“Y si yo muero en la guerrilla, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao,
Y si yo muero, en la guerrilla, toma en tus manos mi fusil;
cava una fosa en la montaña, oh bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao,
cava una fosa, en la montaña, a la sombra de una flor”..
(canción popular, del movimiento de resistencia italiano).
En el movimiento revolucionario guatemalteco hubo hombres y mujeres de niveles superiores, como Otto René Castillo, consciente de su inminente muerte, como el mismo Luis Augusto Turcios Lima, siempre al filo de la navaja, como Manuel Colom Argueta, que vivió su vida, con la claridad y seguridad de que ese era su momento histórico y había que ser consecuente con su tiempo y con el pueblo, a cualquier costo. Rogelia Cruz, quien pudo hacer su vida como reina de belleza, pero prefirió luchar junto a los desposeídos, o Nora Paíz, capturada y torturada. No fueron diez, no fueron veinte, fueron cientos de jóvenes visionarios que lucharon por una nueva Guatemala, en la que prevaleciera la hermandad, la paz y la concordia.
Con cualidades y calidades físicas e intelectuales; unos con más, otros con menos, unos con unas y muchos más con otras. Cada revolucionario y revolucionaría debía desempeñar su papel en el lugar, tiempo y espacio que le correspondía.
En Petén conocí a la Yegüita, un compañero flaco, de 1.70 mts. aproximadamente, cabello liso, que derrochaba alegría y agilidad mental. Nunca supe cómo se incorporó, ni cuál era su seudónimo original.
Había compañeros que se habían preparado en otros países en tácticas y estrategia, para desarrollar la guerra en selva, montaña, sabana y ciudad. Él aprendió de cursos reproducidos por quienes se habían capacitado fuera. Y logró superar al maestro.
Más de una vez se le asignó incursionar a las cercanías de los destacamentos del ejército, utilizando para ello diversos camuflajes; descalzo, semidesnudo, cubierto de lodo o de hojas, caminando sobre espinas, picado por hormigas y toda clase de mosquitos: jejenes, zancudos, tábanos, de día o de noche. Nada importaba, más que el objetivo final. En la información que llevara estaba el éxito de la operación. Se acercaba a tal punto y con tal sigilo que ni los perros lograban sentirlo. Contaba el número de postas, los horarios de cambio, el relajamiento que presentaban unos u otros soldados durante sus turnos; analizaba las rutas de escape, las vías de acceso, los posibles puntos de ataque. Teníamos mapas, pero todo era completamente diferente al estar en el lugar y él lo sabía.
Se retiraba de la misma forma; silencioso, se había convertido en uno de los mejores zapadores de la guerrilla.
Durante el combate también mostró siempre sus virtudes y aprendió a utilizar todo tipo de armas; no se amilanaba; si le asignaban una vieja carabina M-1 o un moderno fusil M-16; si le correspondía detonar la mina al paso del convoy o utilizar el lanzagranadas M-79, igual iba al combate, con la misma alegría y disposición de triunfar.
A tal punto era su afán por lograr el objetivo que en una ocasión, luego de esperar por tres días al enemigo, en una emboscada, se percataron que la patrulla del ejército venía por otro punto y no caería en el lugar indicado. Además los soldados llevaban un “cuzuco”, un carro blindado. La operación estaba a punto de fracasar, pero el teniente al mando reacomodó a su fuerza.
No había visibilidad ni condiciones para lanzar el cohetazo, pero La Yegüita tenía otra forma de ver las cosas: pidió el lanzacohetes y se subió a un Guarumo (un árbol nativo de Petén, de mediana altura); se amarró con las piernas y el cuerpo y desde ahí hizo el disparo. El “cuzuco” se detuvo, destruido; luego el combate, el fuego nutrido, de uno y de otro lado, el humo y los gritos de los soldados heridos. La guerrilla tenía la ventaja. Se había dado el primer golpe. Fue una operación exitosa.
Sus hazañas fueron muchas, fue un guerrillero legendario.
Sin embargo su muerte fue muy extraña; nadie lo sabe con exactitud, pudo originarse por un pleito interno, de parejas o algún infiltrado. Lo cierto es que le dispararon mientras dormía en su hamaca. La posta y la avanzadilla cuidaban hacia lo que pudiera venir de afuera, no lo de adentro. Todos se levantaron y se movilizaron de inmediato al lugar del tiro. Un compañero, con regular tiempo de ingreso desertó.
Sólo así pudieron acabar con él, cuando aún tenía mucho que aportar.
esta no la había visto. Muy buena ojalá en nuestros tiempos también contaramos con jóvenes tan valerosos!
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