lunes, 4 de julio de 2011

El sargento Ramiro

Ramiro era un joven campesino que, al igual que muchos otros de su época, se volvió guerrillero por conciencia y necesidad.  Sabía que la situación estaba muy difícil, que el ejército estaba masacrando poblados enteros, que cada vez estaban más cerca y que si no lo mataban por considerarlo guerrillero, lo reclutarían a la fuerza y lo harían cómplice de la ignominia.

Muchas familias habían muerto, en ocasiones asesinadas por jóvenes soldados de sus mismas comunidades. Unos que sufrían al hacerlo y disparaban hacia arriba cuando les ordenaban matar a sus vecinos y otros, a quienes el reiterado mensaje en sus cabezas los había cambiado;  eran los que disfrutaban al ejecutar a hombres, mujeres, niños, niñas y ancianos.

Ramiro se incorporó al Frente Feliciano Argueta Rojo, que operaba en la parte oriental del departamento, en la sabana petenera.  Fue subordinado de los tenientes Sandokán y Águila, por lo que estuvo con ellos en varias de las acciones que los hicieron legendarios.

Además de participar en combates, Ramiro se convirtió en político; él era uno de los que visitaban a los colaboradores y simpatizantes, para darles a conocer cuál era la situación del momento, informarles sobre los golpes infringidos al enemigo y solucionar pequeños problemas.

En una ocasión le tocó realizar esas visitas enfermo de Hepatitis, totalmente desmejorado;  con la piel y los ojos amarillos, caminaba débil y sin carga.  La población le regaló miel de abeja.   Se repuso luego, cuando tuvo oportunidad de descansar.  Volvió a ser aquel joven de mirada dura y sonrisa dulce;  vozarrón, alto, de 1.78 aproximadamente,  que cuidaba mucho su porte y aspecto militar.

Una tarde, luego de ser perseguidos por el ejército, acamparon en un lugar aparentemente seguro; el cansancio podía más que el hambre.  Tendió su hamaca, se sentó sobre ella para platicar un momento con los compañeros cercanos y cuando estaba por acostarse escuchó un disparo.  Gritó:  -¡a tierra!, pensando que era un ataque enemigo. Luego el silencio, el olor acre de la pólvora y la sangre, y un dolor punzante en su pierna izquierda.

Otro compañero había colocado su arma en la gamba de un árbol, de donde resbaló y al caer se disparó sola.  La bala había entrado debajo de la rodilla.  Fue tratado por los sanitarios de la fuerza, pero no había condiciones para sacarlo;  a tal punto que pasó un año hasta que se autorizó su traslado.   Para movilizarse a pie, del frente a la retaguardia debían caminar 15 días; esperar un contacto y caminar una semana más.

Los compañeros de la patrulla logística que hacían ese recorrido no querían llevarlo;  temían que sería una carga y que en determinado momento podrían ser ubicados por el ejército y no podrían correr con él.  Pero finalmente aceptaron y los convenció que había adquirido mucha habilidad para desplazarse con una muleta hechiza.

Sin embargo, al llegar al contacto se percataron que los compañeros no habían llegado y que el próximo encuentro sería en otros 15 días.

Ramiro no quiso volver sobre sus pasos y les pidió que se fueran; que lo dejaran ahí con unos tres galones de agua y algo de comida; le consiguieron unos cuantos pedazos de caña y una pequeña penca de bananos verdes.  Lo primero que pensó fue que si ellos caían lo podrían entregar, por lo que decidió subir a un cerro cercano, donde además de sentirse más seguro tenía mejor visibilidad.

Ahí esperó. Con su fusil bien afinado y sus tiros secos; decidido a dar su última batalla; por su mente pasaron muchas cosas, sus padres, su compañera, el triunfo de la revolución.  Tuvo quince días para pensar y reflexionar sobre su vida guerrillera.

A pesar de haber calculado cuánto podía comer y beber hasta que llegaran nuevamente los compañeros de la patrulla logística; disminuyó la cuota, al considerar que podían pasar más días, por distintas razones.

Al llegar el tiempo se puso más alerta a los sonidos; hasta que oyó que lo llamaban; poco a poco bajó.  - ¡puchica compañero, creímos que le había pasado algo!

Contactaron con la otra patrulla, con la que terminó el resto del recorrido y llegó a la retaguardia; fue trasladado México donde lo operaron en un par de ocasiones, para sacar esquirlas de hueso,  hacerle curaciones y tratar que el largo de la pierna fuera más acorde a lo normal.  La rodilla no volvería a doblarla.

Ramiro pasó a ser parte del aparato de comunicaciones y se encargó, junto a Rodriga, Juan Antonio, Beatriz, su compañera en ese entonces y yo, bajo la jefatura de la teniente Lorena, de las comunicaciones estratégicas. 

Era el año 86, en Nicaragua;  las cosas cambiarían en poco tiempo.

1 comentario:

  1. ja que aguante, uno ve a las personas sin imaginar las grandes historias de vida
    que tienen. Hoy si don Luisito me puse al día, excelentes historias.

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