viernes, 17 de febrero de 2012

La emboscada


XXVII

Sabéis, me hubiera gustado/ llegar hasta el final/ de todos estos ajetreos/ con vosotros,/en medio de júbilo/ tan alto. Lo imagino/ y no quisiera marcharme./Pero lo sé, oscuramente/ me lo dice la sangre/ con su tímida voz,/que muy pronto/ quedare viudo del mundo”./   
Otto René Castillo

Todo fue tan rápido.  Tan intempestivo.  Estaban por llegar al borde del cerro cuando se dejaron escuchar las ráfagas. El capitán Leandro saltó hacía un lado, buscando salir de la línea de fuego.  Era el salto de un jaguar herido de muerte.

Atrás,  Merly y Pezarossi, heridos ambos, corrieron hacia abajo.  -¡Peza, me dieron!, gritó.  Iba herida en el vientre.  ¡Corramos!, le contestó el teniente, jalándola de un brazo, sin darse cuenta que un tiro había cruzado una de sus piernas, en la parte alta del muslo.

Llegaron al pie del cerro y se alejaron unos cien metros más de donde habían pasado la noche.  Merly se detuvo.   –Yo no puedo más.  ¡Andate Peza, sólo dejame mi fusil!. Pezarossi así lo hizo.  De quedarse con ella morirían los dos.  Empezó a sentir que la sangra caliente le corría por la pierna hasta la bota.

La tropa enemiga se detuvo unos minutos frente al cuerpo inerte de Leandro. El oficial kaibil se solazaba ante su victoria.  Luego ordenó que persiguieran a los otros.  Bajaron con precaución, para no ser objeto de un contraataque.  Merly se parapetó y afinó puntería.

Pezarossi se alejó unos 200 metros más, donde buscó cómo esconder su mochila y la de Merly; iba herido y con carga no llegaría muy lejos, además debía evadir al enemigo y buscar la manera de detener la sangre.

Fue ahí donde escuchó los disparos del arma de Merly y las ráfagas de galil. Siguió corriendo. Hasta alejarse lo más que pudo y esconderse.


Pancho, Silvio y Sitín estaban en sus posiciones, desde donde escucharon los disparos y de inmediato se percataron que el ataque había sido contra Leandro.  Encendieron sus radios.  No podían regresar pues estaban a más de 30 minutos de camino. El capitán no se reportó; tampoco Pezarossi ni Merly. Creyeron que los tres habían caído.  Pronto la zona estaría cubierta de militares e incluso periodistas.

En el campamento no escuchamos los disparos, estábamos lejos y con muchos cerros de por medio. Encendimos la radio. En la emisión noticiosa de las 7 de la mañana dieron la noticia, la que menos queríamos oír, la que más dolor me causó en 12 años de militancia.

Fueron publicados sus seudónimos y sus nombres legales. 

Leandro y Merly habían caído heroicamente; los sufriríamos y lloraríamos por mucho tiempo.   La muerte de cualquier compañero nos acongojaba y dolía en lo más profundo de nuestros corazones;   pero Leandro había sido un hermano, además de un jefe carismático.

Pezarossi no había caído, pero debía estar herido o tal vez habría muerto en el camino. Esperamos que apareciera al final de la tarde o al día siguiente; pero nada.   
Los días pasaban y perdíamos la esperanza de volverlo a ver con vida.

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