La guerrilla guatemalteca estaba integrada por una cantidad de efectivos alzados, un número similar de militantes que realizaban diversas tareas dentro y fuera del país, y una amplia base social, colaboradores y simpatizantes.
Corresponde referirme a esos héroes anónimos y anónimas, que realizaban actividades de apoyo logístico muchas veces sin portar un arma o movilizando decenas de fusiles, parque y explosivos en buzones de vehículos. Otros, trasladando material impreso, partes de guerra, comunicados unitarios, documentos de estudio, para las células revolucionarias en la capital o los departamentos. Algunos más llevando enfermos, medicinas o resguardando la vida y seguridad de la Comandancia.
Eran otra clase de guerreros. Aquellos que sabían que el más mínimo desliz los llevaría a la muerte, pero que enfrentaban su momento histórico como los grandes, sin siquiera darse cuenta de ello. Manejaban, eso sí, sus “mantos”, “pantallas” y “leyendas” al cien por ciento, pues de eso dependían sus vidas y las de quienes los acompañaban.
El compañero Miguel era parte de ese aparato de logística, al igual que Santos y Fredy; estuvieron inicialmente subordinados al Colocho, quien se encargó de construir y mantener una importante ruta entre Guatemala y México.
Miguel viajaba continuamente y en distinto tipo de automóviles, por toda Guatemala y parte de la República mexicana, pero su área de operaciones más permanente era la línea fronteriza. Tenía una ruta comercial y llevaba a las tiendas de la zona pedidos de jugos, galletas, latas y otros productos, según la demanda o requerimientos de sus clientes. Eran muy conocidos él y su ayudante Santos.
Al final del día, cerca del área que cubría el sargento Rubelio o unos 15 ó 20 kilómetros después, la del sargento Rufino, correspondían los contactos con la guerrilla. Una primera seña en la carretera daba pie a detener el vehículo, luego debían emitir una nueva seña y esperar una contraseña. Los guerrilleros salían de sus escondites, o simplemente se levantaban del lugar donde se habían mantenido por horas, a la espera del tren logístico. Procedían los saludos, los abrazos y las bromas. Otras puertas del camión se abrían.
Aunque ya eran conocidos en los pueblos, como comerciantes, era común que en esa zona fronteriza se establecieran puestos de vigilancia, policial, militar o federal; era entonces cuando se ponía a prueba la sangre fría de Miguel y de Santos. En ocasiones los elementos de seguridad los dejaban pasar, luego del saludo, la sonrisa o el comentario de los tenderos, sobre quienes eran. Pero algunas otras debían abrir el camión y dejarlos entrar a revisar la carga. En distintos momentos enfrentaron situaciones realmente difíciles, como aquella, cuando fue necesario llevar a simple vista, carpas y hamacas, porque no habían cabido en el buzón.
Los federales pidieron ver la carga, pero privó la actitud abierta y serena de Miguel, para que apenas vieran por encima y los dejaran ir. Su experiencia como artista y dramaturgo, profesión que debió abandonar por su militancia revolucionaria, aún le permitía solventar estos momentos.
Quizá la situación más difícil que tuvo que enfrentar Miguel fue en un viaje hacia el Distrito Federal, a donde viajaba en compañía de Santos y Fredy. Estaban acostumbrados a viajar continuamente hacia la frontera, hacia el DF o hacia distintos estados del sureste mexicano. Pero en esa ocasión estaban agotados y debían llegar con urgencia. Se turnaron el volante.
En un momento en que Fredy iba conduciendo un vehículo los embistió. El cansancio le impidió realizar una ágil maniobra. En un vertiginoso movimiento circular recibieron otro golpe del lado donde iba durmiendo Santos. Murió de inmediato. Fredy y Miguel resultaron con golpes menores.
Habíamos perdido a un valioso compañero. Santos había sido combatiente en el Frente Tecún Umán, en Chimaltenango, de donde era originario, pero tenía un extraño problema físico: los brazos se le salían de los hombros y le quedaban colgados. Esto lo había obligado a dejar la montaña.
Compañeros y compañeras como Miguel, Santos y Fredy, habían cientos y pasaban desapercibidos por puestos de vigilancia enemiga. Eran los otros héroes, los que ponían en riesgo su vida a diario y debían salir adelante con su intelecto y sabiduría; su voluntad de Vencer o Morir era determinante, tanto como su corazón y amor a la patria.