martes, 31 de julio de 2012

El comandante Ruiz


Manejaba con velocidad moderada, como siempre… y como siempre su vista se fijaba con regularidad en el retrovisor central de su vehículo; un reflejo de la vieja costumbre de “chequearse y contrachequearse”, tan valiosa ahora, como antes, para resguardar la vida.

Los autos adelante disminuyeron velocidad y antes de hacer lo mismo su mirada volvió a posarse en el espejo, logrando percatarse que un viejo sedán oscuro, de vidrios polarizados se dirigía muy rápido hacia él y no mostraba intenciones de frenar. La reacción debió ser en fracción de segundos. Sin pensarlo, simplemente una actitud de sobrevivencia, natural se podría decir, en alguien que la mayor parte de su vida estuvo en el filo de la navaja.

Un rápido timonazo lo sacó del área de colisión y pudo librarse nuevamente del peligro.

En la guerrilla guatemalteca hubo personajes que dejaron huella desde los inicios del conflicto armado, hasta el final, con la firma de la paz.  Uno de ellos fue el comandante Ruiz; el “chino”, perseguido incansablemente por los organismos nacionales de seguridad. Su actitud temeraria en la guerrilla urbana, en los primeros años del conflicto armado, le habían dado una fama, de la que tiempo después, con la madurez de los años, se quería librar.

A finales de los sesenta un comando guerrillero, liderado por el “chino”, se encontraban en una casa de la zona 3 capitalina, muy cerca de un barranco. Habían sido descubiertos y fueron advertidos del riesgo que corrían si permanecían ahí.

Pero la reacción del jefe fue contra la lógica y decidió que se quedarían y harían frente a lo que viniera.  Colocaron explosivos en unas macetas, ventanas y en la puerta de entrada a la casa.  El enfrentamiento fue de los más sonados en aquellos años; las detonaciones se escucharon a varias cuadras a la redonda, así como el combate, que duró casi una hora. Con varios heridos y al menos dos muertos, “el chino Ruiz” logró poner en marcha en plan de retirada. Conocían muy bien las veredas y escondrijos del barranco.

Hubo en esa época un jefe judicial de apellido Caravantes que se dio a la tarea oficiosa de perseguirlos; al comandante Luis Augusto Turcios Lima lo tenía en la mira, lo conocía y sabía cómo y por dónde se movía, aunque en algunas ocasiones fueron más bien coincidencias que pusieron en peligro la vida del máximo líder de las FAR.

Como aquella que narra un libro biográfico del comandante Turcios Lima, cuando se estacionó a echar combustible en una gasolinera de la zona 4, muy cerca del mercado de la Terminal de buses y en la bomba vecina estaba el propio Caravantes. Ambos se vieron a los ojos, reconociéndose en el acto; sacaron sus armas y dispararon. El comandante resultó herido levemente en una mano y corrió hacia la Terminal.  Atrás de él Caravantes gritaba:  ¡agarren al ladrón!, ¡agarren al ladrón!.   La multitud, en el mercado, trató de cerrarle el paso al comandante, creyendo que era un delincuente.  Pero Turcios Lima también gritó: “¡Vivan las Fuerzas Armadas Rebeldes!, ¡A vencer o morir por Guatemala, la Revolución y el Socialismo!. Las personas le abrieran paso e impidieran que Caravantes pudiera darle alcance.

A principios de los setenta, tiempo después del fallecimiento de Luis Augusto Turcios Lima, Caravantes se encontró con “el chino Ruiz”, en las cercanías de la 18 calle de la zona 1, un área comercial muy concurrida de la capital guatemalteca.

Caravantes identificó a Ruiz y lo siguió, pero también el comandante había notado su presencia y cambió de calle, para evadirlo y evitar un enfrentamiento, pero en ese preciso momento escuchó: “¡chinoooo!”.  Con un ligero movimiento sacó su arma, la montó con una mano sobre el cinturón y se dejó caer de espaldas sobre su eje, de manera que al estar en el suelo ya se encontraba en posición de tiro hacia su objetivo, fuera de la línea de fuego del enemigo.  El judicial disparó, pero Ruiz ya no estaba en el mismo punto. Otro disparo hirió de muerte a Caravantes.

 Hablar del comandante Ruiz, es hablar de la guerrilla urbana, de métodos conspirativos, de mantos, leyendas y disfraces, de operativos y operaciones militares; de estratagemas. Ruiz adquirió mucha experiencia; de su inicio, con enfrentamientos temerarios hasta operaciones cuidadosamente planificadas y exitosas. Con la madurez se convirtió en un estratega.

Como guerrillero en la selva petenera también tuvo épocas destacadas; desde la histórica toma del Parque Nacional Tikal, hasta la conducción de la Fuerza Principal, como jefe de operaciones del Estado Mayor de las FAR. 


Ese era Ruiz, querido por muchos, odiado por pocos.

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