“…y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.”
Ché Guevara
Como en muchos de los movimientos de liberación nacional de Latinoamérica, a Guatemala llegaron algunos combatientes internacionalistas, algunos de ellos para aprender de la histórica lucha guerrillera de este país y otros para trasladar sus conocimientos. No era una constante.
La lucha revolucionaria guatemalteca la iniciaron, condujeron y finalizaron, guatemaltecos y guatemaltecas, pero siempre se valoró el valioso aporte de aquellos, que sin ser originarios de estas tierras lo dieron todo, muchas veces hasta las últimas consecuencias.
Conocí en Petén al menos tres casos dignos de recordar.
Uno de ellos Patricio, un combatiente chileno, que se encargó de preparar a nuestros zapadores, a las tropas especiales; sin embargo se encontró con obreros y campesinos vueltos guerrilleros, muchos de ellos con cualidades natas, que ya habían realizado acciones de penetración y exploración en terrenos enemigos sin ser descubiertos.
Patricio estuvo unos seis meses en Petén, trasladó conocimientos básicos, necesarios para mejorar la calidad de nuestros elementos. Se fue satisfecho, de saber que gente como “Yegüita” y Belarmino, entre otros, podrían dar continuidad a la preparación militar especializada.
Tomás, el médico hondureño, llegó a conocer la experiencia guatemalteca; se enfrentó a las difíciles condiciones de la selva petenera, a la falta de comida, a la lluvia intensa de esta zona, pero también a la carencia de agua. Sin embargo era un revolucionario que amaba a su país y creía en la revolución centroamericana. Era un intelectual. Aportó los conocimientos en su campo e incluso hizo un estudio sobre la personalidad de un oficial, que podía generar conflicto, lo que finalmente se comprobó en la práctica.
Regresó a su tierra; le perdimos la pista.
Un caso interesante fue el de tres españoles que llegaron para unirse a la tropa guerrillera. Eran muy altos, uno de ellos, Fernando, mediría casi los 2 metros.
A los tres se les asignaron armas, Gabino y Manolo recibieron viejas carabinas; a Fernando, por ser el más alto se le asignó “la Chabela”, una escopetona de casi metro y medio de largo.
Los primeros días se les veía como soldados ingleses, siempre con el arma al pecho, en posición de “porten armas”, viendo hacia los lados, como esperando que apareciera un soldado enemigo y acabarlo de inmediato.
Rápidamente se cansaron de la pose y empezaron a sufrir por comida. Fue su Talón de Aquiles, además de las caminatas en la selva cerrada. Posiblemente por su altura, Fernando necesitaba más alimento; era quien más sufría. Con su característico acento español decía: -¡hombre, que si he de morir, prefiero que sea de un tiro y no de hambre! ¡Matadme, matadme!.
A las pocas semanas sus barbas crecieron y se veían sucios y desgarbados; sus pantalones de lona rotos por la zarza.
Los llevaron a traer maíz y la sonrisa de Fernando iluminó nuevamente su cara. -¡que cazaremos un venao!, decía y sus ojos brillaban de alegría.
Pero el encargado de la patrulla logística tenía la orden de no disparar; existía la posibilidad de que la tropa enemiga anduviera cerca.
El pobre Fernando, por ser el más grande, recibió la carga más pesada; era el resultado de un “análisis” frío y cuadrado que continuamente ocasionaba problemas, pues no siempre una persona grande tenía condiciones físicas para ello.
De regreso llegaron despotricando: ¡sois unos mulos!, ¡sois unos mulos!, decían, doblados por la carga.
En los últimos días de su estancia perdieron su porte militar. El arma ya no cruzaba sus pechos. La tomaban con una mano y la cargaban en sus hombros, como si fuese un madero.
El día que llego el vehículo a recogerlos pasó por la seña sin detenerse y fue necesario tomar por la fuerza a Fernando, pues quiso salir corriendo ¡joder, que se nos va, que se nos va!, gritaba. Tanta era su ansiedad por salir de aquel martirio.
De otros combatientes internacionalistas pocos nos dimos cuenta. Eran aquellos que se integraron a la fuerza sin chistar y regaron nuestra tierra con su valiosa sangre; El “sapito”, de origen salvadoreño; “manito”, el político mexicano o “Ponchito”, el educador colombiano, entre otros.
Para ellos y ellas un tributo al internacionalismo proletario.
jajajaja don Luisito me mató de la risa leer como cuenta lo de los españoles jajajajajajaja usted es un excelente escritor
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