue Maximiliano,
pero no podía de forma automática quedar en su lugar; era necesario nombrar a
un nuevo jefe.
El comandante Ruíz llamó a reunión general. Impartió
toda una cátedra de la lucha armada y del proceso revolucionario; recordó
distintos momentos de la historia de las Fuerzas Armadas Rebeldes, desde su
surgimiento y rememoró la calidad humana y revolucionaria de decenas de líderes
guerrilleros, muertos por las balas enemigas.
Finalmente concluyó: “el compañero Sandokán ha
muerto, ahora debemos nombrar a alguien en su lugar”.
Pero aquel grupo de guerrilleros muy jóvenes la
mayoría, pidieron que no se les impusiera un jefe y solicitaron ser ellos
mismos quienes lo eligieran.
En la guerrilla no era lo que se acostumbraba.
Su funcionamiento era estrictamente militar, no se podían horizontalizar
decisiones de esa naturaleza. Sin embargo, Ruiz vio en aquellos jóvenes una
actitud inquebrantable. Además conocía de los méritos del Pelotón “Abel
Mijangos”, ganados a pulso en una serie de acciones brillantemente conducidas
por Sandokán. Aceptó la solicitud y les dio un tiempo breve para presentar sus
propuestas.
Surgieron tres candidaturas. La primera fue la
de Camilo “siete poses”; fue una auto-postulación. Él creía que tenía los
méritos para conducir a esa fuerza. La segunda caía de su peso: Maximiliano,
jefe de la primera escuadra y segundo de Sandokán, aunque en lo personal no
quería asumir esa responsabilidad.
La tercera propuesta fue la de Gary; quizás en
ese momento el más viejo del pelotón, aunque aún no llegara a los 30 años.
Había sido catequista y organizador; tenía un alto nivel político y como
militar era de vanguardia.
Se sometió a votación y resultó elegido Gary.
Aceptó a regañadientes. Sabía que era un grupo de combatientes muy jóvenes
fregones que le podían perder el respeto en cualquier momento. Pero todos le
decían que no, que harían caso y sabrían comportarse. ¡Está bien!, les dijo,
anunciándoles de antemano que tomaría el control con toda la disciplina del
caso.
Cuando se informó al comandante Ruiz,
nuevamente mandó a formar y en un acto militar anunció que Gary sería el nuevo
jefe del pelotón y en ese mismo momento lo ascendió a Teniente.
Del
Pelotón “Abel Mijangos” surgieron posteriormente otros oficiales: Arturo, René,
Maximiliano, Belarmino, Walter, Jonny, Jaime, Rudy y muchos más, que en algún
momento fueron formados por el inolvidable Teniente Sandokán.
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