martes, 17 de julio de 2012

El Tío Rico


En los primeros años de mi vida, en 1966, llegó a mi un personaje muy querido. En ese entonces un desconocido, que simplemente llamó la atención de un grupo de niños por su carisma y su actitud ante la vida.  Para entonces una amiga muy cercana de mi familia colaboraba con las Fuerzas Armadas Rebeldes. De ahí este grato recuerdo.

Doña Amelia vivía a unas tres casas de la nuestra y todos los días llegábamos a visitarla. Era una casona antigua, con amplios corredores, tres patios y muchas habitaciones. Sus pisos resplandecían por el brillo del trapeador.

Nosotros recién habíamos llegado procedentes de Huehuetenango y hasta ahí conocimos la televisión. Nos metíamos debajo de una mesa de cedro, desde donde veíamos callados las caricaturas.

El comandante Luis Augusto Turcios Lima llegaba muy seguido a esa casa. Sostenía reuniones, planificaba acciones o simplemente charlaba, tomaba una taza de café y se iba.

Quizá mi memoria no llegue a tanto y simplemente haya hecho míos los rumores e historias que me trasladaron amigos y parientes.  Lo cierto es que, como un lejano recuerdo veo la imagen borrosa de un hombre muy alto y delgado, que me cargó más de una vez en sus hombros.  Era el “Tío Rico”, el Comandante Turcios Lima.  Doña Amelia nos había pedido llamarlo así para no decir su nombre.

En esos días, ya con Julio César Méndez Montenegro en el gobierno, se intensificó la búsqueda de la dirigencia guerrillera y eran constantes los operativos en los que el ejército cerraba calles y allanaba casas, con el objetivo de encontrar gente armada, pruebas  o, en el mejor de los casos, capturar a uno de los líderes de la insurgencia.

Una tarde, en la que coincidentemente el “Tío Rico” estaba de paso, entró asustado don Antonio, hermano de doña Amelia.  Cuando vio al comandante se puso más pálido todavía, temblaba y con voz entrecortada por el miedo les dijo: ¡Nos van a joder, el ejército tiene rodeada toda la manzana, tiene que irse!.

La posibilidad de que los militares supieran que el Comandante Turcios estaba ahí era muy remota, pero el riesgo que entraran y lo encontraran era inminente.  El jefe guerrillero no se inmutó. Era un hombre de acciones y decisiones rápidas.  Colocó una escalera y subió al techo, donde estuvo escondido hasta que pudo brincar y huir por una calle aledaña.

El día en que murió pasó antes a la casa de doña Amelia, no entró y no dijo a dónde iba.  No lo decía, eran medidas de seguridad.

Al día siguiente fue la bomba noticiosa: Turcios Lima había muerto en un accidente de tránsito.

Las personas que lo conocía no daban crédito a lo ocurrido.  Sabían que era impulsivo y que le gustaba correr en su vehículo, pero era intrépido y antes que el carro ardiera en llamas habría buscado la manera de salir.  Cuentan que posiblemente fue así, pues la puerta del piloto tenía un tiro desde adentro

Esa memoria colectiva, que hice propia, marcó mi vida y motivó de alguna manera mi posterior participación en el movimiento revolucionario guatemalteco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario