lunes, 13 de febrero de 2012

El impuesto de guerra en el frente sur


XXIV

En aquellos días el Capitán Leandro recibió la orden de recaudar el denominado impuesto de guerra.  Era una de las formas de sobrevivencia de la guerrilla, los grandes finqueros y terratenientes de la región debían aportar una cantidad cada cierto tiempo y aunque parezca difícil de creer, muchos de ellos la entregaban de corazón, con la idea de que estaban contribuyendo a una buena causa.  Otros claro, renegaban de hacerlo y unos más, los menos, tomaban medidas de hecho e incluso daban parte al ejército.  Eran los recalcitrantes, los conservadores radicales, quienes creían que de esa manera lograrían la destrucción de la guerrilla.

Eran los grandes ricos, la burguesía agroexportadora, aquellos que además de enriquecerse a costa del sudor y la sangre de los pobres, contaban con grandes extensiones de tierra ociosa que no cedían, ni siquiera arrendaban a los pequeños campesinos, para no verse privados de “lo suyo”.

El propietario de la finca Las Benditas dio parte al ejército; informó que un grupo de guerrilleros habían llegado a solicitar el aporte económico y que en unos días avisarían cuando y donde llegarían a recogerlo.  El capitán kaibil instruyó al finquero sobre la manera de comportarse con “los subversivos”, la idea era “darles largas”, que no tuvieran la mínima desconfianza.  Debía decirles que platicaran para ponerse de acuerdo, que era necesario tomar unos días para reunir la cantidad.

Así lo hizo.  El oficial kaibil informó al respecto al Estado Mayor y solicitó el envío de una unidad especializada, tropa elite, para hacer frente al problema.

Las negociaciones continuaron; la actitud confrontativa inicial del finquero había cambiado.  La información recabada en el radio rastreo daba cuenta del movimiento de tropa, pero no de las reuniones con el finquero.  Aunque había que reforzar las medidas de seguridad y el riesgo era alto, el operativo todavía se podía mantener.

Se acordó día, lugar y hora para el encuentro.  Los oficiales guerrilleros habían estudiado el área, los cerros, las planadas, las quebradas, las rutas de escape; se disponía de suficiente tropa y armamento para enfrentar una posible contingencia; operativamente todo estaba bajo control.

Un día antes se trasladó Lendro al lugar; iba acompañado de la sargento Merly, oficial de servicios médicos en ese momento y del teniente Pezzarosi.  Se prepararon los planes de comunicación operativa, interescuadras;  el radio rastreo quedaría abierto, las 24 horas y la coordinación vía radio, entre Leandro y el puesto de información, no debía suspenderse.

Iniciaron la marcha y nos despedimos como siempre;  en la guerrilla cada despedida podía ser la última, era parte de nuestra rutina, de nuestra vida y esta vez no fue la excepción.

Fue una despedida más, con el anhelo de volvernos a encontrar.

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