En
abril de 1983, la columna “Luis Augusto Turcios Lima”, se encontraba bajo el
mando del Comandante Mena. Había presión por tener éxitos de mayor contundencia
frente al enemigo, que incluyeran principalmente la recuperación de armamento.
El comandante en jefe había demostrado, unos meses atrás, que era factible realizar
emboscadas de aniquilamiento y recuperación, con el menor número de bajas
posibles, si se planificaba adecuadamente y se disponía de la fuerza militar
con orden y disciplina.
Sin
embargo las cosas no se daban como se esperaba. El último intento frustrado
tenía pocos días. Fue en las cercanías de la aldea Los Chorros, donde los
combatientes tuvieron que abrir sus pozos de tirador del tamaño de un tatú.
Todos escarbaron y agotados tomaron posiciones; la espera podía ser muy larga o
relativamente corta. Nuca se sabía con exactitud, pero muy pocas veces alguien
detonaba la mina antes de tiempo y arruinaba la operación.
Unos
días después se presentó una nueva oportunidad. Un pelotón del ejército estaba
entre las aldeas La Palma y Palestina, y había que llamar su atención; para
ello el teniente Polo salió a colocar una manta en los alrededores.
En
la acción también participaría el pelotón Abel Mijangos, al mando del teniente
Gary, encargado de caer al asalto y recuperar.
La
idea era que los soldados se dirigieran de Palestina hacia La Palma, pero la
unidad enemiga ya estaba en La Palma y fue de ahí que salieron hacia Palestina,
lo que modificó en parte la operación.
Polo
y su grupo, luego de la acción llamativa, debían regresar e incorporarse a la
emboscada en el área de contención, pero los soldados llegaron antes. Algunos
combatientes todavía preparaban su pozo de tirador, entre ellos el sargento
Chico y cuando se sintieron rodeados ya no pudieron pasar la voz.
Chico
escuchó que hablaban. En los soldados también había confusión momentánea.
Creyeron que era otra de sus unidades y que todo era una broma. – ¡Ya los
vimos! –gritaron. – ¡Salgan de ahí! – Uno de ellos intentó subirse a un bordo
para ver quién estaba del otro lado del trocopaz, pero antes de lograrlo fue
detonada la mina. De inmediato empezaron a llover tiros por doquier. El
sargento Chico recibió una ráfaga en el pecho.
En
la emboscada se encontraba el compañero Albano, un oficial internacionalista,
de origen peruano. Al escuchar los disparos tomó posición de inmediato detrás
de un grueso tronco; exactamente al otro lado un soldado ofrecía resistencia.
Se enfrentaron en un juego de tira y tira por unos segundos. El sargento
Maximiliano vio que Albano se encontraba un una situación desventajosa y se
lanzó a apoyarlo. Llegó en el momento
exacto en el que el soldado levantó la cabeza y con mucha rapidez le colocó el
cañón en la nuca: un disparo seco apagó su vida.
La
operación se había planificado como una emboscada de aniquilamiento y a pesar
de que se había perdido el factor sorpresa, la fuerza guerrillera estaba
desplegada para aniquilar y recuperar.
El
teniente Orellana, quien era el oficial a cargo, vio cuando Justo se lanzó a
recuperar. Era su misión y la debía cumplir, aún a costa de su vida. Dos
soldados permanecían parapetados y lo acribillaron.
Orellana
vio caer a Justo y ordenó a Sarceño, Fredy y Tucán que sacaran su cuerpo; en el
intento uno tras otro resultaron heridos, hasta que el foco de resistencia
enemiga fue neutralizado con un granadazo. De aquel punto los combatientes
lograron sacar a Justo, varios fusiles y granadas de mortero.
Los
compañeros dejaron con vida a varios soldados que entregaron sus armas; horas
después, cuando llegaron los refuerzos, mataron a todos los sobrevivientes.
En
la entrada a la emboscada un teniente del ejército tomó una decisión
fatal. Era un oficial que ya había sobrevivido a tres emboscadas
anteriores, pero este no era su día. Se lanzó como loco en una actitud suicida:
caminaba y disparaba al mismo tiempo de un lado a otro. De mediana distancia,
el sargento Canecho afinó su FAL, lo colocó en posición de tiro a tiro y
disparó. El capitán cayó, todavía con vida, cerca del lugar donde se encontraba
el compa Sitón.
Sitón
gritó al oficial: – ¡tirá el fusil y te perdono la vida! Y lo hizo, pero cuando
Sitón se acercó para recuperarlo, el capitán estiró la mano para volver a tomar
su arma. No lo logró, soltó una carcajada y murió.
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