“Compa… yo ya me voy a ir... quiero que sepan que estoy orgulloso de
ustedes... no se detengan…, la lucha debe continuar…”.
Con
esas palabras se le iba la vida, en febrero de 1982, a un joven oficial de 24
años: el teniente Sandokán, jefe del pelotón “Abel Mijangos” en el Regional
Norte “Capítán Androcles Hernández”. Luego de concluir una campaña de
operaciones que él mismo planificó y ejecutó, el campamento guerrillero donde
se encontraba fue descubierto por las fuerzas castrenses. Como había sido toda
su vida militar, de ejemplo y de vanguardia, no se retiró con los primeros
tiros, se quedó junto a su tropa, para garantizar que todos vivieran. Una bala enemiga
llevaba su nombre.
En
1967 otros jóvenes oficiales de las FAR incursionaron en Petén con el objetivo
de construir un bastión guerrillero; aquella aldea, que los compañeros
denominaron en aquel momento como “Plaguitas”, por la interminable plaga de
mosquitos que tenía, era La Nueva Libertad, comunidad en la que nueve años antes nació Sandokán.
Sandokán
llevaba en la sangre, no solo el color, que lo identificaba con la lucha, sino
la herencia de sus ancestros y el legado de aquellos oficiales de la vanguardia
de las FAR, que también regaron con con sangre aquella zona petenera,
Androcles Hernández, Lucio Ramírez, Herbert, Raúl Orantes, Abel Mijangos, Antonio Guamuch…
Quizá
por la mente de Sandokán pasó en algún momento de su niñez el deseo de ser como muchos
campesinos; tener una pequeña parcela, aportar a su familia y a su comunidad y
seguramente construir su propio hogar… pero otro sería su futuro.
El
contexto político social cambió su vida; el movimiento revolucionario ampliaba
sus áreas de operaciones. En aldeas y caseríos crecían las células
organizativas y el ejército reaccionaba con violencia; asesinaba a los
potenciales líderes y a sus familias,
además de reclutar de forma masiva a los adolescentes, para incorporarlos a sus
filas.
Muy
pronto, el joven soñador debió salir de su natal aldea La Nueva Libertad e irse
a la montaña con los compañeros, donde tomó el nombre de Sandokán. Con el
correr del tiempo, relativamente poco, obtuvo el grado militar de Teniente.
Sandokán
integró el primer grupo de combatientes que recibió un curso de oficiales, en
el que mostró disciplina, capacidad e integridad revolucionaria.
No
todo era perfección, por supuesto. Cuentan que en aquellos días de estricta
disciplina, en la escuela de oficiales, a algún travieso guerrillero se le
ocurrió escribir en uno de los baños: “aquí se caga hasta el más valiente”; una
frase que literalmente contenía una verdad absoluta, pero que en el fondo
llevaba un doble sentido.
Al
darse cuenta del hecho, los oficiales instructores reunieron de inmediato a
todos los guerrilleros que recibían el curso y que estaban ahí en
calidad de reclutas. Pidieron que de inmediato dijeran quién había hecho el
famoso escrito, para que fuera sancionado con la rigidez del caso, de lo
contrario todos recibirían la misma sanción, pero nadie dijo nada. Algunos, que no veían en aquello más que una broma, aceptaron la sanción como propia, otros, los menos, deseaban descubrir quién había sido el gracioso, para darle un escarmiento. Nunca lo supieron.
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