lunes, 9 de abril de 2012

La avioneta de las FAR


La capitana María podía ser la persona más radical de la guerrilla; firme, decidida y fría al tomar decisiones, resultado de su formación revolucionaria y del papel histórico que le correspondió impulsar como una de las primeras mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a la causa.

Era estratega y visionaria, por eso sus acciones iban encaminadas a contribuir al desarrollo de la guerra revolucionaria y popular.  Ella fue quien se encargó de construir el aparato de comunicaciones y años después quien motivó que esas comunicaciones se acoplaran al avance de la tecnología. También estuvo al frente del aparato de logística;  eran dos campos que necesitaban gente disciplinada y consecuente.

Para ello María se rodeó de compañeras y compañeros que pudieran no sólo secundar sus ideas, sino desarrollarlas.

Uno de ellos fue el “colocho”, un compañero que no sólo creía en las propuestas realistas de la capitana, sino aún más, compartía sus sueños y consideraba que éstos podían concretarse.

Una de esas brillantes ideas fue la posibilidad de realizar desembarques aéreos;  había condiciones operativas en México y contábamos con personal que podía prepararse en el pilotaje.  Designó al “colocho” para que se encargara de toda la coordinación; la avioneta ya había sido adquirida y se encontraba en Chiapas.

El “colocho” era el maestro del encubrimiento. Tan frío como capaz para llevar a feliz término “mantos”, “leyendas” y “pantallas”.

El primer piloto fue un colaborador de origen belga.  El uso que se daría a la avioneta era “turístico”, con visitas a zonas Mayas fronterizas.  Aeronáutica Civil debía conocer el destino y aprobarlo, para finalmente establecer el itinerario autorizado, el que coincidía con el tiempo de vuelo permitido.

Los tomó por sorpresa la urgencia de hacer llegar el primer cargamento.  El accionar militar debía intensificarse en los meses siguientes, como consecuencia de las condiciones político militares de la guerra.  Era necesario mostrar una correlación de fuerzas favorable y obtener un impacto mediático nacional e internacional.

El “colocho” realizó las coordinaciones correspondientes.  La fuerza guerrillera se encargó de limpiar una antigua pista de aterrizaje ubicada en plena selva, pero muy pocos sabían lo que se estaba preparando.

Había que redoblar las medidas de seguridad, la compartimentación de la información era vital.  Una filtración podría provocar, no sólo que el cargamento cayera y junto a él todo el equipo vinculado con el proceso, en México y Guatemala, sino que finalmente no se pudiera cumplir con la intensificación de las operaciones militares en la fecha acordada.

Sólo había tiempo para un viaje de prueba.

Aquel día que se subió a la avioneta con el belga y que sobrevolaron por la agreste selva petenera, el “colocho” sintió que no había límite y que podíamos lograr mucho más, su corazón voló a mucha mayor altura y lo hizo creer que el triunfo sería nuestro, más temprano que tarde.

Pasaron por el lugar acordado en el tiempo preciso e iniciaron el retorno. El “colocho” pidió al belga que dieran una vuelta más, selva adentro; quería seguir apreciando desde aquella altura, la inmensidad de la selva petenera, pero aún más…, quería seguir soñando. No fue posible, había que cumplir con el plan de vuelo.

El aterrizaje en el aeropuerto de Chiapas fue de película.   La avioneta se cargó hacia la derecha y pegó un primer golpe sobre las llantas, para cargarse ahora hacia la izquierda y dar un segundo golpe.  El colocho se agarró de lo que pudo, esperando que éstos no fueran sus últimos momentos.

En el tercer intento la avioneta asentó bien las llantas y se detuvo.  El belga, aunque parecía tranquilo, dijo: ¡puta, ojalá no me hayan visto, porque me quitan la licencia!.

El vuelo con el cargamento se llevó a cabo como estaba previsto, de forma exitosa.

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