miércoles, 6 de julio de 2011

El tamal peludo y el maíz calado


No sé que era peor en la guerrilla, comer “tamal peludo” o calado;  tal vez lo peor era no comer, por lo que en cualquiera de estas circunstancias había que hacer un esfuerzo sobrehumano y aceptar lo que había.

Y es que se comía “tamal peludo” cuando no había cal;  el maíz se cocía, sin que su cascara desprendiera;  los tamales quedaban llenos de esa membranita dura y cuando se rodajaban floreaban por todas partes;  seguramente comer un poco de fibra era muy buen digestivo, pero comer sólo eso enfermaba a cualquiera.  Dos o tres días comiendo “tamal peludo” y las letrinas colapsaban. ¡Es cierto!  Era un sufrimiento más.

Algo parecido ocurría cuando el grano se pasaba de cal; pero cuando esto sucedía había que aplicar la sanción correspondiente, ya que era muy fácil dar el punto a una olla de maíz.  Era sencillo, el maíz se lavaba y luego se tomaba un puñadito de cal; se revolvía y se probaba el agua; si se sentía que la lengua picaba ¡ya estaba listo!. No había más que hacer; solo quedaba colocar la olla en el fuego y esperar aproximadamente una hora; luego se dejaba reposar; a los cocineros del día siguiente les correspondería dar continuidad a la tarea.

Pero no todo era como las matemáticas; con cal nueva el puñadito debía ser más pequeño; la cal vieja perdía fuerza y era necesario echar un poco más; además decir un “puñadito” era relativo y había quienes tenían las manos más grandotas; en todo caso lo más importante era tener sentido común.

El exceso de cal daba un color amarillo a la masa y su sabor era feo.

Nada como comer un tamal bien hecho; con su punto exacto de cal y que el molino estuviera bien apretado.  Era otro detalle: había compañeros que para sacar rápido la tarea aflojaban el molino.  La masa salía entera y los tamales, en consecuencia, se desboronaban como polvorones.

Pero algo valioso era la solidaridad que se unía a la costumbre, cuando en campamentos grandes pasaban por la cocina los compañeros y compañeras rumbo al área de baño.  Molían dos o tres tolvas de maíz y se hacían un poco de fresco de chilate (agua de masa) ¡delicioso!.

Nunca olvido al sargento Alcides; aquel compañero alto y fortachón que fue parte de las comunicaciones del frente norte en tiempo del teniente Víctor;  me decía:  -¡Chejo, hoy vamos a hacer tamales del tamaño del hambre!, con una risa maliciosa. 

Si había maíz y voluntad para emprender dicha tarea, pues ¡manos a la obra!; digo, a la masa.

1 comentario:

  1. Don Luisitooo jajaja eso del maiz calado
    me recordó a mi mamá que odia las tortillas
    cuando se les cala el maiz a las señoras de la
    tortillería, pero lo que más me dio risa es
    ese su término de tamal peludo jajjajaja

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