Un zancudo
en la cresta
Luego de
largas horas de caminata en la selva petenera, los diez minutos de descanso
eran muy valorados y esperados, cada vez con más ahínco. Muchos buscaban con
afán un lugar donde sentarse, cortaban algunas hojas o sacaban de su mochila un pedazo de nylon y lo
tendían en el monte, para evitar que se les subieran “coloradillas” o cualquier
otra clase de bicho.
En una
ocasión, Camilo colocó su pesada mochila como respaldo y se tendió exhausto.
Sudaba copiosamente. Rodriga, de pié
junto a él lo alertó con su naturalidad ingenuidad: -¡Camilo, tenés un zancudo en la cresta! El compañero, instintivamente golpeó con la
palma de su mano la parte superior de su frente.
De inmediato, el resto de combatientes y
oficiales que se encontraban alrededor, soltaron una carcajada.
El compa “Tavarich”
Tavarich era un compañero de ascendencia Kaqchikel, originario de Chimaltenango, quizá
el que más años tenía en el equipo de seguridad del comandante en jefe;
generalmente callado y sonriente; siempre estaba en lo suyo.
Casi todos
los días los comisarios políticos de cada escuadra guerrillera se reunían con
los combatientes, para darles charlas, discutir o estudiar algún documento,
pero cuando el comandante en jefe estaba en el frente había que aprovechar su
presencia y escuchar sus análisis y orientaciones, en la mayoría de ocasiones
después de las seis de la tarde.
Una de esas
veces todos escuchábamos detenidamente al comandante, que disertaba sobre las
condiciones del movimiento popular, los avances de la unidad con las organizaciones
hermanas y las acciones intervencionistas de los Estados Unidos contra la joven
Revolución Sandinista. Nadie interrumpía. Los compañeros que regresaban de cocina o de posta esperaban el momento
oportuno: ¡solicito permiso para incorporarme!, ¡incorpórese compañero,
compañera!, y volvía la atención y el ceremonioso respeto. Los análisis del comandante en jefe en esas
oportunidades eran alimento político-ideológico.
Todo iba
bien hasta que se dejó escuchar un sonoro tortazo y el grito: ¡Tavarich!. El comandante dejó de hablar y alumbró con su
linterna hacia el lugar donde se generaba el incidente. La compañera Sandra, visiblemente molesta tenía los brazos cruzados y la mirada hacia un lado. Tavarich, junto a ella, sobándose la mejía sólo atinó a decir: ¡es que se me cayó la linterna,
comandante y la estaba buscando!.
La charla
política continuó su curso y Tavarich tuvo que hacer una noche de posta
imaginaria.
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