“De la montaña vendrán, mil campesinos con justa razón…”
La
operación en Sayaxché tenía al menos dos importantes objetivos. El primero,
hacer presencia en una cabecera municipal y lograr la movilización del ejército
a la selva, donde sería más factible colocar emboscadas; el segundo, recuperar armas y vituallas, y en consecuencia elevar la moral de las y los combatientes.
El
pelotón Abel Mijangos solo tenía en ese momento tres fusiles G3, de los que
había recuperado el capitán Androcles Hernández en la emboscada de Yaltutú y
dos M16; los demás eran rifles e incluso escopetas hechizas, a algunas se les
desprendía el cañón con cada tiro y era necesario arreglarlas. Había una escopeta
histórica, una 410 belga, que tenía un tubo largo de aluminio; era tan vieja
que se le había colocado una gota de plomo, como punto mira y el percutor era
un clavo que se jalaba con un hilo de pescar.
En
la toma del destacamento de la Guardia de Hacienda, en Sayaxché, la 410 la
llevaba el sargento Walter, que entró junto a Sandokán, al frente. La actitud
del jefe impregnaba fuerza y valentía en el resto de la tropa.
La
operación fue exitosa; no hubo bajas y se recuperaron al menos 17 carabinas M1,
pistolas 38 y uniformes.
El
ejército reaccionó e inició la persecución; pero cuando estaba cerca del grupo
guerrillero se detuvo, al considerar que estaban en una posición de
debilidad. La población rumoreaba que era una columna de más de 300 guerrilleros;
que el jefe era un hombre alto y barbado, que seguramente era europeo y que
además iban cubanos, argentinos y chilenos. Nada más alejado de la verdad.
A
finales del 81 Sandokán y su tropa se tomaron un descanso, en los alrededores de
la aldea Nueva Libertad; su terruño querido. En otras comunidades empezaban las
masacres del ejército. El Teniente decidió planificar una emboscada en las
cercanías de los destacamentos de El Subín y Sayaxhcé.
Ese
día se tuvo información que el ejército se estaba movilizando en dos camiones
que cargaban maíz, con el fin de no llamar la atención y evitar ser atacados.
Sandokán colocó a un pequeño grupo de combatientes en el cruce del Subín, con
la orden de dejarse ver y enviar un mensaje al ejército en el que se indicaba
que ahí los estaban esperando. El enemigo intentaría aniquilar a ese pequeño
grupo insurgente y para ello irían en los dos camiones civiles.
Sin
embargo la emboscada había sido colocada a unos 300 metros de la aldea donde se
encontraban los soldados; cuando ingresaron al área de la acción fue detonada
una mina 30, que volcó completamente a uno de los camiones y de inmediato
inició el fuego de la fusilería. Era la guerra, el olor a pólvora y a muerte.
El
teniente ordenó la retirada para no poner en riesgo a su gente. A pesar que había
armas y cuerpos regados por todos lados, los soldados del otro camión hacían
resistencia. Habían sufrido un número considerable de bajas, mientras que en la
tropa guerrillera se reportaba un compañero con una herida superficial.
Sadokán mantenía al pelotón en las cercanías de El Subín,
Sayaxché, Bethel y el Naranjo; pero cada vez era más peligroso permanecer en el
área. El ejército capturó a un desertor, que fue
forzado a entregar todo lo que conocía: buzones y campamentos.
Ese
día Sandokán escuchaba el parte de una patrulla que había salido a revisar
algunos buzones que aún quedaban. Terminó de recibir la información y llamaron
a comer; había arroz y frijoles, un gran platillo en ese momento.
Comían
todos tranquilos cuando se escuchó un tiro y luego una detonación más fuerte.
Ya nos cayeron estos cabrones, dijo el Teniente, en el mismo momento en que mandó
a formar filas.
Sandokán
se llevó a tres compañeros hacia el punto de la posta; su objetivo era rescata
al compañero que se encontraba en aquel lugar.
Gary
y otros combatientes permanecían en sus posiciones de fuego. En un claro que
tenía enfrente apareció un soldado al que aniquiló de inmediato. Otro, que iba
atrás gritó ¡cayó uno!, ¡cayó uno!, pero también cayó, por las balas
guerrilleras.
En
esa posición se mantuvieron Gary y Belarmino.
A los pocos minutos apareció el compañero Fidel, también conocido como “el
Chante”. Agitado y nervioso les dijo: ¡mucha,
retírense!, ¡hirieron a Sandokán! Todo cambió en aquel momento. La prioridad era
salvar la vida del jefe.
Roberto,
el Chante y Gary sacaron a Sandokán, mientras que Belarmino, el Wilo y Adrián
se quedaron conteniendo al enemigo.
Posteriormente se dirigieron al lugar acordado, como a una hora de
camino. La herida que tenía el Teniente era grave. Había ingresado por el
hombro, pero de una bala de Galil se podía esperar cualquier cosa. Es un tiro
diseñado para cambiar de trayectoria al tocar con una superficie dura.
La
situación era delicada y había que ir a buscar urgentemente medicamentos para
curar al jefe. Maximiliano, el segundo de Sandokán, pidió voluntarios para
aquella tarea. Jaime “la Yegüita” fue el primero y Gary de inmediato dijo que
él también iba.
Debían
entrar a la aldea Las Cruces, con ropa civil, sólo portando pistolas y
granadas, y pasar en medio de los comandos. No pudieron entrar esa noche. El
ejército tenía copadas las entradas.
Muy
temprano pudieron meterse, disfrazados entre un grupo de campesinos. Gary fue a
la farmacia de un conocido e inventó que un familiar suyo se había herido un en
la montaña y no podía moverse. Iniciaron el regreso nuevamente y cuando se
acercaban al campamento, donde habían dejado a Sandokán escucharon otro combate…
Unas 12 horas después de haber acampado en aquel lugar y que Jaime y Gary salieron en
busca de medicina se le apagaba la vida a Sandokán. Rudy llegó donde estaban
Wilo, el Chante, Aroldo y Belarmino y les dijo: Compas, Sandokán quiere
hablarles.
Era el momento más triste que vivieron muchos de ellos. Fue entonces que les
dijo: Compas, yo ya me voy a ir, pero quiero que sepan que estoy orgulloso de
ustedes, por favor, sigan adelante, la lucha no debe detenerse.
Aquellos
duros guerrilleros se quebraron con esas palabras. Sabían que tenían a un gran
hombre enfrente, que se estaba muriendo y que aún así les quería inyectar valor
y confianza en la lucha y en el proyecto revolucionario. Algunos de ellos no
pudieron hablar; un nudo en sus gargantas les impedía decir cualquier cosa.
Sandokán eligió su nombre del protagonista de una serie de noveles de aventuras escritas por el italiano Emilio Salgari. |
A
eso de las 5.30 de la mañana uno de los compañeros del servicio médico les
llevó la noticia: Sandokán acababa de morir.
Salieron
todos con el deseo de encontrarse con el ejército y morir combatiendo.
Pero la mejor decisión que encontraron fue retirarse de ahí y buscar el mejor sitio para depositar el cuerpo del teniente. Fue en un lugar entre el Subín y
las Cruces, donde enterraron sus restos.