Marco Tulio Soto
Las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR)
incursionaron en el norteño departamento de Petén a finales de los años 60. De Aquellos
primeros combatientes pocos sobrevivieron; uno de ellos, Rigo, quien narra esta
historia. Otros trascendieron a la
eternidad, como el capitán Androcles Hernández, jefe de este grupo.
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Esta historia se desarrolla en 1971, en una
aldea petenera ubicada en la espesura selvática, donde no existía, carreteras,
sólo vías fluviales, veredas y las llamadas picas: caminitos abiertos a machete
en la selva.
Aquí, tener cayuco o caballo era una necesidad,
pues eran los medios de transporte más usados y que más resolvían los
problemas.
El cayuco debía ser de cedro o caoba y no debía
ser “celoso”; los cayucos “celosos” son aquellos que se vuelcan con facilidad, los
que no son estables.
Por vereda había que caminar 14 kilómetros
hasta la aldea más cercana. Por el río 16 kilómetros hasta el pueblo más
cercano. Los productos agrícolas salían en su mayoría por el río, pues era más
fácil hacer un cayuco que comprar un caballo o una bestia mular.
Los domingos era frecuente que los hombres se
pusieran camisa blanca lo mejor planchada posible; el más nuevo pantalón
arremangado para no llenar de lodo los ruedos de las mangas, sombrero de salir,
una bolsa o una alforja sobre el hombro. Se echaban un buen poco de vaselina
perfumada en el pelo. Se rasuraban con una hoja de afeitar sostenida entre los
dedos, la cual manejaban con una maestría propia de un barbero. Rasurándose aún
sin espejo. En la bolsa derecha delantera
del pantalón un pañuelo rojo que en una de sus esquinas llevaba amarrado el
dinero que se gastaría en esa ocasión.
Quien tenía machete “cola de gallo” bien
envainado lo llevaba dependiendo del lugar o pueblo. Los zapatos se iban dentro
de una bolsa, se los ponían antes de entrar al pueblo ya que para eso los
habían comprado. Las mujeres iban atrás del hombre. Así era en el campo y sigue siendo: ellos
siempre van adelante por los caminos, o
van a caballo y la señora a pie.
Las mujeres se peinaban muy bien, se hacían un
par de trenzas, se colocaban algunos adornos en el pelo, se ponían algún collar
barato, mejor si era de perlas rojas. Regularmente llevaban vestido de una
pieza del color más brillante que encontraran, anaranjado, amarillo, azul,
verde o rojo. El largo del vestido siempre era debajo de la rodilla. Las
campesinas no llevaban bolso de mano, en todo caso llevarían un pequeño canasto
u otro tipo de bolsa corriente que le serviría para traer sus cosas, que compre
en el mercado. El dinero si es que ella
lo llevaba, lo llevaría entre los pechos, prensado con el brasier. Si llevaba
un niño pequeño lo llevaba en un rebozo, se lo colocaba atrás o adelante, pero
el niño siempre iba acostado con una pequeña inclinación hacia sus pies.
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Con cierta regularidad la fuerza guerrillera
visitaba las aldeas para conversar y hacer reuniones políticas con los campesinos organizados. Con
ellos se resolvían todas las necesidades que habían con ellos se desarrollaba y
crecía cada vez más la organización.
En aquella ocasión visitaríamos esa aldea, que quedaba
a cuatro horas de distancia del campamento. El capitán Andrócles escogió a los
compañeros que formarían la patrulla y que irían con él a esa visita.
Preparamos nuestras mochilas o “costalillas” y nos formamos frente al capitán
para recibir las órdenes del día. El
capitán dijo: – Atención compañeros, vamos a ir a una misión de carácter
político, a una visita a la base de la aldea Moyuta. Vamos a caminar a rumbo,
hasta caerle a la brecha del tigre; nos iremos guardando una distancia de cinco
metros entre cada uno. Hay que pasar las voces u órdenes. Hay que mantener
contacto visual para que se vean las señas. La seña y contraseña será gavilán -
gorrión. En caso de problemas nos desplegaremos en línea de tiradores; los
pares se desplazarán hacia la derecha y los impares lo harán hacia la
izquierda. No tenemos conocimiento de
presencia del enemigo en la zona, si descubrimos a civiles trataremos de
escondernos. Si no fuera posible hablaremos con ellos.
¡Atención…! ¡numerarse!: uno, dos, tres,
cuatro, cinco, seis, siete. Ocho y último. Bien, ¡para iniciar la marcha!: “!A
vencer o morir por Guatemala, la Revolución y el Socialismo!”. Paso al frente:
“!Venceremos!”.
Comenzamos a caminar a las 16:00 horas con la
idea de llegar a la aldea a las 20:00.
El ritmo de marcha era rápido. El compañero de
vanguardia con su brújula en mano, la veía cada cinco minutos, iba marcando el
rumbo en busca de la brecha del tigre. La hojarasca estaba mojada, por lo que la
marcha era bastante silenciosa. Sin embargo, el calentamiento del cuerpo en los
primeros minutos de marcha era acelerado: “comienzan a correr las gotas de
sudor de la frente por toda la nariz; las cejas desvían muchas gotas hacia los
lados, algunas llegan a las pestañas y a los ojos, provocando un ligero ardor
que hace que uno se restriegue con el dorso de la mano”.
“Se ven las botas del compañero de adelante que
rítmicamente van esquivando palos caídos, piedras, hoyos. Las piernas parecen
tijeras trabajando sin parar, la mochila se ve como si fuera flotando, con un
pequeño vaivén ondulante hacia arriba, hacia abajo, a veces el descenso es
violento, pues son los agachones para esquivar bejucos y palos tendidos”.
Muchas veces el compañero hace una contorsión
hacia la derecha y hacia la izquierda y luego tira hacia delante con fuerza,
para destrabarse él y su mochila de algún bejuco que lo ha enredado. Algunas
veces no se logra, cuando después de tres intentos no se desenreda, el de atrás
ayuda; pero sucede muy a menudo que con la sangre caliente, los compañeros se
destraban la mochila, sacan su machete y la emprenden contra el bejuco hasta
dejarlo fragmentado en pedacitos. Nadie se ríe de estos actos porque
internamente todos se solidarizan con el compañero.
Cuando los bejucos son gruesos es más fácil
evadirlos, aunque se establece la danza de los bejucos, entre agachones,
contorsiones y jalones.
Cuando se encuentra terreno limpio, se logra observar
todo el grupo; algunos de pequeña estatura se ven como mochilas andantes o
mochilas con patas que se desplazan rápidamente.
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“A los veinte minutos ya la camisa va empapada
de sudor, comienza uno a caminar con un ritmo monótono, con movimientos automáticos;
se comienza a distraer el pensamiento y se va caminando. Por ejemplo: se
piensa, si yo estuviera aquí por un salario, cobraría carísimo, cobraría por
día, no por semana ni por mes. Para
llevar esta mochila cobraría por onza, no por libra ni por arroba de peso. Cada
día sin comida lo cobraría triple, exigiría caminar por buenos caminos, en
lugares donde hubiera agua limpia; exigiría ropa limpia todos los días, jabón
de olor para bañarme, un fisil láser para barrer con todo lo que se me pusiera enfrente…”
“Se va caminando y pensando: ese árbol que se
cayó es un caoba; el comején debe haberle comido el corazón. Es inmenso, fácil
tiene sus cien años. Cuando yo nací él tenía ochenta; logró abrirse paso entre
los árboles, se fue elevando y elevando buscando la luz, buscando los
apetecibles rayos del sol para amacizarse y engrosarse. Y ahora cae, el comején
le barrenó el corazón, no lo dejará tranquilo, se lo seguirá comiendo, lo irá
haciendo aserrín, polvo de madera. El corazón es lo más duro, no tardará más de
tres años. El espacio que dejó lo cubrirán otros árboles, quizás no de la misma
especie, pero sí de la selva”.
“Y se continúa pensando; ay espina desgraciada,
se me clavó en este dedo hasta dentro. Ishhhhhhh qué doloroso el pinchazo, ni
sangre sale. Parece verduguillo, tapa cualquier hemorragia ¿por qué existen las
espinas? Mi mamá un día me enseño un poema:
Si ese rosal examinas,
Que riegas tan cuidadosa ,
Verás que entre cada rosa
Tiene millares de espinas;
Y si ligera te inclinas
Para cortar un botón
No extrañes que duro arpón
Hiere tu mano pulida;
Que los goces de la vida
Van con igual condición.
Por un fugace placer,
Efímero cual las flores,
En prolongados dolores
El hombre se llega a ver;
Y la vida viene a ser,
Si con juicio se examina,
Como el rosal que Delina
Riega y cultiva afanosa:
Cada ilusión una rosa
Cada recuerdo una espina.
Manuel Dieguez Olaverri
“Pero recuerdo… esto no es rosal, este no da
nada ¿porqué espinas, mosquitos, tábanos, avispas, hormigas? ¿Por qué tanta
plaga que sólo daño produce? Buen, las hormigas trabajan, los tábanos sólo
chupan sangre y transmiten enfermedades; bueno pero y las espinas… será que
también sirven para el equilibrio ecológico… de todas formas si yo pudiera les
metería tractor y fuego a todos los espineros”.
Se
para el compañero de vanguardia e indica con los diez dedos de la mano que
corresponde descansar diez minutos pues ya hemos caminado una hora. Cada quien
se acomoda sentado contra un árbol, tratando de no romper el orden de marcha;
se pregunta al Capitán si se puede fumar, este asiente con la cabeza y
encendemos nuestro respectivo “chancuaco” y comenzamos a echar bocanadas de
humo, platicando con los de al lado; más bien cuchicheando...
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