Cuando
escribí sobre los Martínez señalé sobre lo numerosa que era esta familia (y aún
lo es), al igual que la de los Figueroa y otras. Eran tanto los integrantes de
estos grupos familiares, la mayoría luchadores revolucionarios, que más de uno he debido olvidar, pero luego de rememorar con los mismos actores, he
recordado. Cabe entonces recapitular y, en honor a su aporte en la gesta
revolucionaria, retomar sus nombres y rendirles en este espacio, un pequeño
homenaje.
El
subteniente Rudy era el penúltimo de los Martínez, pero contradictoriamente uno
de los primeros que se incorporó al movimiento revolucionario. Él y su hermano
menor establecieron contacto con la guerrilla, entre 1975 y 1976; su primer
responsable fue “Delfino”, con quien conformaron grupos de milicianos. Delfino
logró organizar unas 17 células en los alrededores de Melchor de Mencos, la aldea
Las Viñas y parte de Santa Ana. Cada célula estaba integrada por seis personas.
En
1978 los nombres de varios integrantes de la familia Martínez aparecieron en un
listado de la denominada “Mano blanca”, uno de varios escuadrones de la
muerte que surgieron en el país en aquellos años. La organización decidió que
los compañeros y compañeras que ya se habían “quemado”, se trasladaran a otra
zona. Fue así que se dispuso que los Martínez se reubicaran en el otro extremo
del departamento, ahora en las cercanías de la frontera con México.
Para
1981 la consolidación de la fuerza guerrillera en Petén se convirtió en una
tarea estratégica; la comandancia logró integrar la columna guerrillera “Luis
Augusto Turcios Lima” con fusiles M-16 y uno de sus mejores jefes, sin embargo
hubo factores que minaron la moral de la tropa y algunos de ellos desertaron.
Por
aquellos días se conformó el pelotón Abel Mijangos, al mando del Teniente
Sandokán y algunos de los combatientes con alto nivel revolucionario
prefirieron cambiar de mando, entre ellos Rudy, que a pesar de las condiciones
y vejámenes a los que se enfrentó, nunca perdió la proyección, la moral, la
perspectiva revolucionaria.
En
una ocasión, en el año 82, el Teniente Sandokán los envió a sacar miel al
apiario de un compañero, cercano a la aldea Josefinos. El objetivo del Teniente
era guardar la miel en ánforas y dejarla embuzonada; sabía que este preciado
néctar no se descomponía y era necesario tener provisiones para el futuro.
Belarmino
se quedó de posta; prefería detectar un probable ataque enemigo que enfrentarse
a las abejas, mientras que el resto de compañeros se fueron a castrar. En eso
estaban cuando el ejército ingresó al área entre la posta y el apiario que se
encontraba en un descampado, a unos cien metros de la montaña. En los
alrededores había zarza, de un tipo conocido como cola de iguana que tenía tres
líneas de espinas con gancho, que no sólo podía hacer trisas la ropa, sino que
arrancaba literalmente la piel.
Desde
la posta Belarmino vio pasar un pantalón camuflado debajo de las cajas, que
tenían al menos un metro de altura; sabía que la mayoría de compañeros tenían
en esos momentos uniformes de color caqui, que habían sido donados por un
compañero que trabajaba en combate a la Malaria, pero no se animó a disparar. A como pudo rodó hacia donde se
encontraba el compa René, que tenía la mala costumbre de hablar a gritos. Belarmino le hacía señas, asustado, para
viera si había un militar a su lado.
Como era de esperarse René
gritó: ¡qué jue'putas pasa! y el soldado se tiró a tierra. Fue entonces que
empezó el traqueteo. Unos y otros disparaban mientras se desplazaban entre la maleza.
Los compañeros reculaban hacia el zarzal. Era la única salida, en tanto Belarmino mantenía su posición. Con su carabina M2 trataba de apuntar hacia la posición enemiga. Ellos, en cambio, le concentraron fuego.
Rudy
y Arturo regresaron a buscarlo y le gritaron que se retirara, pero el fuego
enemigo casi rozaba su cabeza; Rudy se acercó casi a la par de Belarmino, para
cubrirlo y lograr que saliera de ahí. Del otro lado del zarzal ya nadie les dio seguimiento.
Rudy,
además de ser un gran combatiente, era autodidacta; aprendió mucho de los
libros que con dificultades llevaba en su mochila; llegó a tener una visión
política superior a la de muchos otros oficiales y asumió el rol de comisario
político. Portaba además un radio de transistores en el que escuchaba todos los
días, de forma disciplinada, las distintas emisiones del radionoticiero “Guatemala
Flash”.
El
subteniente Rudy, de baja estatura, pero de muy alta calidad y moral
revolucionarias, se ganó un lugar en la guerrilla, pero principalmente el
respeto y aprecio de las compañeras y compañeros con quienes combatió.
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