En 1988 vivimos
en Tepoztlán, un pueblo mágico del estado de Morelos, al sur de la ciudad de
México. Tepoztlán es famoso por su pirámide azteca, ubicada en la parte más
alta de un cerro, por sus artesanías, por su mercado y deliciosa comida típica
mexicana, por su gente, calurosa y solidaria. En 1989 nació mi hijo, en ese
bello lugar.
Era una casa
rentada por la organización, con una visión estratégica, pues ahí teníamos
montado un centro de comunicaciones de las FAR, además de que por su ubicación
y características era excelente para reuniones de la comandancia general.
Durante el tiempo
que estuvimos allí me tocaba viajar a diario a la ciudad de México, como parte
de la pantalla: éramos una pareja joven y, como era común, la mujer se quedaba
en casa y el hombre salía a trabajar. Debía viajar en bus hora y media a la
Ciudad de México, de la terminal de Tepoztlán hacia la terminal sur, en
Taxqueña, desde donde me desplazaba en metro a los contactos o tareas
requeridas.
Leí varios libros
durante los tiempos muertos en el bus o en algún parque o lugar que prestara
condiciones de seguridad.
La capitana
María, a quien siempre llamamos Capitán María, pues para entonces la identidad
de género en el lenguaje no había evolucionado tanto como ahora, llegaba
seguido a vernos; era como una madre para nosotros o como una hermana mayor,
además mi compañera estaba embarazada y había tenido una amenaza de aborto y
María estaba pendiente de cualquier detalle.
En esos días
llegó la “Flaca”, encargada de comunicaciones de la región central, con quien
debíamos elaborar un plan de comunicaciones acorde a las necesidades del
momento, ponernos de acuerdo en horarios y claves de emergencia. La “Flaca”
jodía hasta por los codos, pero además de ser sincera, alegre y natural, era una
revolucionaria integra, dispuesta a enfrentar lo que fuera, aún en las peores
condiciones.
En el ir y venir
diario a la Ciudad de México, producto del ocio y jodedera, sumados a la
mentalidad conspirativa y de seguridad que siempre debíamos tener, se me
ocurrió hacerle la siguiente broma a la “Flaca”:
“Iba en el bus,
sentado en el pasillo, leyendo como siempre, sin quedar totalmente ajeno a lo
que sucedía en mi entorno. Todo parecía normal, a no ser por una señora un poco
enigmática, vestida de negro, guantes y una especie de sombrero en la cabeza,
que viajaba del lado de la ventanilla, en el asiento donde yo iba.
Leía tranquilo,
hasta que unos veinte minutos después la señora me abordó: — ¿Va para el
Distrito? Por seguridad evitábamos entablar conversaciones muy largas con
desconocidos, por lo que solo recibió un sí cortés como respuesta, que le
provocó una sonrisa. Traté de refugiarme en la lectura, pero la desconocida
insistió, esta vez logrando mi total atención: — Yo lo conozco. La vi
fijamente, como tratando de identificar a alguna conocida y solo atine a decir:
— ¿Disculpe?
La desconocida se
puso seria y continuó: — Usted tiene 24 años; su esposa 20; está embarazada y
viven en Tepoztlán. Me empecé a preocupar; trataba de encontrar alguna razón
lógica, pero nunca había visto a la mujer.
— No se preocupe,
dijo. Al ver mi rostro pálido y desencajado. — Lo que pasa es que soy adivina.
Si antes me había preocupado, con esta conclusión todas mis alarmas internas se
activaron. Era obvio que me encontraba ante un problema de seguridad. — Es
cierto, dijo. — ¿Y sabe qué?, usted en su otra vida fue gato.
Entonces solté
una carcajada nerviosa. — No se ría, tengo pruebas. Usted nació en el año del
dragón, según el horóscopo chino. Además tiene una seña que comprueba lo que le
digo. — No le creo, ya lo la habría notado, dije, dándomelas de muy escéptico.
— Pero es así. Usted tiene una pequeña cola en la nuca.Como no queriendo
la cosa, llevé suavemente mi mano atrás de la cabeza y con cuidado toqué…”
Hasta ese momento
el ambiente generado por el riesgo de seguridad y lo raro de la situación era
evidente. La “Flaca” fue la primera víctima: — ¿De verdad vos? — Sí, tocá, le
dije. Yo usaba una correa especial para que mis lentes no cayeran al piso a la
hora de botarlos involuntariamente y para que no se vieran como de viejita le
hacía unos nudos corredizos que me ayudaban a mantenerlos fijos, pero entre el
pelo me quedaba una forma de colita. La “Flaca” con nerviosismo llevó su mano
detrás de mi espalda y al tocar la supuesta cola dije fuerte ¡ahí está! seguido
de una carcajada. La “Flaca” al darse cuenta del engaño gritó: “!cerote!”.
María y Susana
llegaron otro día a visitarnos. La malévola de la “Flaca” me dijo que les
hiciéramos la broma y aunque la Rodri se enojó y nos dijo que a María no la
engañáramos así, le argumentamos que era una broma sana y que la víctima sería
Susana. Y en verdad, ese era nuestro plan, pero en el momento cúspide de la
historia fue María la que se acercó a comprobar y pegó un brinco.
Aunque María no
se enojó, me disculpe con mucha preocupación. Aquel momento sigue siendo
memorable.