Así son ellos, ganados para el
pueblo
Así surge la eternidad del ejemplo…
Otto
René Castillo
La vida está llena de momentos. Situaciones que
se presentan, se quedan para siempre, o simplemente pasan desapercibidas; pero
más que momentos, la vida nos ofrece la oportunidad de subirnos al tren de la
historia, bajarnos de ese tren, o nunca abordarlo. Tan sencillo y complicado a
la vez.
En el momento histórico que tocó vivir a la
juventud guatemalteca en los años 80 tomar esa decisión implicaba vida o
muerte, pero poco importaba, si era un paso consciente y si al final de cuentas
derramar la sangre contribuiría a alcanzar “la victoria final”.
En el año 82 continúe la educación básica en
Nicaragua, en el Instituto “Rigoberto López Pérez”, nombre de aquel heroico sandinista
que cumplió con la tarea de ajusticiar al tirano, Anastasio Somoza García, aún
a costa de su propia vida.
Fue entonces que conocí a un grupo de jóvenes
guatemaltecos, casi adolescentes todos, que también estudiaban en ese
instituto; se percibía en ellos la llama revolucionaria, el deseo de aportar a
los cambios que se gestaban en la Nueva Nicaragua y, con bajo perfil,
prepararse para regresar a Guatemala y dar lo mejor de ellos para lograr el
triunfo revolucionario en el país.
Camilo, Paty, Fito, Miguel; Nora, Rogelia, el
Chino y Maca; fue mi primer encuentro con ellos y durante algún tiempo
guardamos distancia, había que mantener la “compartimentación”; desconocíamos
si eran “volcanes”, “egipcios”, “farosos”, o tal vez “reyes magos”, que eran
los sobrenombres que comúnmente utilizábamos los mismos militantes, para
referirnos a alguna de las organizaciones hermanas.
Había en aquella casa de estudios valiosos
jóvenes nicaragüenses, dedicados al deporte, a las artes, la música y la
dramaturgia, pero más aún, entregados en cuerpo y alma a la defensa de la
Revolución. Ellos irían a donde los
mandaran, guardarían las fronteras de la patria, combatirían valerosamente como
soldados de los Batallones de Lucha Irregular o abrirían trincheras y
defenderían a sus comunidades, como milicianos; muchos más, con lápiz y
cuaderno en mano, habían tenido la oportunidad de concluir con éxito la Cruzada
Nacional de Alfabetización.
¿Cuántos de esos jóvenes cayeron todavía en
distintos frentes de lucha?, cientos, miles.
Fue la tarde de un sábado que el “Flaco” y Ana
María me llevaron a conocer a unos amigos guatemaltecos, indisciplina aquella
de la que me hicieron gustoso cómplice. Conocí entonces a Tito Medina y reconocí
a Miguel y a Fito; fue una velada inolvidable, en la que pudimos
escuchar los ensayos de un naciente “Kin Lalat”. Todos rebosantes de alegría y
hermandad.
Las medidas de seguridad no nos permitirían
volver a tener otro encuentro similar; además, pronto iniciarían giras
internacionales y sus canciones se
convertirían en un símbolo de la lucha guatemalteca: “Florecerás Guatemala”;
“Pueblo Quiché”; “Amante alzado”.
En el campo y la ciudad sonaba clandestinamente
el mensaje de lucha y de protesta de Kin Lalat y muchos jóvenes tomaron
conciencia a través de sus canciones; en la montaña fortalecía la moral
revolucionaria.
El aporte de este grupo guatemalteco fue
fundamental en aquellos años, para que los ojos de la comunidad internacional
se posaran sobre este país centroamericano y se detuviera el derramamiento de
sangre; los grupos de solidaridad con Guatemala proliferaron.
Kin Lalat hizo historia; Tito sigue haciendo
música y construyendo patria.
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