martes, 21 de junio de 2016

La deuda impagable parte cuatro y última

Por Marco Tulio Soto

"Nos fuimos de Quiché con la promesa de volver. Ahora vemos que regresamos, no nosotros físicamente, sino otros compañeros que llegaron para quedarse, tuvieron más suerte que nosotros, pero la suerte de ellos es la del pueblo que es también la nuestra".


Nuestra estancia por Quiché nos enseñó mucho; sobre todo a conocer mejor nuestro país, y hacer comparaciones de los grandes contrastes existentes.

Ahí encontramos gente tanto queqchi’ como quiche’ en un estado de atraso increíble, con una pobreza muy grande, con una economía de autoconsumo muy mínima, casi sólo comían tortilla con chile, había muchos hombres alcohólicos, bajo los catres donde dormían siempre tenían varias tinajas llenas de “Boj” (chicha fermentada de maíz).

Los animales que criaban nunca los comían ni les sacaban productos como huevos o leche, sino que los vendían o cambiaban con el comerciante, por algunas herramientas pero sobre todo, por fósforos, jabón y sal.

En esos lugares no existía ninguna carretera ni ningún servicio público.

Encontramos gente que no sabía de la existencia de la ciudad de Guatemala.  Lo más grande que conocían o habían oído hablar era de Santa Cruz del Quiché.

Se notaba perfectamente que ahí no había existido actividad guerrillera, pues aquello estaba olvidado y no habían llegado corriendo, a abrir caminitos, inaugurar chorritos, sacar muelas, poner puestos de salud, mucho menos equipo, regalar mejoralitos, etc. etc.

No, aquello estaba aislado como si fuera el otro lado del mundo; aquello estaba olvidado, abandonado como en suspenso como esperando que algo pasara, un soplo para coger vida, vitalidad, movimiento. Una palmada en la nalga para volver a ser Quiché, para erguirse, levantarse, vivir y luchar.

Así pues, se decidió regresar, no conocíamos el idioma, no teníamos ni los contactos mínimos; Sólo un compañero hablaba queqchi’ y más hacía el norte se hablaban otros idiomas.  No teníamos guías no conocíamos el terreno para seguir enfrentando la operación enemiga; incluso los mapa que cargábamos eran a una escala muy alta, lo que dificultaba más la orientación ya comenzábamos a necesitar botas, ropa y otras cosas que no podíamos conseguir, a duras penas conseguíamos la alimentación.

Así pues, aunque ya nos estábamos encariñando con aquel territorio que nos había cambiado la monotonía de las planadas de Petén y con aquella población milenaria que vivía en aquel aislamiento, haciendo esfuerzos sobrehumanos para sobrevivir.  Aislados de los adelantos de la humanidad como la electrificación, las vías de comunicación y sus medios, la educación e instrucción, la salud, etc.  Nada de eso ni otras cosas llegaban ni se conocían allí.

Nos fuimos de Quiché con la promesa de volver. Ahora vemos que regresamos, no nosotros físicamente, sino otros compañeros que llegaron para quedarse, tuvieron más suerte que nosotros, pero la suerte de ellos es la del pueblo que es también la nuestra.

Organizamos la marcha de regreso, ya teníamos una mejor idea del terreno. El regreso no fue tan penoso aunque sí veníamos moralmente afectados.

En mucho menor tiempo que en la ida regresamos a donde se habían quedado las canoas hacía dos meses. Las canoas nos costó regresarlas hasta el río negro, pues ya los arroyos habían bajado su nivel de manera que en muchas ocasiones topaban en el fondo, había que bajarse todo y hacerla avanzar arrastrada hasta donde hubiera más agua.

Así venimos avanzando, poco a poco hasta que por fin llegamos al río negro que también había descendido mucho su nivel.

Costó muchos arrancar los motores a pesar de la limpieza de bujías y toda clase de operaciones que todos los “técnicos” aconsejaban y hacían, así como las gárgaras de gasolina al estar soplando y absorbiendo mangueras.

Nos echamos al río negro y comenzamos a navegar río abajo, con los motores sin acelerar para no hacer mucho ruido, nos dejábamos arrastrar por la corriente y sólo gobernábamos las canoas con las canaletas.

Antes de pasar frente al campamento petrolero Las Tortugas, orillamos las canoas y nos bajamos, hicimos un plan porque suponíamos estaría el ejército en el desembarcadero en donde dos meses antes nos habíamos llevado las canoas.

Una patrulla nuestra iría por la orilla hasta llegarle muy cerca al desembarcadero. Las canoas a determinada hora pasarían a favor de la corriente con los motores apagados.  Si hubiera tropa nosotros abriríamos fuego sobre ellos, dando tiempo a que pasaran las canoas, y ello nos esperarían 200 metros abajo con los motores ya encendidos para retirarnos rápidamente.

Nos fuimos aproximando al desembarcadero muy despacio y tratando de hacer menor ruido posible; llegamos al lugar y no había nadie, solo notamos las trincheras de los soldados, así como todavía había brasas de un fuego que encendían por la noche, o sea que, por la noche había vigilancia en el desembarcadero y de día se retiraban a las instalaciones del campamento petrolero.

Algunos compañeros se apostaron con las armas listas en puntos estratégicos.

Mientras llegaba la hora en que pasarían nuestras canoas; según nuestros cálculos faltaban 20 minutos para mientras avanzamos un poco por la orilla del camino que iba hacia el campamento. Ahí estábamos cuatro compañeros cuando apareció a lo lejos, un teniente, portando un rifle 22 y un soldado que llevaba su equipo normal y fusil Garand.

Nos agazapamos bien y comenzamos a llevar el ritmo de sus pasos en las mirillas de nuestras carabinas.

Evidentemente andaban de cacería pues miraban hacia arriba de unos árboles de guarumo posiblemente buscando alguna pava o pajuil.  El compañero Chiri que estaba a la par mía, le dijo al Capitán Chano: –Capitán, ese cuque que viene con el oficial tiene cara como de mico; –pshshshshsh cállate Chiricuto que te van a oír, si no hay necesidad de disparar no hay que hacerlo para no crear problemas al paso de las canoas.

El soldado y el oficial ya no se aproximaron sino cambiaron de rumbo por un caminito ya no los vimos.

A la hora acordada nos retiramos para el desembarcadero y cuando llegamos nos dijeron los compañeros que nuestras canoas ya habían pasado y que nos estaban esperando a 200 metros para arrancar motores y retirarnos rápidamente.

Así pasamos frente al campamento de La Tortuga sin mayores problemas, habiendo burlado a los soldados.

Navegamos por horas y parte de la noche; en una vuelta nos encontramos el barquito de la petrolera que venía río arriba. Los pilotos nos saludaron con la bocina y encendido y apagado sus grandes reflectores. Este barquito tenía la característica de poseer ruedas, para que el verano cuando bajaba el nivel de las aguas, no se quedada varado en los playones que se formaban.

Seguimos navegando parte de la noche hasta llegar más o menos cerca de la desembocadura del río Pasión, con el Salinas, donde se forma el gran Río Usumacinta.  Ahí nos bajamos escondidos, lo más que pudimos las canoas y los motores y emprendimos la marcha a rumbo oriente, buscando nuestros antiguos campamentos.  A los pocos días ya habíamos hecho contacto con nuestra base política y comenzamos a resolver nuestras necesidades avituallamiento, así como se comenzó a realizar reuniones para hacer correcciones políticas en nuestra actividad.

Desde esa fecha y hasta muy recientemente, ya en la relativa abundancia de requerimientos que teníamos en la base, los deudores quisieron pagarnos la deuda.  Nosotros no aceptamos por lo improcedente del método, esa deuda sólo podía ser pagada en el momento oportuno, o en similares circunstancias. Así pues, queda condonada la misma bajo la promesa de no volver a hacer ese tipo de préstamos.

Petén, Mayo de 1989

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