“Se
cagan en la entrada o se cagan en la salida”
Por
aquellos días la fuerza principal estaba bajo el mando del capitán Méndez; los
tenientes Manuelito, Egidio y Rudy eran los jefes de pelotón. Preparaban una
emboscada en la carretera, pero algo sucedió y fue detectado el campamento
guerrillero. Existía la posibilidad de que el enemigo hubiera obtenido
información de inteligencia, pero también era difícil mantener el mayor sigilo
con una cantidad alta de combatientes.
Una
u otra eran posibilidades. Lo cierto era que el ejército conocía las
coordenadas del lugar donde se encontraba la fuerza guerrillera y para allá
iba. Era común que cuando caían a un campamento, los guerrilleros se vieran
sorprendidos y luego de hacerles frente durante algunos minutos, se retiraran
del lugar “ordenadamente”.
Esta
vez sería diferente. La fuerza estaba mejor preparada. Algunos
internacionalistas habían ingresado a impartir instrucción de tropas especiales
y había surgido un grupo combatientes, que además de tener una capacidad innata
lograron asimilar al máximo la escuela.
Algunos
de ellos tuvieron la oportunidad de salir de Guatemala y conocer experiencias
militares de otros países. A su regreso se convirtieron en instructores,
aplicaron cambios, mejoraron estrategias y contribuyeron a superar errores.
El
entrenamiento sin embargo fue más arduo e intenso, hasta lograr un nivel de
eficiencia que se traducía en la actitud y responsabilidad de cada combatiente.
El
teniente Manuel tomaba un baño en el arroyo junto a uno de los instructores,
cuando escucharon los primeros tiros. Encendieron sus walkie talkies y
escucharon al capitán Méndez: – ¡pelotones!, ¡formen línea de combate!
Cada
jefe de pelotón desplazó a sus combatientes de acuerdo a la dirección en la que
iba el ejército; a la izquierda se ubicó el pelotón de Manuel, al centro el de
Egidio y a la derecha el de Rudy.
Los
primeros tiros habían sonado en la avanzadilla. Los compañeros que se
encontraban en esa posición creyeron que quienes ingresaban eran los compañeros
que habían salido temprano a traer maíz; los soldados hicieron varios disparos
y lograron que los guerrilleros corrieran rumbo al campamento.
El
ejército gritaba y disparaba, como era su costumbre. Egidio empezaba a perder
el control y pidió refuerzos. – Belice 1, Belice 1, Escuintla. – Adelante
Escuintla. – Belice 1, Aquí vienen, aquí vienen. Necesito que me mande a la
escuelita que tiene a la izquierda. – Negativo, Escuintla. No es el momento
oportuno. ¡Mantengan posiciones!
Los
combates en la selva tenían una característica: debido a lo cerrado de la
montaña casi siempre eran a corta distancia. Cuando el primer soldado estuvo a
tiro, uno de los oficiales guerrilleros afinó puntería y con una certera bala
en el pecho lo abatió. Desde las distintas posiciones se escuchó: – ¡Fueeegoooo!,
con un nivel de intensidad tal que no esperaban, al grado que huyeron, ante el
temor de ser aniquilados.
En
la retirada del ejército se oía que gritaban: – ¡cayó Panda!, ¡cayó Panda! Por lo que al campamento le quedó de nombre
“El Panda”.
Después
del combate hubo reunión de oficiales. Méndez era de la opinión que la
emboscada había fracasado, pero el compañero instructor sugirió que no. Que al
contrario, la situación podía ser más fácil.
–
“Ellos van a entrar otra vez, porque tienen que sacar al soldado que dejaron
abandonado y los agarramos, en la entrada o en la salida, pero de que los
agarramos, los agarramos”.
Ese
día por la tarde se trasladó la fuerza al área de la emboscada, en unos
potreros junto a la carretera. Todos permanecieron en silencio y camuflados
toda la noche en sus posiciones. Muy temprano sobrevoló un A37 el lugar,
incluso descendió en dos o tres ocasiones sobre el lugar donde se encontraban
los combatientes. Méndez estaba nervioso y preguntaba a sus oficiales – ¿será
que nos vieron?, ¿será que nos vieron?
Más
tarde se escuchó que llegaba el ejército sobre la carretera, que estaba a una
mediana altura del lugar donde estaban los pozos de tirador. Del otro lado
había sido colocada una mina, para provocar que cayeran al lado de la emboscada.
Dos soldados iban al frente, muy relajados, con el fusil cargado sobre el
hombro, como si fuera un pesado leño. Los compañeros escucharon su conversación
–Puta vos, yo tengo pena en estos terrenos. – No te preocupés cuaz, ya vamos a
llegar a Sayaché –Además aquí vamos por los potreros, no es montaña; esos
pizados nunca atac...
En
eso iban cuando los sorprendió la detonación de la mina y el viento fuerte de
la onda expansiva los hizo lanzarse a la cuneta, del otro lado de la carretera,
precisamente donde estaba un grupo de compañeros. De inmediato los tiros de la
emboscada; uno de los soldados cae muerto; el otro, herido y aturdido, se lo
lleva rodando hacia abajo hasta quedar paralizado a escasos metros del cerco.
Desde
otra posición la M-60 se escuchaba por arriba de la fusilería, en un fuego
cruzado que barría las posiciones enemigas. Luego de más de veinte minutos de
fuego nutrido, los focos de resistencia del ejército eran mínimos.
La
compañera Olga estaba del otro lado del cerco, a la espera de recibir la orden
para lanzarse a recuperar; junto a ella el sargento Estuardo. Por radio el
oficial pidió que la M-60 concentre fuego en ese punto y el sargento Canecho lo
hace.
En
ese momento el oficial da la orden a la compañera Olga y al sargento Estuardo
para que recuperen las armas que tienen a unos cuantos metros. Ella se coloca
de cuclillas frente al cerco. Se quita rápidamente el cinturón y el arnés.
Voltea a ver al oficial, le entrega su fusil y le dice: – ¡por favor, si no
regreso llevate mi equipo! Cruza al otro lado, de espaldas, solamente con un
cuchillo en la mano. Estuardo hace lo mismo. A rastras llegan al punto donde
está el soldado herido. No opone ninguna resistencia. Solo emite un sonido
apagado, que no llega siquiera a ser quejido, cuando Olga coloca la rodilla
sobre su vientre, y le quita el cinturón y el arnés. Lo deja con vida. Estuardo
se encarga de recuperar el equipo del soldado muerto. En menos de cinco minutos
están de vuelta, con dos armas, municiones, botas y equipos.
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