viernes, 6 de noviembre de 2015

La emboscada de La Palma

En abril de 1983, la columna “Luis Augusto Turcios Lima”, se encontraba bajo el mando del Comandante Mena. Había presión por tener éxitos de mayor contundencia frente al enemigo, que incluyeran principalmente la recuperación de armamento. El comandante en jefe había demostrado, unos meses atrás, que era factible realizar emboscadas de aniquilamiento y recuperación, con el menor número de bajas posibles, si se planificaba adecuadamente y se disponía de la fuerza militar con orden y disciplina.

Sin embargo las cosas no se daban como se esperaba. El último intento frustrado tenía pocos días. Fue en las cercanías de la aldea Los Chorros, donde los combatientes tuvieron que abrir sus pozos de tirador del tamaño de un tatú. Todos escarbaron y agotados tomaron posiciones; la espera podía ser muy larga o relativamente corta. Nuca se sabía con exactitud, pero muy pocas veces alguien detonaba la mina antes de tiempo y arruinaba la operación.

Unos días después se presentó una nueva oportunidad. Un pelotón del ejército estaba entre las aldeas La Palma y Palestina, y había que llamar su atención; para ello el teniente Polo salió a colocar una manta en los alrededores.

En la acción también participaría el pelotón Abel Mijangos, al mando del teniente Gary, encargado de caer al asalto y recuperar.

La idea era que los soldados se dirigieran de Palestina hacia La Palma, pero la unidad enemiga ya estaba en La Palma y fue de ahí que salieron hacia Palestina, lo que modificó en parte la operación.

Polo y su grupo, luego de la acción llamativa, debían regresar e incorporarse a la emboscada en el área de contención, pero los soldados llegaron antes. Algunos combatientes todavía preparaban su pozo de tirador, entre ellos el sargento Chico y cuando se sintieron rodeados ya no pudieron pasar la voz.

Chico escuchó que hablaban. En los soldados también había confusión momentánea. Creyeron que era otra de sus unidades y que todo era una broma. – ¡Ya los vimos! –gritaron. – ¡Salgan de ahí! – Uno de ellos intentó subirse a un bordo para ver quién estaba del otro lado del trocopaz, pero antes de lograrlo fue detonada la mina. De inmediato empezaron a llover tiros por doquier.  El sargento Chico recibió una ráfaga en el pecho.

En la emboscada se encontraba el compañero Albano, un oficial internacionalista, de origen peruano. Al escuchar los disparos tomó posición de inmediato detrás de un grueso tronco; exactamente al otro lado un soldado ofrecía resistencia. Se enfrentaron en un juego de tira y tira por unos segundos. El sargento Maximiliano vio que Albano se encontraba un una situación desventajosa y se lanzó a apoyarlo.  Llegó en el momento exacto en el que el soldado levantó la cabeza y con mucha rapidez le colocó el cañón en la nuca: un disparo seco apagó su vida.

La operación se había planificado como una emboscada de aniquilamiento y a pesar de que se había perdido el factor sorpresa, la fuerza guerrillera estaba desplegada para aniquilar y recuperar.

El teniente Orellana, quien era el oficial a cargo, vio cuando Justo se lanzó a recuperar. Era su misión y la debía cumplir, aún a costa de su vida. Dos soldados permanecían parapetados y lo acribillaron.

Orellana vio caer a Justo y ordenó a Sarceño, Fredy y Tucán que sacaran su cuerpo; en el intento uno tras otro resultaron heridos, hasta que el foco de resistencia enemiga fue neutralizado con un granadazo. De aquel punto los combatientes lograron sacar a Justo, varios fusiles y granadas de mortero.

Los compañeros dejaron con vida a varios soldados que entregaron sus armas; horas después, cuando llegaron los refuerzos, mataron a todos los sobrevivientes.

En la entrada a la emboscada un teniente del ejército tomó una decisión fatal.  Era un oficial que ya había sobrevivido a tres emboscadas anteriores, pero este no era su día. Se lanzó como loco en una actitud suicida: caminaba y disparaba al mismo tiempo de un lado a otro. De mediana distancia, el sargento Canecho afinó su FAL, lo colocó en posición de tiro a tiro y disparó. El capitán cayó, todavía con vida, cerca del lugar donde se encontraba el compa Sitón.

Sitón gritó al oficial: – ¡tirá el fusil y te perdono la vida! Y lo hizo, pero cuando Sitón se acercó para recuperarlo, el capitán estiró la mano para volver a tomar su arma. No lo logró, soltó una carcajada y murió.

En la emboscada de La Palma fueron recuperados once fusiles y varias granadas de mortero. Murieron tres compañeros: Chico, Justo y el Max; tres más salieron heridos.

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