viernes, 27 de febrero de 2015

El Teniente Sandokán parte 3

“De la montaña vendrán, mil campesinos con justa razón…”

La operación en Sayaxché tenía al menos dos importantes objetivos. El primero, hacer presencia en una cabecera municipal y lograr la movilización del ejército a la selva, donde sería más factible colocar emboscadas; el segundo, recuperar armas y vituallas, y en consecuencia elevar la moral de las y los combatientes.

El pelotón Abel Mijangos solo tenía en ese momento tres fusiles G3, de los que había recuperado el capitán Androcles Hernández en la emboscada de Yaltutú y dos M16; los demás eran rifles e incluso escopetas hechizas, a algunas se les desprendía el cañón con cada tiro y era necesario arreglarlas. Había una escopeta histórica, una 410 belga, que tenía un tubo largo de aluminio; era tan vieja que se le había colocado una gota de plomo, como punto mira y el percutor era un clavo que se jalaba con un hilo de pescar.

En la toma del destacamento de la Guardia de Hacienda, en Sayaxché, la 410 la llevaba el sargento Walter, que entró junto a Sandokán, al frente. La actitud del jefe impregnaba fuerza y valentía en el resto de la tropa.

La operación fue exitosa; no hubo bajas y se recuperaron al menos 17 carabinas M1, pistolas 38 y uniformes.

El ejército reaccionó e inició la persecución; pero cuando estaba cerca del grupo guerrillero se detuvo, al considerar que estaban en una posición de debilidad. La población rumoreaba que era una columna de más de 300 guerrilleros; que el jefe era un hombre alto y barbado, que seguramente era europeo y que además iban cubanos, argentinos y chilenos. Nada más alejado de la verdad.

A finales del 81 Sandokán y su tropa se tomaron un descanso, en los alrededores de la aldea Nueva Libertad; su terruño querido. En otras comunidades empezaban las masacres del ejército. El Teniente decidió planificar una emboscada en las cercanías de los destacamentos de El Subín y Sayaxhcé.

Ese día se tuvo información que el ejército se estaba movilizando en dos camiones que cargaban maíz, con el fin de no llamar la atención y evitar ser atacados. Sandokán colocó a un pequeño grupo de combatientes en el cruce del Subín, con la orden de dejarse ver y enviar un mensaje al ejército en el que se indicaba que ahí los estaban esperando. El enemigo intentaría aniquilar a ese pequeño grupo insurgente y para ello irían en los dos camiones civiles.

Sin embargo la emboscada había sido colocada a unos 300 metros de la aldea donde se encontraban los soldados; cuando ingresaron al área de la acción fue detonada una mina 30, que volcó completamente a uno de los camiones y de inmediato inició el fuego de la fusilería. Era la guerra, el olor a pólvora y a muerte.

El teniente ordenó la retirada para no poner en riesgo a su gente. A pesar que había armas y cuerpos regados por todos lados, los soldados del otro camión hacían resistencia. Habían sufrido un número considerable de bajas, mientras que en la tropa guerrillera se reportaba un compañero con una herida superficial.

Sadokán mantenía al pelotón en las cercanías de El Subín, Sayaxché, Bethel y el Naranjo; pero cada vez era más peligroso permanecer en el área. El ejército capturó a un desertor, que fue forzado a entregar todo lo que conocía: buzones y campamentos.

Ese día Sandokán escuchaba el parte de una patrulla que había salido a revisar algunos buzones que aún quedaban. Terminó de recibir la información y llamaron a comer; había arroz y frijoles, un gran platillo en ese momento.

Comían todos tranquilos cuando se escuchó un tiro y luego una detonación más fuerte. Ya nos cayeron estos cabrones, dijo el Teniente, en el mismo momento en que mandó a formar filas.

Sandokán se llevó a tres compañeros hacia el punto de la posta; su objetivo era rescata al compañero que se encontraba en aquel lugar.

Gary y otros combatientes permanecían en sus posiciones de fuego. En un claro que tenía enfrente apareció un soldado al que aniquiló de inmediato. Otro, que iba atrás gritó ¡cayó uno!, ¡cayó uno!, pero también cayó, por las balas guerrilleras.

En esa posición se mantuvieron Gary y Belarmino.  A los pocos minutos apareció el compañero Fidel, también conocido como “el Chante”.  Agitado y nervioso les dijo: ¡mucha, retírense!, ¡hirieron a Sandokán! Todo cambió en aquel momento. La prioridad era salvar la vida del jefe.

Roberto, el Chante y Gary sacaron a Sandokán, mientras que Belarmino, el Wilo y Adrián se quedaron conteniendo al enemigo.  Posteriormente se dirigieron al lugar acordado, como a una hora de camino. La herida que tenía el Teniente era grave. Había ingresado por el hombro, pero de una bala de Galil se podía esperar cualquier cosa. Es un tiro diseñado para cambiar de trayectoria al tocar con una superficie dura.

La situación era delicada y había que ir a buscar urgentemente medicamentos para curar al jefe. Maximiliano, el segundo de Sandokán, pidió voluntarios para aquella tarea. Jaime “la Yegüita” fue el primero y Gary de inmediato dijo que él también iba.

Debían entrar a la aldea Las Cruces, con ropa civil, sólo portando pistolas y granadas, y pasar en medio de los comandos. No pudieron entrar esa noche. El ejército tenía copadas las entradas.

Muy temprano pudieron meterse, disfrazados entre un grupo de campesinos. Gary fue a la farmacia de un conocido e inventó que un familiar suyo se había herido un en la montaña y no podía moverse. Iniciaron el regreso nuevamente y cuando se acercaban al campamento, donde habían dejado a Sandokán escucharon otro combate…

Unas 12 horas después de haber acampado en aquel lugar y que Jaime y Gary salieron en busca de medicina se le apagaba la vida a Sandokán. Rudy llegó donde estaban Wilo, el Chante, Aroldo y Belarmino y les dijo: Compas, Sandokán quiere hablarles.

Era el momento más triste que vivieron muchos de ellos. Fue entonces que les dijo: Compas, yo ya me voy a ir, pero quiero que sepan que estoy orgulloso de ustedes, por favor, sigan adelante, la lucha no debe detenerse.

Aquellos duros guerrilleros se quebraron con esas palabras. Sabían que tenían a un gran hombre enfrente, que se estaba muriendo y que aún así les quería inyectar valor y confianza en la lucha y en el proyecto revolucionario. Algunos de ellos no pudieron hablar; un nudo en sus gargantas les impedía decir cualquier cosa.
Sandokán eligió su nombre del protagonista 
de una serie de noveles de aventuras 
escritas por el italiano Emilio Salgari.

A eso de las 5.30 de la mañana uno de los compañeros del servicio médico les llevó la noticia: Sandokán acababa de morir.

Salieron todos con el deseo de encontrarse con el ejército y morir combatiendo. Pero la mejor decisión que encontraron fue retirarse de ahí y buscar el mejor sitio para depositar el cuerpo del teniente. Fue en un lugar entre el Subín y las Cruces, donde enterraron sus restos.

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