No sé que era peor en la guerrilla, comer “tamal peludo” o calado; tal vez lo peor era no comer, por lo que en cualquiera de estas circunstancias había que hacer un esfuerzo sobrehumano y aceptar lo que había.
Y es que se comía “tamal peludo” cuando no había cal; el maíz se cocía, sin que su cascara desprendiera; los tamales quedaban llenos de esa membranita dura y cuando se rodajaban floreaban por todas partes; seguramente comer un poco de fibra era muy buen digestivo, pero comer sólo eso enfermaba a cualquiera. Dos o tres días comiendo “tamal peludo” y las letrinas colapsaban. ¡Es cierto! Era un sufrimiento más.
Algo parecido ocurría cuando el grano se pasaba de cal; pero cuando esto sucedía había que aplicar la sanción correspondiente, ya que era muy fácil dar el punto a una olla de maíz. Era sencillo, el maíz se lavaba y luego se tomaba un puñadito de cal; se revolvía y se probaba el agua; si se sentía que la lengua picaba ¡ya estaba listo!. No había más que hacer; solo quedaba colocar la olla en el fuego y esperar aproximadamente una hora; luego se dejaba reposar; a los cocineros del día siguiente les correspondería dar continuidad a la tarea.
Pero no todo era como las matemáticas; con cal nueva el puñadito debía ser más pequeño; la cal vieja perdía fuerza y era necesario echar un poco más; además decir un “puñadito” era relativo y había quienes tenían las manos más grandotas; en todo caso lo más importante era tener sentido común.
El exceso de cal daba un color amarillo a la masa y su sabor era feo.
Nada como comer un tamal bien hecho; con su punto exacto de cal y que el molino estuviera bien apretado. Era otro detalle: había compañeros que para sacar rápido la tarea aflojaban el molino. La masa salía entera y los tamales, en consecuencia, se desboronaban como polvorones.
Pero algo valioso era la solidaridad que se unía a la costumbre, cuando en campamentos grandes pasaban por la cocina los compañeros y compañeras rumbo al área de baño. Molían dos o tres tolvas de maíz y se hacían un poco de fresco de chilate (agua de masa) ¡delicioso!.
Nunca olvido al sargento Alcides; aquel compañero alto y fortachón que fue parte de las comunicaciones del frente norte en tiempo del teniente Víctor; me decía: -¡Chejo, hoy vamos a hacer tamales del tamaño del hambre!, con una risa maliciosa.
Si había maíz y voluntad para emprender dicha tarea, pues ¡manos a la obra!; digo, a la masa.
Don Luisitooo jajaja eso del maiz calado
ResponderEliminarme recordó a mi mamá que odia las tortillas
cuando se les cala el maiz a las señoras de la
tortillería, pero lo que más me dio risa es
ese su término de tamal peludo jajjajaja