A
finales de enero de 1980, los compañeros Lalo, Calín, Israel y Saturnino fueron
enviados a explorar el destacamento militar ubicado en la aldea Pipiles, en las
márgenes del río La Pasión, municipio de Sayaxché, Petén. Tenían la tarea de
observar el lugar, determinar el posible número de efectivos, las postas y
horarios, puntos para efectuar el ataque, así como las rutas de acceso y
retirada.
Debido a
las características de la zona, los guerrilleros se movilizaron por la selva
con todo el cuidado y sigilo necesarios, para llevar a buen término aquella
empresa. Saturnino iba al mando y era quien más conocía el área: tres años
antes había andado por ahí con otra patrulla.
Fueron
tres días de caminata hasta llegar a un recodo del río Salinas. Los conocimientos
del terreno del compañero Saturnino terminaban en ese punto, pues en su
anterior incursión nunca llegó hasta el puesto militar, instalado donde emboca
el río Pasión al Salinas.
Los
exploradores sabían que estaban muy cerca de su objetivo, pero desconocían
hacia dónde, por lo que decidieron sacar el mapa, que debían llevar como parte
fundamental de la operación. Sin embargo se encontraron con una enorme sorpresa:
habían dejado en el campamento ese importante documento. En ese momento
decidieron buscar contacto con campesinos, aún a costa de poner en riesgo la
misión.
Saturnino
y su patrulla asumieron que la mejor opción era dirigirse rio arriba, pero fue
hasta dos días después que se encontraron con campesinos mexicanos, quienes los
recibieron con una actitud muy positiva y les trasladaron información valiosa,
además de la ubicación exacta del destacamento de Pipiles. Los campesinos
llevaron a los combatientes revolucionarios a su comunidad, donde permanecieron
durante dos días, tiempo que aprovecharon para apoyarlos en tareas agrícolas.
En una actitud recíproca, uno de los campesinos fue a comprar un poco de abasto
para que llevaran los visitantes.
Muy de
mañana la patrulla guerrillera reinició la marcha en la dirección correcta y
después de otros dos días llegaron al lugar.
Cuidadosamente buscaron el mejor punto para la observación, diurna y
nocturna, donde debían permanecer durante cinco días, por lo que se dividieron
en parejas.
La observación
Los
guerrilleros lograron determinar que el destacamento se encontraba de sur a norte
y que sus instalaciones estaban hechas de madera, con techo de lámina; medían
unos 25 metros de largo por seis de ancho; el frente estaba hacia el río. En la
parte frontal estaba el patio, donde todas las mañanas y tardes los soldados
hacían formación y recibían instrucciones de un oficial, posiblemente un
teniente. Unos metros hacia el río
habían cavado trincheras, con el fin de utilizarlas en un eventual “ataque
subversivo”. En la pared del cuartel había dibujada un águila, con un letrero
en un círculo que decía “Águilas - Armas Pesadas”. Había además dos garitas:
una aproximadamente a 50 metros al norte, que cubría el acceso río abajo,
mientras que la otra estaba 30 metros al sur, en resguardo de la entrada río
arriba.
Los
soldados hacían turnos de seis horas. En una de las postas era común que se
incurriera en indisciplina, por lo que los guerrilleros supusieron que era el
punto donde menos se esperaba un ataque. Ahí mantenían una grabadora a todo
volumen y una de las canciones que más se escuchaba era “Chiquitita”, del grupo
ABBA, que estaba de moda. La posta dedicaba bastante tiempo a la pesca. De
lejos se lograba ver el brillo de los “bagres”, cuando eran sacados por el
pescador. En las noches hacían una gran fogata, aparentemente con la intención
de ahuyentar a los mosquitos que abundaban por la región. Cuando la fogata alzaba
en llamas la apagaban, para evitar que se iluminara el sector.
La
exploración también alcanzaba a oír cuando iniciaban las radiocomunicaciones:
“Segovia, Segovia, aquí Matagalpa, cambio”. La respuesta, desde el otro extremo
de la radio sólo se escuchaba como un rumor y por más que guerrilleros se esforzaban,
no lograban entender la conversación.
Un inminente enfrentamiento
El 30 de
enero de 1980, luego de tres días de observación, Saturnino y los demás
miembros de la patrulla acordaron regresar al campamento base al día siguiente,
al considerar que ya tenían suficiente información para el ataque y que debido
a la demora en llegar habían invertido más tiempo perdido, por lo que sus
compañeros estarían preocupados.
Ese día,
a eso de las 10 horas llegó al destacamento un civil, a bordo de un cayuco y
luego salió, acompañado de un soldado. La pequeña embarcación era muy frágil e
inestable, lo que puso nervioso al elemento castrense. Sus compañeros reían y
gritaban: — ¡Te vas a morir Pérez!, a lo que contestaba — ¡Si caigo al agua
salgo nadando!, pero a pesar de su aparente valentía era evidente su
inseguridad.
Saturnino
no se alarmó por el movimiento del soldado, porque cuando salían tomaban río
arriba. Sin embargo, en esta ocasión Pérez y el campesino lo hicieron río abajo,
en dirección exacta al punto donde ellos se encontraban. Los guerrilleros sabían
que al ser descubiertos el plan principal se vendría abajo, por lo que
Saturnino ordenó a Lalo y a Israel retirarse del lugar, mientras que él y Calín
permanecieron en el sitio, con la esperanza de que el efectivo castrense no
llegara hasta ahí, idea que rápidamente se desvaneció.
El
soldado y el civil bajaron del cayuco y tomaron rumbo al improvisado campamento
guerrillero.
Saturnino
ordenó a Calín tomar posición, detrás de un árbol, mientras él hacía lo mismo y
afinaba los órganos de puntería de su G3, al ritmo de los movimientos del
soldado enemigo. Los intrusos se aproximaron poco a poco, hasta llegar a unos metros
de los insurgentes. En ese momento el campesino los descubrió, pero no dijo nada,
comenzó a silbar una melodía y se retiró de la línea de fuego, sin advertir
nada a Pérez.
Todo
parecía estar bajo control hasta que a Calín le ganó el miedo y salió corriendo.
Saturnino no pudo hacer nada ante aquel acto de cobardía, más que resguardar su
posición y esperar lo que se viniera. En fracción de segundos el soldado se dio
cuenta de lo que ocurría y cuando estaba a punto de disparar al desconocido oyó
otro ruido frente a él: Saturnino había hecho un primer intento por accionar su
arma, sin bajar el seguro. Fue cuando logró corregir el error, que Pérez se percató
que alguien más lo miraba. Ahora ambos estaban frente a frente, con armas de
alto poder de fuego, pero fue el guerrillero el que jaló primero del gatillo.
Un
disparo certero apagó la vida del militar.
Saturnino corrió hacia el soldado caído, recogió el Galil y cuando
intentaba recuperar el cinturón escuchó el sonido seco de un tiro 22, que lo hizo
suponer que el campesino había tomado la determinación de atacarlos. Saturnino
corrió y a 100 metros alcanzó al joven Lalo. Era él quien había tirado con el
viejo rifle que portaba, para evitar que el campesino apoyara al soldado.
Preocupado
por la vida del civil, Saturnino reprendió a Lalo, pero éste aclaró que había
disparado al aire.
El dilema: la masacre de la Embajada de España
y el fusil recuperado
El 31 de
enero, ya lejos del lugar, Saturnino se sentía confundido por haber tenido que
aniquilar al soldado Pérez, pero mientras reflexionaba, en la radio se empezó a difundir una noticia
de impacto nacional e internacional, la Embajada de España había sido quemada
por fuerzas del Estado. Colérico Saturnino cayó en la cuenta de que aquello era
una guerra, en la que los revolucionarios buscaban construir un mejor país, en
tanto que el ejército criminal y las fuerzas represivas del Estado mataban a población
indefensa.
Un día
después, el 1 de febrero, llegaron al campamento base y dieron parte al Comandante
Tomás, oficial al mando. La preocupación de Saturnino era haber echado a perder
la posible operación militar en contra del destacamento de Pipiles.
Horas después
Tomás mandó a formación a toda la fuerza, para dar a conocer el regreso de la
exploración, informar que los compañeros habían tenido un enfrentamiento
fortuito y que si bien esto habría implicado cancelar el ataque al destacamento,
dicha decisión ya había sido tomada con anterioridad por la dirección nacional,
al constatar que esa era una zona en la que tenían trabajo compañeros de las
FAR.
Por
aparte y con suma emoción, el comandante Tomás mostró el fusil recuperado. Era
el primer Galil en manos del Ejército Guerrillero de los Pobres, después de
cinco años de haber llegado a Guatemala estas armas de fabricación israelí.
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